AC/DC, Iron Maiden, Guns N’ Roses y sus amigos encendieron un Power Trip que mereció el viaje - Los Angeles Times
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AC/DC, Iron Maiden, Guns N’ Roses y sus amigos encendieron un Power Trip que mereció el viaje

Angus Young, guitarrista de AC/DC
Angus Young, guitarrista de AC/DC, durante su presentación del 7 de octubre de 2023 en el festival Power Trip.
(David Vassalli / For The Times)
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Pese a la ausencia irremediable de quien era ampliamente considerado como el participante principal del evento, a las discusiones inevitables al cartel que ofrecía y a los desacuerdos generados por los altos precios de sus boletos, el festival Power Trip fue una experiencia histórica tanto por el nivel de sus participantes como por la arrolladora calidad de su producción.

Pero eso no quiere decir que todo fuera una maravilla. En teoría, lo de los precios no estaba mal, porque las entradas generales antes de los cargos costaban $599, lo que equivaldría a cerca de $200 por día; sin embargo, estos mismos daban únicamente acceso a un enorme descampado desde el que era imposible ver cualquier parte del escenario.

Esto obligaba a los asistentes menos adinerados (y probablemente más devotos del rock) a conformarse con lo que se ofrecía en unas pantallas gigantes que, eso sí, transmitían imágenes de alta definición y eran realmente enormes. Conseguir asiento implicaba invertir al menos $799, y el pit, que resulta emblemático en un espectáculo de esta clase, no bajaba de $1599.

Si la decisión de hacer un festival que tuviera solo a dos artistas por jornada le pudo sonar descabellada a muchos, hay que recordar que este es un evento de Goldenvoice, la misma mega compañía que, además de organizar anualmente los eventos de Coachella y Stagecoach en el mismo lugar, organizó en 2016 el Desert Trip, un espectáculo que siguió exactamente la misma modalidad, pero adaptada al rock clásico, al ofrecer tres jornadas con Bob Dylan, los Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Roger Waters.

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Claro que, en ese caso, saber quiénes eran las leyendas más grandes no era realmente un motivo de debate. Si no lo entiendes, te lo decimos rodando. En el Power Trip, ¿quién lo era? Muchos se hubieran aventurado a decir que se trataba de Ozzy Osbourne, es decir, el gran ausente al que nos referimos en el primer párrafo.

Como es de conocimiento público, Osbourne es un cantante particularmente carismático cuyos problemas de salud han ocupado últimamente los titulares que lo mencionan, pero que sigue siendo considerado una figura esencial del heavy metal no solo por su extensa carrera como solista, sino también por su rol estelar en una de las bandas pioneras del género, Black Sabbath.

El hecho de que pudiera participar en esto pese a sus dolencias generaba una enorme expectativa. Pero esas mismas dolencias terminaron por forzarlo a cancelar la presentación, aunque los escépticos en las redes aseguraron que se había tratado de un treta para vender boletos. Lo cierto es que el señor no está muy bien.

Otra imagen del concierto de AC/DC en Indio.
(David Vassalli / For The Times)

Campaneros del infierno

En esos términos, la agrupación que debía crear más entusiasmo en el festival era AC/D, un quinteto de origen australiano que, sin pertenecer realmente a las filas del metal, es ampliamente admirado por muchos de los seguidores del género. Aunque el grupo no ha desaparecido del panorama (su álbum más reciente, “Power Up”, se lanzó en 2020), la última vez que se encontró sobre un escenario fue en septiembre de 2016, en momentos en el que el longevo cantante Brian Johnson había sido reemplazado por Axl Rose, de Guns N’ Roses, debido a los problemas de audición que lo aquejaban.

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La ausencia en el Power Trip de su baterista más reconocido, Phil Rudd, que fue anunciada hace unos cuantos días y de la que no se dio mayores explicaciones, le cayó como un baldazo de agua fría a los fans. Las cosas no mejoraron cuando, en lugar de darle el puesto a otros bateristas renombrados como Simon Wright o Chris Slade, los que manejan la banda decidieron colocar tras los platillos a Matt Laug, músico que pocos parecían conocer pero cuyos créditos incluían participaciones en las bandas de Alanis Morissette y Alice Cooper.

La contraparte de estas noticias era el regreso del bajista Cliff Williams, quien había asegurado que se retiraba de manera definitiva al final de la gira anterior, pero que rompió afortunadamente su promesa ante el regreso de Johnson. En ese sentido, había mucha expectativa en lo que respecta al retorno del mismo cantante (que grabó el disco nombrado, si, pero que tras su salida de AC/DC solo había intervenido brevemente como invitado en dos conciertos ajenos), a la dinámica que podría establecer Williams con el reemplazante de Rudd, y al debut en vivo de temas del “Power Up”. Y, claro está, todos los fans se encontraban deseosos de apreciar las proezas de Angus Young, uno de los guitarristas más legendarios en la historia del rock.

Haciendo honor a su reputación, AC/DC ocupó el horario estelar del sábado, y no era necesario darle muchas vueltas al asunto para darse cuenta de que iba a ser el acto más preciado de todo el fin de semana. La emoción en la audiencia que ocupaba sus lugares en las áreas cercanas al escenario era evidente, así como lo era el uso masivo de esos cuernitos de diablo luminosos que vimos ya en un concierto anterior de la banda (costaban $20) y que le daban al ambiente un tono rojizo de lo más particular.

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Si algo distinguió al festival fue el profesionalismo de su único escenario y la espectacularidad de su sonido. AC/DC no fue la excepción. Las guitarras de Young y de Stevie Young (quien reemplaza a su tío ya fallecido, el gran Malcom Young) sonaron siempre poderosas, y Williams estableció una colaboración fluida con Laug, que resultó ser un excelente baterista, sencillo en el plano de los beats (cómo era de esperarse de quien reemplaza a Rudd) pero absolutamente contundente en el golpe.

El repertorio se inclinó mayormente hacia los temas de la época encabezada por el vocalista Bon Scott, quien falleció en 1980. La decisión fue extraña, cuando se toma en cuenta que Johnson ha grabado muchos más discos con el grupo que su antecesor; podría hacerse tratado de una estrategia para no agotar su garganta, que, a los 76 años de edad, se encuentra evidentemente en un estado muy distinto al de su época dorada, cuando no tenía problemas para practicar el estilo de voz furioso e increíblemente agudo que se convirtió en su huella de estilo.

Eso quitó la posibilidad de escuchar varios temas que se inclinan generosamente hacia el heavy y que nos hubiera encantado apreciar, como “Inject the Venom”, “Flick of the Switch” y “Nervous Shakedown”. Pero no faltaron canciones que van por la misma línea, como “Back in Black”, “Hell Bells” y, por supuesto, el cierre infaltable con “For Those About to Rock”, marcado por el clásico final acentuado por fuegos artificiales que simulan ser disparos de cañones.

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Tampoco se hicieron extrañar los temas del “Power Up”, que llegó representado por “Demon Fire” y “Shot in the Dark”, dos piezas marcadas por esa combinación de boogie y hard rock que es tan distintiva del conjunto.

Lo dicho no le quita méritos a la parte de las composiciones más antiguas, que gozaron de una impronta rocanrolera absolutamente contagiosa y, además, le dieron rienda suelta a los arranques más vibrantes de Young, quien se lució como siempre en los solos, se tuvo que despojar del saco y la corbata que luce habitualmente debido a la inclemente temperatura del desierto y hasta se revolcó en suelo -como en los viejos tiempos- mientras se encontraba subido a una plataforma hidráulica e interpretaba una contundente versión de “Let There Be Rock” que se extendió por cerca de 15 minutos.

Steve Murray y Adrian Smith, guitarristas de Iron Maiden, en pleno concierto.
(David Vassalli / For The Times)

La aplanadora metálica

Si hablamos de legitimidad metalera, Iron Maiden fue sin duda la agrupación más pertinente del evento, pese a que salió al escenario antes que Guns N’ Roses durante la velada del viernes. Creadora de un estilo acelerado y galopante que resulta inmediatamente reconocible, la agrupación británica no se ha cedido tan frecuentemente a las presiones de la música comercial como lo han hecho muchos de sus colegas, y ha logrado además mantener en alto el nivel de sus puestas en escena, plasmadas en escenografías elaboradas que aluden a periodos significativos de la antigüedad.

En medio de los cambios de formación que ha sufrido a lo largo de su carrera, Maiden conserva desde 1982 a los mismos integrantes fundamentales, es decir, el vocalista Bruce Dickinson, el baterista Nicko McBrain y los guitarristas Dave Murray y Adrian Smith. Desde 1990, incluye también en sus filas al guitarrista Janick Gers, lo que le brinda la rara posibilidad de contar con tres encargados de las seis cuerdas tanto en el estudio como en vivo.

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Sin lugar a dudas, Maiden tiene a una de las fanaticadas más devotas de su división. Esta la sigue y la alaba incluso cuando no tiene una producción nueva entre manos y opta en cambio por ofrecer conciertos dedicados a la interpretación parcial pero generosa de discos del pasado.

La presentación de Indio, que forma parte del “The Future Past World Tour”, se inclinó hacia “Somewhere in Time” (1986), con cinco de sus ocho temas en el repertorio, aunque tampoco dejó de lado a “Senjutsu” (2021), la placa más reciente, que se hizo presente con “The Writing on the Wall”, “Days of Future Past”, “The Time Machine”, “Death of the Celts” y “Hell on Earth”, es decir, la misma cantidad de composiciones.

Para ser claros, lo del “Somewhere in Time” es medio complicado. Pese a que se trata de un disco que forma supuestamente parte de la ‘época dorada’ de Maiden, no fue del gusto de todos los fans, ya que se metió de lleno en el uso de guitarras sintetizadas y ostentó un sonido que, para muchos, era demasiado ‘mainstream’ para lo que se esperaba de un grupo como éste.

Sin embargo, en Indio, los fans celebraron todas las interpretaciones y, como era de esperarse, llegaron al éxtasis ante la salida a Eddie, la monstruosa mascota del grupo, que lució un atuendo de inspiración japonesa en medio de “Iron Maiden”, el tema que fue originalmente interpretado por Paul Di’Anno, el primer vocalista que grabó con Maiden y que sigue siendo admirado por muchos.

Maiden es, sin duda, una banda icónica que se mantiene bien aceitada, sigue siendo tremendamente efectiva y no parece decepcionar a los suyos incluso en los momentos en que podría estar a punto de hacerlo. Fuera de las virtudes como solistas de Murray y Smith, el vocalista Bruce Dickinson, que es un ‘frontman’ particularmente esforzado, sigue cantando fenomenalmente, lo que es mucho decir en vista de que su garganta ha sido siempre una de las mejores del género y una de las que maneja un registro más alto sin recurrir al falsete.

Axl Rose, Slash y Duff McKagan, de Guns N' Roses.
(Kevin Mazur / Getty Images for Power Trip)

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Bienvenidos a la jungla

Al igual que AC/DC, Guns N’ Roses no es una banda metalera, sino más bien rocanrolera. Pero eso no le quita créditos en la escena del hard rock ni contundencia a una propuesta que, pese a haberse gestado en los ambiente del glam ochentero de Sunset Strip, se distinguió desde el inicio por una garra rocanrolera que superaba ampliamente las lentejuelas lucidas por los demás y que coqueteaba a veces con la furia del punk, aunque le dejaba espacio a las piezas pegajosas y a las baladas románticas.

Por ese lado, la cantidad de hits que ha cosechado justificaba plenamente ante Goldenvoice el otorgamiento de la plaza principal del viernes, fuera de cualquier otra consideración. Porque, si se trata de producciones discográficas nuevas, GNR se encuentra al final de la línea en relación a las demás agrupaciones del Power Trip.

Su álbum más reciente, “Chinese Democracy”, se lanzó en 2008, y fue grabado por el vocalista Axl Rose con una alineación alternativa. Pero los angelinos no llegaron con las manos vacías, sobre todo si no los ha visto hace poco, porque incluyeron sencillos de reciente lanzamiento como “Absurd” y “Hard Skool”, aunque, curiosamente, dejaron de lado al más nuevo, “Perhaps”.

No hubo demasiados cambios en las condiciones vocales de Rose, quien ha estado dando muestras cada vez más claras de debilidad en la garganta durante los conciertos de los últimos años. En vista de estos antecedentes, no lo hizo del todo mal, y hubo incluso pasajes en los que alcanzó las cumbres del pasado, más allá del respaldo que le brindaba la corista y tecladista Melissa Reese.

Ante nuestros oídos, el show fue indudablemente sólido y deliciosamente rocanrolero, con esa propensión al sonido sucio y desprolijo que no convence a todo el mundo y que, en este caso, se plasmó en diversas inconsistencias de volumen, pero que vincula a la agrupación con las propuestas provenientes del rock garajero.

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No es una invención nuestra; a la mitad del concierto, Duff McKagan, el legendario bajista, se encargó del micrófono en una iracunda versión del “TV Eye” de los Stooges. ¿Reconoció la muchedumbre la pieza? Probablemente no. Pero hasta los oyentes casuales fueron complacidos con una andanada de éxitos que incluyó clásicos de la talla de “Welcome to the Jungle”, “You Could Be Mine”, “Rocket Queen”, “Civil War”, “Sweet Child o’ Mine”, “November Rain”, “Patience” y, ya en el cierre, tras casi tres horas de espectáculo, “Paradise City”.

Y hay algo más, claro. Ver en vivo al legendario guitarrista Slash es un auténtico placer; en Indio, el tipo estaba realmente encendido. Desde que dejó la bebida, sus solos, que han sido siempre llamativos, se han vuelto espectaculares y tremendamente emotivos al desencadenarse en el tabladillo. En los mejores momentos del sábado, nos recordó incluso a Jimmy Page, le espante a quien le espante esta afirmación.

Rob Halford, vocalista de Judas Priest.
(David Vassalli / For The Times)

Todavía con poder

Fuera de Iron Maiden, Judas Priest, que reemplazaba a Osbourne y fue colocada en el primer horario del sábado, era la banda más afín a los lineamientos del metal que intervino en el festival. De hecho, pese a que se dice constantemente que Black Sabbath fundó el género, lo que este quinteto británico hizo a partir de mediados de los ‘70 plantó realmente los pilares de lo que se conoce como ‘heavy metal tradicional’.

Además, a diferencia de AC/DC, Priest ha mantenido viva su llama en los últimos años con presentaciones continuas, y hasta tiene un álbum relativamente reciente, “Firepower” (2018), que muchos calificaron como notable. Pero hay un pequeño problema: desde 2018, se encuentra despojada mayormente de sus dos guitarristas esenciales, K.K. Downing y Glenn Tipton.

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Y si decimos ‘mayormente’ es porque, si bien Downing se bajó del coche en 2011, Tipton realiza ‘apariciones especiales’ al final de cada set, tocando los dos o tres temas que es capaz de interpretar ante el avance inexorable del Parkinson que lo aqueja.

Sea como sea, el Priest actual tocó fenomenalmente y se escuchó de maravilla, respaldado por la base rítmica del mítico bajista Ian Hill y del fenomenal baterista Scott Travis. Richie Faulkner, el reemplazante de Downing, es también muy bueno, lo que suple de algún modo la ausencia del aludido (y disimula de paso la falta de brillo del guitarrista invitado Andy Sneap).

Pero el que dejó a todo el mundo boquiabierto fue el mismísimo “Dios del Metal”, es decir, el vocalista Rob Halford, quien, a sus 72 de edad, es todavía capaz de cantar casi todo con la potencia de antaño y de hacer la mayoría de los falsetes que lo volvieron legendario, como lo probó mientras entonaba himnos de la talla de “Electric Eye”, “The Sentinel”, “A Touch of Evil” y “Painkiller”.

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Viejos conocidos

Más allá de las discusiones acerca de los cambios musicales que ha practicado a lo largo de su carrera de cuatro décadas, Metallica, que es uno de los grupos de rock más populares de todos los tiempos, tampoco parecía ser un acto de relleno en el espectáculo.

Sin embargo, en lo que respecta a esta parte del mundo, su presencia carecía de novedad, ya que el mismo cuarteto acaba de ofrecer no uno, sino dos conciertos consecutivos, como parte del “M72 World Tour”, que llegó al SoFi Stadium de Los Ángeles el 25 y 27 de agosto y presentó cada dia un setlist diferente.

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En ese sentido, lo que se vio en el festival durante el horario estelar del domingo fue una suerte de compendio de esas noches monumentales, ya que extrajo de ellas una selección de temas que no dejaron de lado el thrash de rigor (con la interpretación de “Whiplash”, “Creeping Death”, “For Whom the Bell Tolls” y “Master of Puppets”), el hard rock (“Enter Sandman”, “Fuel) ni las ‘power ballads’ (incluyendo a la romántica “Nothing Else Matters” y a la desoladora “Fade to Black”).

También figuró por ahí de manera inesperadamente breve el album mas reciente, “72 Seasons” (2023), un encuentro entre las diferentes facetas musicales que ha mostrado el conjunto a lo largo de su trayectoria que llegó únicamente representado por la energía punk de “Lux Æterna” y el medio tiempo de “Too Far Gone”.

Pese a haber tenido que llevar sobre sus hombros la responsabilidad de los polémicos cambios de estilo que ha practicado la banda, el vocalista y guitarrista James Hetfield sigue siendo la base de todo, y sus aportes rítmicos son completamente esenciales en la conformación del sonido completamente reconocible de Metallica en lo que corresponde a las seis cuerdas.

El baterista Lars Ulrich siguió en lo suyo, practicando un estilo percusivo que lo ha hecho objeto de numerosas críticas, pero que es ciertamente muy personal; y, esa noche, el que le quitó el estrellato en el plano de las equivocaciones fue el guitarrista líder Kirk Hammett, a quien no se le puede arrebatar méritos por la creación de varios solos soberbios, pero cuyos errores de la noche incluyeron una introducción de “Nothing Else Matters” tan defectuosa que la pieza tuvo que ser reiniciada.

Algunos de los fans en el concierto.
Algunos de los fans en el concierto.
(David Vassalli / For The Times)

El momento de la rareza

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La propuesta más atípica del show era la de Tool, la segunda agrupación auténticamente angelina de la partida (Metallica surgió en nuestra ciudad, pero se estableció tempranamente en San Francisco) y la más extraña en términos musicales. Sin estar libre de momentos pesados, este grupo sigue una línea mucho más experimental y progresiva que cualquiera de las otras bandas apreciadas en el Power Trip.

Tool giró ya para presentar “Fear Inoculum” (2019), su álbum más reciente, lo que le quitaba en teoría la posibilidad de mostrar material nuevo y volvió incluso más extraña su elección. Sin embargo, más allá de cualquier reparo, el cuarteto ofreció el show más alucinante del festival, aprovechando al máximo las pantallas gigantes para impactar a la audiencia con la creatividad de las ilustraciones y las figuras que emplea en sus videos y en sus diseños.

La aproximación de Tool a la disciplina que practica es ciertamente psicodélica, pero está lejos de corresponder a la vertiente hippie o florida de sus antecesores setenteros. Recurre, en cambio, a aires ominosos y pasajes que pueden remitir al rock alternativo de los ‘90, como resulta claro en su tema más popular, “Skinfist”, cuya interpretación fue uno de los puntos altos de la velada.

Por otro lado, no es una banda populista ni interesada en las melodías inmediatas. “Hey, qué pena que te tardaste; te perdiste la canción anterior, que era exactamente igual a la que vino antes”, le dijo con sorna un miembro del público a un amigo suyo que regresaba del baño. Su broma no era desacertada. Y es que hay que estar muy atento para descubrir los matices de cada una de sus composiciones, tocadas por tres instrumentistas de primer nivel (el baterista Danny Carey es fabuloso) y cantadas por el enigmático vocalista Maynard James Keenan, quien opta siempre por resguardarse en la penumbra y cuya voz nos recordó ocasionalmente a la de Ian Anderson, vocalista de Jethro Tull.

Una fan de AC/DC en el festival.
(David Vassalli / For The Times)

Recorrer a pie la zona privilegiada donde nos encontrábamos gracias a nuestras credenciales de prensa nos permitió ver a una audiencia que, sin dejar de ser variopinta, se inclinaba hacia la barrera de los 40, lo que tiene sentido en vista del desembolso bancario que había que hacer para estar ahí si se era una persona común y corriente. Las cosas cambiaban considerablemente en la zona general, donde se podía ver a un público mucho más joven, pero quizás más entusiasta.

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Más allá de esta clase de consideraciones, el Power Trip fue un encuentro intergeneracional y multinacional de carácter masivo que llamó la atención no solo por la música que mostraba, sino también por el hecho de que la mayoría de los artistas que se subieron al escenario habían cruzado ya la barrera de las seis décadas de vida.

Pese a la reputación que tienen los rockeros pertenecientes a la estirpe pesada, no vimos ninguna pelea ni fuimos testigos de desorden alguno entre los asistentes, muchos de ellos procedentes del extranjero, como lo revelaban sus acentos (los mexicanos abundaban). Y eso tuvo que ver indiscutiblemente con la buena organización del evento, con la delimitación clara de las zonas disponibles y con el rol jugado por los representantes de seguridad a lo largo y ancho del recinto.

Pese al bullicio que emanaba de la tarima y a las altas temperaturas, que alcanzaron los 100 grados durante el día pero descendieron amablemente en las noches, la sensación general era de lo más relajada. Ojalá que todo eso se pudiera lograr dándole formas adecuadas de acceso a los fans de verdad.

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