UNA DECISION - Los Angeles Times
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UNA DECISION

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UNA DECISION
Enrique se hunde aún más en la drogadicción. Para mediados de diciembre, le debe 6,000 lempiras al que le vende la marihuana, lo que equivale a $400. No tiene más que 1,000 lempiras. Promete conseguir el resto esa semana, pero no cumple. El fin de semana siguiente se topa con el traficante por la calle.

El traficante acusa a Enrique de mentirle y lo amenaza de muerte.

Enrique le suplica para que le dé otra oportunidad.

Si no paga, el narco jura que le matará a la hermana. Ha confundido a una prima con Belky. Quiere matar a Tania Ninoska Turcios, de 18 años, pensando que ella es la hermana de Enrique. Las dos jóvenes están a punto de terminar la secundaria, y gran parte de la familia está de viaje celebrando la graduación en un hotel nicaragüense.

Enrique fuerza la puerta trasera de la casa de sus tíos, Rosa amalia y Carlos Orlando Turcios Ramos. Titubea. ¿Cómo puede hacerle esto a su propia familia? Tres veces se acerca a la puerta, la abre, la vuelve a cerrar y se va. A cada intento, aspira profundamente de la bolsa de pegamento.

Por fin entra en la casa, fuerza la cerradura de un dormitorio y usa un cuchillo para penetrar en el armario de su tía. Mete 25 alhajas en una bolsa de plástico y las esconde debajo de una piedra cerca de un corralón de maderas cercano.

A las 10 p.m. regresa la familia y encuentra el dormitorio todo revuelto.

Los vecinos aseguran que el perro no ladró.

“Debe de haber sido Enrique”, comenta la tía Rosa Amalia, quien llama a la policía. El tío Carlos sale con varios agentes a buscarlo.

“¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?”, le grita la tía Rosa Amalia.

“Yo no fui”. Pero con sólo decirlo se sonroja de culpa y vergüenza. Le ponen las esposas. En la patrulla, se pone a temblar y a llorar. “Estaba drogado. No lo quería hacer”. Le cuenta a la policía que un traficante a quien debía dinero había amenazado con matar a Tania.

Les muestra la bolsa de alhajas.

“¿Quieren que lo encerremos?”, preguntan los agentes.

El tío Carlos piensa en Lourdes. No le pueden hacer esto. Más bien, le prohíbe a Tania que salga, por su propia seguridad.

Pero lo ocurrido convence por fin al tío Carlos de que Enrique necesita ayuda. Le busca un trabajo en una distribuidora de neumáticos a $15 por semana. Almuerza con él todos los días pollo y sopa hecha en casa. Le dice a la familia que es preciso mostrarle a Enrique que lo aprecian.

Durante el mes que sigue, enero del 2000, Enrique trata de dejar las drogas. Reduce la dosis, pero vuelve a flaquear. Cada noche llega más tarde a casa. Le da asco su persona. Viste como un holgazán. La vida se le está yendo de las manos. Pero le queda suficiente lucidez como para decirle a Belky que ya sabe lo que debe hacer.

No le queda otra opción más que ir a buscar a su madre.

La tía Ana Lucía Aguilera está de acuerdo. Ella y Enrique llevan meses en pie de guerra. Ana Lucía es el único sustento de la familia. A pesar de su empleo en el taller, Enrique sigue siendo una carga económica.

Y lo que es peor, mancilla lo único que le queda a la familia: su buen nombre.

Tienen agrias discusiones que ambos, además de la abuela Agueda, recordarán meses después: “¿De dónde vienes, vagabundo?” le pregunta Ana Lucía a Enrique apenas entra por la puerta. “Vienes a comer ¿eh?”.

“¡Cállate!”, responde el joven. “Yo a ti no te pido nada”.

“¡Eres un vago, un drogadicto! Aquí nadie te quiere”, la oye gritar todo el vecindario. “¡Esta no es tu casa. Vete con tu madre!”

Una y otra vez, Enrique repite en voz baja, como suplicando: “Mejor que te calles”.

Al fin pierde los estribos. Le propina dos puntapiés en el trasero a la tía Ana Lucía.

La tía grita.

La abuela sale de la casa, agarra un palo y lo amenaza si vuelve a tocar a Ana Lucía. Ya hasta su abuela quiere que se vaya a Estados Unidos. Dice que está arruinando a la familia y se está perjudicando a sí mismo. “Allá va a estar mejor”.

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