Muertes misteriosas -algunas de niños- plantean dudas sobre qué tan temprano llegó el coronavirus a California
Un grupo de muertes misteriosas -algunas de las cuales involucraron a bebés y niños- está bajo la lupa estos días, en medio de dudas sobre si el nuevo coronavirus acechó en California meses antes de ser detectado por primera vez. No obstante, ocho semanas después de que el gobernador Gavin Newsom declarara la búsqueda en todo el estado de posibles decesos tempranos y no detectados por COVID-19, el esfuerzo sigue obstaculizado por los límites de la burocracia y las pruebas.
Entre quienes esperan respuestas está Maribeth Cortez, cuyo hijo adulto, Jeremiah DeLap, murió el 7 de enero en el condado de Orange, mientras visitaba a sus padres. El hombre estaba mayormente sano; un viernes sufrió lo que consideraron una intoxicación alimentaria, y fue encontrado muerto en la cama el martes siguiente, ahogado por el líquido en sus pulmones.
Corrección:
7:08 a.m. jun. 22, 2020In an earlier version of this post, Maribeth Cortez was erroneously referred to as Maribeth Ortiz.
China no anunció su primera muerte por COVID-19 hasta cuatro días después. Pero cuando se realizó el servicio funerario de DeLap, el 1º de febrero, las noticias aterradoras sobre un nuevo virus mortal en Wuhan dominaban los medios.
“Todos quienes lo conocían, cuando me hablaban después de que [la pandemia] comenzara, me preguntaban: ‘¿Crees que murió por eso?”, relató Cortez.
“Yo respondía: ‘No lo sé’”.
La mujer sigue con dudas.
Las muestras conservadas de los pulmones de DeLap se encuentran entre los tejidos de más de 40 fallecidos de California, a la espera de una decisión de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU (CDC). Al condado de Orange le pertenecen nueve de los casos, al igual que al condado de Los Ángeles. El condado de Kern identificó dos decesos por causas respiratorias que podrían sugerir COVID-19, ambos de mujeres jóvenes, una de las cuales murió el 21 de diciembre.
Mientras tanto, las entrevistas y los documentos internos muestran que médicos forenses en los condados de Shasta, Sacramento y Santa Clara están analizando los decesos de niños y bebés, en medio del creciente reconocimiento de las tasas de infección por COVID-19 en menores que muestran misteriosos síntomas inflamatorios.
Un hallazgo positivo en cualquiera de los casos podría reescribir drásticamente la narrativa del COVID-19 en Estados Unidos.
Los investigadores que rastrean las mutaciones genéticas del patógeno vinculan su salto de un huésped animal desconocido a los humanos en noviembre pasado. Los primeros episodios documentados en China comenzaron a principios de diciembre.
Era casi mediados de marzo cuando la mayoría de los forenses y examinadores médicos de California comenzaron a evaluar por COVID-19 de forma rutinaria a los fallecidos bajo su jurisdicción, utilizando los hisopados nasales que ahora resultan conocidos y que deben realizarse a los pocos días de la muerte. Incluso entonces, las pruebas se limitaban a una fracción de los casos: aquellos que habían tenido síntomas de insuficiencia respiratoria, viajado a China o fallecido sin testigos.
Para indagar en posibles casos ignorados de COVID-19 es necesario examinar el tejido preservado, una prueba disponible sólo a través de los CDC. A los patólogos de los CDC les tomó meses darse cuenta de que el virus ya había matado a personas en Estados Unidos a principios de febrero. En ese momento, los funcionarios de salud estadounidenses creían que podían controlar la propagación del patógeno al monitorear a los viajeros internacionales y aislar a una docena de individuos que estaban infectados en California y otros cuatro estados.
DeLap, de 39 años, trabajaba como pintor de casas en Basalt, Colorado, cerca del área de esquí de Aspen. Para Navidad había viajado a su ciudad natal en el condado de Riverside, y estaba en casa de los padres de su compañero de cuarto, en el cercano condado de Orange, el 3 de enero, cuando se sintió mal. Pensó que la causa era algo que había comido la noche anterior. DeLap creía que se recuperaría pronto, incluso salió a caminar ese lunes, pero había empeorado nuevamente el martes por la mañana, cuando habló con su madre.
“Le costaba respirar, y le dije que debía ir a emergencias”, comentó Cortez. “Me respondió que me hablaría más tarde, y se fue a acostar”.
El joven hombre fue hallado muerto en la cama horas después, con los pulmones llenos de líquido y el cuerpo todavía ardiendo en fiebre.
El forense del condado de Orange determinó que el deceso de DeLap había sido resultado de una neumonía lobular aguda grave, un pulmón tan congestionado que había duplicado su peso. Pero el forense no identificó el organismo que había causado la infección. La idea de que podría haber sido el coronavirus atormentó a Cortez cuando comenzó a escuchar historia tras historia de muertes similares. DeLap era donante de órganos, por lo cual hace cuatro semanas su madre llamó a la organización que recibió sus tejidos para preguntar si lo examinarían para detectar una posible infección de COVID-19.
Sin que Cortez supiera, el forense del condado de Orange albergaba preguntas similares. La muerte de DeLap es uno de los nueve casos -desde finales de diciembre hasta marzo- que el condado trasladó al Departamento de Salud Pública de California para su consideración. El rango etario de los fallecidos es de entre 33 y 61 años, e incluye a un anciano sin hogar que fue encontrado en su casa rodante, y un joven surfista que colapsó. Las autopsias iniciales atribuyeron sus decesos a congestión en los pulmones, neumonía o coágulos de sangre.
Si la agencia estatal está de acuerdo, los casos se enviarán a los CDC para una mayor revisión antes de analizar el tejido preservado por una posible infección de COVID-19. El médico forense del condado de Los Ángeles envió nueve casos para ser examinados, pero los abogados del condado impiden la divulgación de detalles. El tejido de una décima muerte en Los Ángeles, un chico de 17 años que murió el 18 de marzo, se envió hace dos meses a los CDC para la realización de la prueba de COVID-19. La semana pasada se conoció el resultado, que dio positivo para otros dos virus: neumonía estreptocócica y metapneumovirus humano.
Después de que los CDC confirmaran la muerte de un trabajador de tecnología en Silicon Valley, el 6 de febrero, como la primera conocida por COVID-19 en el país, Newsom pidió a los forenses de todo el estado que busquen posibles casos ignorados desde mediados de diciembre.
Pero los CDC limitan a California -un estado de 39 millones de personas- a entre ocho y 10 casos por semana. El departamento de salud estatal intervino como supervisor entre las morgues del condado y el laboratorio federal.
A fines de mayo, la agencia estatal había enviado sólo dos casos a los CDC y tenía otras 40 muertes bajo revisión estatal.
Dichas restricciones no existían antes de la pandemia de COVID-19. También son nuevas para la Dra. Deirdre Amaro, patóloga forense del sheriff del condado de Shasta, que confía en el laboratorio de los CDC para la realización de análisis de enfermedades infecciosas cuando alguien muere inexplicablemente en su boscosa zona del norte de California.
Amaro fue sacudida este invierno por la muerte consecutiva de dos niños, uno de ellos un bebé, y las noticias locales de otros pequeños enfermos. La especialista convocó a una reunión el 29 de enero con funcionarios de salud y hospitales del condado. Ella recuerda que alguien en la sala teorizó que era un “año severo” para el virus sincitial respiratorio, generalmente conocido como VSR, una enfermedad infantil común que rara vez es letal. “Desde que he estado aquí... nunca hemos tenido casos consecutivos de decesos pediátricos. NO QUIERO practicar patología forense en un entorno donde esa es la norma”, enfatizó Amaro. “El costo emocional/psicológico es demasiado grande”.
Ella ya había enviado tejidos de una de esas muertes pediátricas a los CDC para que sean analizados, cuando el Departamento de Salud de California puso obstáculos. Desde entonces pidió pruebas de coronavirus para otro deceso infantil y está esperando una decisión sobre si los CDC aceptarán los casos.
Los primeros informes de China y California sugerían que había tasas de infección muy bajas de COVID-19 entre los niños. “Lo que ha surgido ahora, por la experiencia de la costa este y Europa, ha sido marcadamente diferente”, expuso la Dra. Roberta Lynn DeBiasi, jefa de la división pediátrica del Hospital Nacional de Niños en Washington, D.C., y coautora de varios estudios sobre COVID-19 y menores.
DeBiasi se encuentra entre los investigadores que en mayo pasado comenzaron a documentar un número creciente de niños hospitalizados por COVID-19 y síntomas normalmente asociados con una condición inflamatoria rara, llamada enfermedad de Kawasaki. Algunos tenían fiebre alta, dolor en las articulaciones y erupciones cutáneas. Otros presentaban dolor abdominal. Un número alarmante mostraba insuficiencia orgánica y daño cardíaco, señaló DeBiasi.
En medio de esos informes, un médico del departamento de salud de California llamó a Amaro, quien, además de las dos muertes que había registrado, le contó de otras: dos bebés enviados del condado de Shasta a hospitales en Sacramento.
El Dr. Chante Buntin, consultor médico del departamento de salud del estado, le escribió al forense del condado de Sacramento expresando interés en esos bebés y niños que habían fallecido con “síntomas similares a COVID o Kawasaki en California, durante el período desde diciembre hasta el presente”. Pero el forense del condado de Sacramento envió un solo caso a los CDC para su análisis, y no proporcionó más detalles.
California no tiene muertes infantiles confirmadas por COVID-19. Los CDC a principios de abril enumeraron tres decesos sospechosos de niños relacionados con el virus en todo el país, pero desde entonces no han actualizado esa información. Sin embargo, la agencia federal de salud alertó a los pediatras para que observen signos de lo que ahora llama “síndrome inflamatorio multisistémico en niños”, o MIS-C, por sus siglas en inglés.
El Departamento de Salud Pública de California no respondió preguntas acerca de su análisis de muertes infantiles, y sólo brindó respuestas limitadas a cuestionamientos más amplios sobre los test post mortem. La agencia proporcionó un intercambio por correo electrónico en el que un epidemiólogo estatal se ofrecía a intervenir en una “avalancha de solicitudes” de los examinadores médicos, departamentos de salud y patólogos de California, que buscaban pruebas de COVID-19 para fallecidos adultos y menores.
El Dr. Shua Chai le dijo a los CDC que California restringiría sus criterios para evaluar a los fallecidos, basándose no en las preguntas que surgían en las morgues, sino para ajustarse al número de casos que tomaría el laboratorio de los CDC. “La capacidad realmente ayudará a impulsar nuestra priorización”, comentó Chai.
En una primera instancia, la agencia federal informó que sólo podía manejar de tres a cuatro casos por semana y que podría demorar hasta dos meses en enviar los resultados. El 1º de mayo pasado, el jefe del equipo de mortalidad por COVID-19 de los CDC sugirió que tomarían hasta 10 por semana.
“No digo que esto sea aceptable por mi liderazgo”, advirtió la Dra. Sarah Reagan-Steiner, líder clínica de la unidad de mortalidad por COVID-19 de los CDC. No hubo respuesta a las repetidas preguntas enviadas a la oficina de asuntos públicos de los CDC durante varios meses con respecto a los testeos post mortem.
La oficina de prensa del Departamento de Salud del estado defendió la dependencia del estado en los CDC y el límite semanal de 10 casos de la agencia federal. Los médicos forenses de otros estados no sólo analizan muchos más muertos, sino que también utilizan otros métodos, como las pruebas postmortem de anticuerpos. También afirmó que los exámenes de los CDC son “altamente especializados y requieren de una validación cuidadosa”. “Otros tipos de pruebas pueden no proporcionar resultados tan confiables como las de los CDC”, señalaron.
En Seattle, el médico forense del condado de King considera la muerte en sí misma como una razón para detectar el virus en el acto, con un hisopo nasal. “El COVID-19 es una infección tan nueva, y probablemente afecta a diferentes personas de distintas maneras”, expuso la forense adjunta, Dr. Sharon Yarid. “Entonces, cualquier fallecido presenta una razón para hacer la prueba”.
El condado de King está indagando en las funerarias para hacer exámenes de sangre y suero de casos más antiguos, en pos de detectar signos de anticuerpos de COVID-19. Los familiares de alguien fallecido sólo tienen que pedir que se efectúe la prueba para detectar el virus.
Las pautas liberales derivaron en la identificación de 58 muertes adicionales por COVID-19, incluidas de adultos jóvenes, y representan más de uno de cada 10 decesos locales atribuidos al virus. La cifra es casi el doble de las 29 defunciones por coronavirus identificadas bajo las políticas más restrictivas del forense del condado de Los Ángeles, aunque el condado tiene más de cinco veces la cantidad de casos de COVID-19 (el forense maneja sólo las muertes violentas, repentinas o inusuales, que representan un porcentaje relativamente pequeño de los decesos totales por COVID-19).
Sin embargo, cuando se trata de examinar tejido preservado, Yarid también está a merced de los CDC. Le ha pedido al laboratorio federal que evalúe una muerte preocupante, ocurrida el 6 de febrero. Hasta la semana pasada, expresó, no había recibido respuesta.
Entre quienes están frustrados por los obstáculos cuando intentan responderse a la pregunta ‘¿Fue por COVID-19?’ están los familiares de un hombre que apareció muerto en un banco de autobuses de Los Ángeles, a fines de enero. La oficina del forense del condado de Los Ángeles clasificó el deceso como “complicaciones por abuso de alcohol”, aunque no había signos de consumo reciente.
El hermano del fallecido, que pidió no ser identificado para preservar la privacidad de la familia, agregó que el forense rechazó repetidas solicitudes de análisis de los restos para detectar una posible infección por COVID-19. “No lo hicieron; realmente no se han librado de esa mentalidad que había en febrero, marzo y principios de abril, de que vivimos en un entorno con escasez de pruebas”, afirmó el hermano del fallecido.
Los supervisores del condado de Los Ángeles citaron tales quejas este mes cuando solicitaron a la oficina forense que efectúe las pruebas de COVID-19 al momento que las familias lo soliciten. Una portavoz del forense declaró que la oficina aún está trabajando en un procedimiento para hacerlo.
No todos los médicos forenses de California esperan que los CDC hagan pruebas para detectar posibles muertes tempranas por COVID-19. “Entonces, descubrimos que había varios casos que no fueron identificados desde el principio... ¿qué nos dice eso?”, se preguntó el médico forense del condado de Ventura, Dr. Christopher Young. “¿Cómo se agrega eso a dónde estamos ahora, en términos de la lucha contra la pandemia de COVID-19?”.
Los funcionarios de San Diego le dijeron a The Times que una revisión en papel de más de 700 muertes no encontró ninguna que cumpliera con los criterios escritos del estado: fallecimientos del 17 de diciembre al 16 de marzo, con signos de insuficiencia respiratoria, fiebre o tos, o exposición conocida a COVID-19 o viajes internacionales.
El condado de San Mateo, parte de Silicon Valley y hogar de los primeros casos de COVID-19 en California, identificó un fallecimiento sospechoso.
Según los correos electrónicos de la agencia, un patólogo del condado revisó el congelador en busca de tejido para enviar a los CDC, y descubrió que las muestras habían sido “desechadas”, junto con tejidos de todos los demás que habían fallecido antes del 11 de marzo.
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