El fin de semana fue de Metallica y sus amigos - Los Angeles Times
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El fin de semana fue de Metallica y sus amigos

James Hetfield, izq., y Lars Ulrich, de Metallica, el 25 de agosto en el SoFi Stadium de Inglewood, California.
James Hetfield, izq., y Lars Ulrich, de Metallica, el 25 de agosto en el SoFi Stadium de Inglewood, California.
(Ringo Chiu/ Especial para Los Angeles Times)
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Cuarenta y dos años después de su creación, Metallica sigue siendo uno de los grupos más populares en la historia del rock, más allá de cualquier subgénero. No siempre fue así, claro; en sus inicios, lideraba una bulliciosa escena ‘under’ que tomaba por asalto clubes pequeños, y cuya música rápida y agresiva estaba completamente alejada de los gustos comerciales y del rock corporativo.

Con el paso del tiempo, el cuarteto fundado en Los Ángeles, pero establecido desde temprano en San Francisco, fue cambiando de estilo, sumando seguidores y dejando en el camino a los ‘headbangers’ acérrimos, para los que estas transformaciones fueron simplemente inadmisibles. Pero es probable que muchos de ellos hayan asistido de todos modos a alguno de los dos conciertos ofrecidos por la banda el viernes y el domingo pasado en el SoFi Stadium de Inglewood.

Es imposible determinar cuántos de ellos lo hicieron, obviamente. Lo que sí se pudo notar claramente en el inmenso auditorio angelino fue la diversidad de una audiencia que incluía a personas de distintas edades, incluyendo a muchos jovencitos, lo que tiene sentido en vista de que uno de los temas más celebrados del grupo, “Master of Puppets”, despertó un interés inusitado en las nuevas generaciones luego de ser incluido en la cuarta temporada de la popular serie de Netflix “Stranger Things”, estrenada en 2022.

Lo interesante aquí es que Metallica no se ha olvidado de sus raíces, lo que resultó más evidente que nunca en unos shows que se distinguieron por manejar listados de canciones distintos para cada fecha (fuera de un breve ‘jamming’ que se repitió). A inicios del año pasado, el combo ofreció en Florida un concierto mucho más íntimo que dedicó completamente a sus primeras composiciones; y aunque lo del SoFi no alcanzó ni por asomo esos niveles, resultó generoso en la recuperación del pasado.

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Para ser claros, las canciones de esa etapa, que corresponden a los primeros cuatro álbumes -”Kill ‘Em All” (1983), “Ride the Lightning” (1984), “Master of Puppets” (1986) y “...And Justice for All (1988)”- se inscriben normalmente dentro de los parámetros del thrash metal, una vertiente del heavy metal que se distingue por su increíble velocidad, sus afiladas guitarras y sus fieras vocalizaciones.

Esto es lo que se vio y se escuchó durante la presentación de Metallica en el Microsoft Theater

Dic. 17, 2022

Furia y rapidez

Por ese lado, el thrash dio la cara desde el inicio del primer concierto, que se inició con “Creeping Death” -procedente de “Ride the Lightning”- y tuvo en uno de sus momentos culminantes a “Seek & Destroy”, un surco del “Kill ‘Em All” que, pese a su antigüedad, es particularmente accesible, lo que lo ha vuelto casi imprescindible en las presentaciones del grupo.

La segunda noche le dio pie a “Whiplash”, que tiene el mismo origen discográfico. En realidad, y en lo que respecta esa placa, los fans de hueso colorado hubieran sumado sin duda temas como “The Four Horsemen” y “Metal Militia”, que brillaron por su ausencia.

Sea como sea, a lo largo del fin de semana, se le dio un lugar privilegiado al “Ride the Lightning”, ya que, además de lo que pasó en la jornada de apertura con “Creeping Death” y con “Fade to Black”, la segunda sirvió para la interpretación de “From Whom the Bell Tolls”, “Ride the Lighting” (el tema que le dio nombre al disco), “The Call of Ktulu” y “Fight Fight with Fire”.

Escuchar esta vertiente en un escenario como el coloso de Anaheim, y rodeados de cerca de 70 mil personas, es una circunstancia ciertamente impresionante cuando se considera que, en la actualidad, la misma modalidad, que se originó de manera casi simultánea en Los Ángeles y Nueva York, sigue estando restringida a los recintos pequeños de sus inicios, con contadas excepciones (Megadeth es una de ellas) y sin tomar en cuenta los festivales masivos que se hacen en Europa (donde el mismo thrash generó propuestas propias que lograron incorporarse al panorama mundial).

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Y es impresionante también porque estamos hablando de una práctica propia de adolescentes que requiere de considerables esfuerzos físicos y que plantea demandas considerables a los integrantes de Metallica, quienes se encuentran en su mayoría cerca de la sexta década de vida (el más joven es el bajista Robert Trujillo, quien se sumó en 2003).

Otro momento del primer show.
(Ringo Chiu/ Especial para Los Angeles Times)

Las exigencias son mayores para el baterista Lars Ulrich, quien cometió errores de coordinación en las dos presentaciones y que ha sido acusado siempre por sus detractores de no ser un buen intérprete de su instrumento, más allá del rol determinante que cumple en la parte creativa y del hecho incuestionable de que su estilo es una parte esencial del sonido de la agrupación.

Hay también mucha presión en James Hetfield, quien es no sólo el guitarrista rítmico de la banda (y uno de los mejores en ello), sino también el vocalista, lo que lo lleva a asumir entonaciones altas y fraseos enérgicos cuando se tiene que encargar de composiciones que se grabaron hace varias décadas, cuando era un jovencito.

No le salen igual, por supuesto, y para intentar reproducirlas, apela a efectos de reverberación bastante pronunciados; pero no lo hizo nada mal, sobre todo en la segunda noche, cuando su garganta parecía encontrarse en mejor estado que en la inaugural. Lo que sí mantiene es su habilidad para interpretar los contundentes, crujientes y memorables riffs que ha creado de manera incansable, y que continúan siendo inmediatamente reconocibles.

Claro que, en términos físicos, el que más impresionó fue el guitarrista líder Kirk Hammett, quien además de deleitar a sus seguidores con unos solos que no tienen la limpieza del pasado pero que mantienen su atractivo y su inspirado manejo del pedal de wah-wah, se desplazaba frecuentemente a lo largo y ancho del escenario circular, lleno de rampas y elevaciones, que se diseñó de este modo para que los espectadores de distintas secciones tuvieran supuestamente una buena visibilidad del espectáculo entero.

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Sin embargo, durante la noche del viernes, el transcurso de los minutos demostró que la disposición de los equipos favorecía ampliamente a la parte izquierda del auditorio, más allá de lo que sucedía en la zona de piso (que era de acceso limitado), en el exclusivo pit que se encontraba al medio del estrado (y cuyas entradas ostentaban precios astronómicos) y en las curiosas pantallas tubulares que colgaban del techo (pero que se encontraban en el nivel de visión de las secciones intermedias). Para ser justos, las cosas mejoraron el domingo, cuando la batería llegó a estar hasta en cuatro extremos distintos gracias al empleo de plataformas que surgían del suelo.

Otras velocidades

El Metallica del presente, así como el Metallica que ha existido desde inicios de los ‘90, tiene un repertorio que trasciende ampliamente los confines del thrash y cuyas piezas menos agresivas despertaron las muestras más visibles de entusiasmo, como es el caso de “Enter Sandman”, el hard rock de tendencia radiable que cerró el segundo concierto y que proviene del disco epónimo de 1991, del que se extrajo también “Nothing Else Matters”, la única balada romántica que ha sido grabada por el conjunto.

El álbum “Master Puppets” se impuso con la presencia de “Welcome Home (Sanitarium)”, “Leper Messiah”, “Orion” y, por supuesto, el corte que le dio nombre, mientras que el disco “...And Justice for All” llegó dignamente representado por “Harvester of Sorrow” (una pieza lenta y densa, marcada por el blues) y “One” (una suerte de balada siniestra sobre un soldado herido que tiene un crescendo memorable).

El “Load” (1996) fue completamente ignorado, aunque sí se le dio espacio al “St. Anger” (2003) -el disco más cuestionado en la carrera del combo- mediante la incorporación de las canciones “Fuel” y “Dirty Window”, que, a nuestro parecer, no son precisamente afortunadas. Por su parte, la intervención del “Death Magnetic” (2008) se limitó a “The Day That Never Comes”, que maneja una dinámica similar a la de “One”, mientras que el “Hardwired... to Self-Destruct” (2016) tuvo igualmente a una única representante, “Hardwired”, marcada por el thrash y definitivamente rescatable.

Metallica lanzó un álbum nuevo, “72 Seasons”, en abril de este año, y no podía dejarlo de lado. Pese a que Hetfield reconoció en el micrófono que no todos los asistentes estaban fascinados con la idea de escuchar este material (“¿Quieren más canciones recientes? ¿No? Pero a mi me gustan”, dijo en la segunda noche), el repertorio de dos jornadas incluyó cuatro temas del disco, pasando por el thrashero “72 Seasons” (que es muy bueno) y el acelerado “Lux Æterna” (más cercano a los terrenos del speed y con un buen toque de punk).

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En medio de la resistencia de los concurrentes más veteranos, estas composiciones fueron ampliamente celebradas por los asistentes de menor edad, lo que no descarta la posibilidad de que muchos de ellos se hayan iniciado en el grupo a través del mismo trabajo de larga duración, que ha obtenido mayormente críticas positivas.

Phil Anselmo de Pantera durante su acto de apertura en el SoFi.
(Ringo Chiu/ Especial para Los Angeles Times)

Los invitados

El acercamiento de Metallica a los terrenos del ‘mainstream’ se probó en la elección de los actos de apertura de cada velada, que fueron también distintos. En lugar de convocar a agrupaciones afines a sus raíces que siguen activas y vigentes, como es el caso de Exodus, Overkill y Testament -por citar sólo a algunas-, los anfitriones del fin de semana optaron por propuestas que, en más de un caso, no son ni siquiera parte de la escena del heavy. En la primera fecha, las elegidos fueron Mammoth WVH y Pantera, y en la segunda, Nine Kills y Five Finger Death Punch.

De todos esos grupos, el único con credibilidad metalera es Pantera, un combo formado en 1981 en Texas que no está completamente desvinculado del thrash y que tiene temas sumamente agitados, pero que resultó realmente esencial en la configuración del ‘groove metal’, un subgénero noventero cuyos ritmos saltarines no son precisamente del agrado de todos los adeptos a la vieja escuela.

Lo cierto es que el Pantera actual no es realmente Pantera, y que no podrá nunca serlo por una razón muy simple: sus fundadores y auténticos líderes, los hermanos Abbott (el guitarrista Dimebag Darrell y el baterista Vinnie Paul), fallecieron en 2004 y 2018, respectivamente. El fallecimiento del primero fue particularmente trágico, porque se produjo mientras tocaba con su banda Damageplan en un club de Ohio, abatido por las balas de un fan trastornado que le quitó la vida a tres personas más.

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En esas condiciones, la alineación actual, que incluye al vocalista Phil Anselmo y al bajista Rex Brown, es considerada por muchos fans como una banda de tributo, aunque una de lujo, ya que se completa con el guitarrista Zakk Wylde (conocido por su extensa colaboración con el legendario Ozzy Osbourne) y el baterista Charlie Benante (integrante de los iconos del thrash Anthrax). Y es razonable sentir también cierto (o mucho) recelo ante Anselmo, cuya conducta inestable ha sido ampliamente difundida en la era de la internet.

Dicho esto, el Pantera de 2023 hizo lo suyo con profesionalismo y contundencia, incluso cuando el sonido -evidentemente preparado para el grupo principal- no colaboró con sus intenciones y resultó bastante defectuoso. Para ser sincero, Metallica tampoco sonó maravillosamente, al menos desde los asientos de tribuna en la que nos encontrábamos; el SoFi es un prodigio arquitectónico con capacidad para un enorme grupo de personas, pero sigo dudando de que tenga las mejores cualidades acústicas para un evento de esta clase.

Sin poder reproducir los gritos descomunales del pasado, pero con una voz en mucho mejor estado del esperado, Anselmo presentó un compendio de éxitos en el que no faltaron canciones como “Cowboys From Hell”, “Mouth for War, “This Love”, “F… Hostile” y “Cowboys From Hell”, grabadas todas entre 1990 y 1994.

Lo más interesante es que, sin dejar de vociferar esas letras sobre alienación, agresividad y desafio que lo distinguen, el ‘frontman’ se comportó como todo un caballero, evitando esa clase de proclamas fascistoides que empezó a lanzar en cierto momento de su carrera, ya como parte de los grupos que lideró tras la separación de Pantera, y que en su momento menos afortunado, fueron acompañados en el tabladillo por un saludo de tipo nazi y alabanzas al “white power”.

Hace solo unos meses, los conciertos de la banda reformada que estaban planeados para Alemania y Austria fueron cancelados, lo que indica que estas situaciones no han sido olvidadas a nivel internacional. Parece que, para Metallica, no se trata de un gran problema.

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