Columna: Sin trabajo, desesperados y hambrientos esperan en largas filas por comida - Los Angeles Times
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Columna: Sin trabajo, desesperados y hambrientos esperan en largas filas por comida

En una donación de comida de North Hills, más de 1.500 familias recibieron productos alimenticios el jueves.
(Steve Lopez / Los Angeles Times)

Mientras el coronavirus vuelve a surgir, el Banco Regional de Alimentos de L.A. se ve abrumado con gente que trata de mantener a sus familias alimentadas

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Jeanette Allen esperó y esperó en una fila de autos que se extendía por la avenida Haskell y hacia el este en la calle Parthenia hasta la carretera 405, y cuando finalmente llegó hasta la carpa donde distribuían alimentos en North Hills, un voluntario le pidió que abriera la cajuela de su auto.

“El maletero no abre”, dijo Allen, que conducía un sedán Hyundai blanco del 2002.

“¿Quiere que le demos las cosas por la ventana?”, le preguntaron.

Le entregaron cuatro cajas de productos frescos que apiló en el asiento del pasajero. Allen dijo que había recibído un cheque por discapacidad del Seguro Social y tenía sus ingresos como niñera. Pero entonces la madre del niño que cuidaba perdió su trabajo debido al colapso económico y la desempleó.

Jeanette Allen got  four boxes of groceries at the food distribution drive-through at L.A. Regional Food Bank giveaway.
Jeanette Allen, de Van Nuys, recibió cuatro cajas de comestibles (apiladas en el asiento del pasajero) en la entrada de distribución de alimentos el jueves en la donación del Banco Regional de Alimentos de Los Ángeles en North Hills.
(Steve Lopez/Los Angeles Times)
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“Lo extraño mucho”, dijo Allen sobre el niño que cuidaba. “Amo a mi bebe”.

Allen comentó que ella y sus dos hermanas comparten un apartamento en Van Nuys con un presupuesto muy apretado, y esta era la cuarta o quinta vez que había ido para recibir alimentos desde que dio inicio la pandemia. “Cuando pago mis cuentas, termino en bancarrota”, dijo Allen. “Tengo alrededor de $2 conmigo en este momento, y está en monedas”.

El director del Banco Regional de Alimentos de Los Ángeles, Michael Flood, señaló que los totales de distribución de alimentos de su organización sin fines de lucro aumentaron un 70% durante el año pasado. El equivalente a 27.5 millones de comidas se han entregado desde marzo, y aunque se siente gratificante ofrecer la asistencia, Flood dijo: “Es desgarrador tener una larga fila de autos y ver cuántas personas están luchando por alimentar a sus familias”.

El jueves, el banco de alimentos trajo suficiente comida para donar a 1.500 familias que condujeron hasta New Horizons, una organización sin fines de lucro que atiende a personas con necesidades especiales. El día anterior, 2.400 familias fueron atendidas en Whittier.

Los números reflejan nuestro fracaso para manejar el virus, contrario a lo que sucedió en otros países en los que se respetaron las medidas de distanciamiento social y el uso de mascarillas. Aquí dudamos, somos desafiantes y egoístas, con demasiadas personas tomando el liderazgo de un presidente que presionó por una reapertura rápida que ahora nos está aplastando.

Pero hay mucha culpa por parte de todos. California todavía no ha descubierto estrategias coherentes para las pruebas y el rastreo, y los residentes están comprensiblemente confundidos por los mensajes conflictivos y cambiantes del gobernador Gavin Newsom sobre lo que podemos y no podemos hacer.

Entonces, en lugar de disfrutar de cierta libertad el fin de semana del 4 de julio, las playas y restaurantes estuvieron cerrados porque California ha visto un aumento alarmante en nuevos casos y hospitalizaciones. Somos un estado con una crisis de pandemia, no mucho mejor que Arizona, Texas y Georgia, que se apresuraron a reabrir.

Y las víctimas están en sus vehículos, inactivos con miembros de la familia, incluidos niños en asientos para bebés, desesperados por comida para mantenerse un poco más de tiempo.

“Al principio nos metimos en la línea equivocada”, dijo Larry Latham, quien llegó a las 9 de la mañana junto con su esposa Sittit y vio tantos vehículos delante de él que se confundió sobre dónde se suponía que debía hacer fila.

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Finalmente llegaron al frente de la fila a las 11:15. Larry, un técnico de laboratorio de cine sin empleo, dijo que había estado discapacitado y finalmente se aprestaba a regresar a su trabajo cuando la economía se vino abajo. Sittit es un asistente de salud en un hogar y trabaja en promedio dos días a la semana.

Mahdi Tavazoei, un ingeniero mecánico sin trabajo, recogió algo de comida junto con su esposa, Nahid, una estudiante de enfermería. Relató que había estado conduciendo un Uber, pero que lo ha dejado por ahora.

“Tengo miedo del virus”, dijo, y señaló que él y su esposa sobrevivían con sus ahorros. “No tengo trabajo y estoy contando cada dólar”.

Meg Arakelians, una de las trabajadoras en la línea de alimentos, es una asistente de la biblioteca del condado de Los Ángeles que está cerrada debido al virus. Ella y algunos colegas son asignados ocasionalmente para ayudar con estas donaciones.

Arakelians es una de varios trabajadores que recibirían su propia comida al final de su turno. Ella dijo que vive con su hermana y sus padres, y dos de los cuatro están sin trabajo.

“¿Entonces esta donación de alimentos realmente te ayudará?”, le pregunté.

Ella me dijo que la comida no era para su familia; se la iba a entregar a unos amigos.

“Perdieron sus trabajos y tienen dos hijos”, expuso Arakelians, “así que realmente necesitan la ayuda”.

Los voluntarios, algunos de los cuales trabajan durante todo el año, ayudan a hacer del Banco Regional de Alimentos de Los Ángeles la gran organización sin fines de lucro que es. Mi esposa hizo un turno de un día en una donación de comida en Highland Park hace varias semanas y me contó sobre un joven graduado de Cal State Fullerton con el que entabló comunicación, Alexis Jaime, quien le dijo que planeaba trabajar unos 50 turnos como voluntario mientras esperaba recibir noticias de sus aplicaciones de posgrado.

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“Creo que he hecho más de 30 desde principios de marzo”, expuso Jaime cuando llamé para preguntarle cómo iban las cosas. Dijo que las familias de habla hispana se han abierto a él en las líneas de comida para hablar sobre sus dificultades financieras durante la pandemia. Perdieron empleos, horas de trabajo y el equilibrio económico que apenas podían mantener incluso antes de que la economía cayera.

“Esta mujer estaba llorando, diciendo que perdió su trabajo y que pasaba un momento realmente difícil”, relató Jaime, quien ha querido ser médico desde que tenía 10 años y su abuelo murió después de una cirugía intestinal. Su otro abuelo ahora tiene COVID-19, reveló Jaime, y si queda algo de comida, llevará cajas a familiares y amigos para que no tengan que arriesgarse a ir a la tienda.

En la donación del jueves, encontré a tres personas que estaban allí como voluntarias porque tenían tiempo libre después de perder sus empleos.

Allie Rosen, recién salida de la universidad, perdió su trabajo como técnico en Six Flags Magic Mountain. Comentó que primero se interesó en el servicio público en la escuela preparatoria, y que estar en la línea de comida parecía una buena manera de echar una mano.

James Rickman, quien perdió su trabajo como editor de una revista, dijo que se ha ofrecido como voluntario en varias donaciones de comida. Es en parte porque quiere ser útil, señaló. Y también “para ayudar a lidiar con este sentimiento de desesperación”.

A.J. Norris relató que perdió un pequeño negocio de ventas y que ocasionalmente trabaja en el jardín. Con tiempo extra en sus manos, quería “hacer algo para servir a la comunidad”. Cuando le pregunté por qué, dijo: “Porque mucha gente está luchando por sobrevivir”.

La larga fila de autos serpenteante confirmó su evaluación.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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