En una tienda departamental de 70 años de antigüedad en la calle Broadway, un hombre con una gorra de los Dodgers entró a abonar $ 150 a su línea de crédito.
“Hola Eduardo, que hay de nuevo”, le saludó Anthony Rocha, el propietario. “¿Cómo están los niños?”
Eduardo Gómez, de 63 años, ha comprado su ropa aquí desde 1972. Aquí cobró los cheques de su trabajo en la planta embotelladora de Coca Cola durante los 32 años que estuvo empleado allí y ha mantenido una línea de crédito hasta su jubilación.
“Era mi entrenador de T-ball”, nos dijo Rocha cuando lo visitamos recientemente.
Rocha, de 35 años, acaba de hacerse cargo de los grandes almacenes de Don José el año pasado, pero sus vínculos con la tienda son mucho más profundos.
Su padre, José, un inmigrante originario de Guadalajara, comenzó a trabajar en la tienda de departamentos que entonces se llamaba Frieden, en 1959, cuando estaba en segundo año de secundaria. Rápidamente se convirtió en gerente y en el rostro de la tienda, con los clientes que hablaban en español y que empezaron a reemplazar a los residentes italianos de Lincoln Heights.
José Rocha saludaba a cada cliente por su nombre y sabía cuándo necesitaban uniformes escolares, botas de trabajo, zapatos antideslizantes para restaurante, pantalones Dickies, los sombreros de ala o Stetsons o Floresheim para una boda o fiesta de quince años. Incluso visitó el pequeño pueblo de San Juan de Abajo, en la costa de México, de donde provienen muchos de sus clientes. Cuando Leon Frieden se retiró en el 2008 a los 91 años de edad, Rocha compró la tienda y la renombró como Don José y la atendió hasta su muerte.
La tienda ha sobrevivido a la era de los grandes almacenes y a las compras en línea, debido a sus raíces en Lincoln Heights - A los clientes les gusta la familiaridad y son fieles a la tienda, porque les gusta su surtido, por la calidad, porque se han ocupado de sus clientes, porque pueden ir caminando desde sus casas, porque han cobrado sus cheques y porque la tienda, dirigida a inmigrantes, le ha dado crédito a aquellos trabajadores pobres que no pueden obtener una Visa o una Mastercard.
Cuando Trump fue elegido después de una campaña con una fuerte retórica contra los inmigrantes latinoamericanos y amenazas de deportar a muchos de ellos, decidimos buscar un vecindario predominantemente latino para tener una idea de cómo los residentes navegaban en esta nueva realidad. Escogimos Lincoln Heights porque era uno de los puntos de entrada para inmigrantes más antiguos de la ciudad, y con frecuencia pasa desaparecibida en comparación con las comunidades latinas más grandes como la vecina Boyle Heights.
Pasamos gran parte del año conociendo los vecindarios; dos de nosotros incluso nos mudamos por algunas semanas. Hablamos con personas mayores y estudiantes, inmigrantes y sus hijos y nietos, recién llegados y residentes de tercera generación, oficiales de policía, maestros, activistas, inversionistas inmobiliarios, propietarios de pequeñas empresas.
Nos impresionó cuán profundas eran las raíces de muchas personas en la comunidad: cuán circunscritas estaban sus vidas a Lincoln Heights, como si se tratara de una ciudad pequeña. Caminaban hacia el trabajo y a las escuelas o tomaban viajes cortos en autobús. Incluso muchos inquilinos e inmigrantes indocumentados habían vivido en apartamentos por décadas. Sus hijos e incluso sus nietos fueron a las mismas escuelas que ellos, Sacred Heart, Cathedral, Lincoln High.
Los inmigrantes indocumentados sintieron temor ante las amenazas de deportación de Trump, y empezaron a cambiar su comportamiento para evitar cualquier contacto con la policía. Pero no fueron solo ellos los que temieron ser deportados. Una profunda angustia se apoderó de los inquilinos que conocimos, incluidos muchos de los residentes chinos que vinieron de Vietnam después de la guerra. Con los precios de la vivienda y los alquileres subiendo, los propietarios querían que desalojaran sus propiedades. Querían nuevos inquilinos de otros lugares con el dinero suficiente como para pagar $ 2500 al mes por un apartamento renovado muy cerca del centro de la ciudad.
Muchos propietarios le dieron la bienvenida a la transformación que el dinero estaba aportando al vecindario, repararon casas y apartamentos deteriorados, elevando el valor de sus propiedades. Pero a otros no les gustaba ver a personas que conocían desde hacía décadas abandonando sus casas: parroquianos de su iglesia, vendedores de tacos, entrenadores en el Lincoln Park,.
Conocimos a residentes chinos mayores en un edificio de residencia única en el que pagaban un poco más de $350 cada uno en alquiler y que enfrentaban el desalojo. En su mayoría son viudas y viudos, que habían vivido en el barrio durante más de 30 años, y ahora en sus 80 y 90 años, con ingresos fijos, no podían permitirse ni siquiera el apartamento más pequeño. Ni siquiera sabían cómo buscar uno. Lo más lejos que viajaban era en el autobús para ir de compras, ver a sus médicos y encontrarse con amigos para tomar el té en Chinatown. Temían que pronto estuvieran viviendo en las calles.
Conocimos a Fidela Villasano en septiembre, en el McDonald’s en North Broadway al que ha caminado todas las mañanas durante años. Ella nos dijo que tuvo que mudarse de la casa donde había vivido desde 1962.
Nnos contó sobre sus paseos dominicales a la iglesia del Sagrado Corazón en Sichel Street y nos mostró el marco de una puerta donde todos los años, en septiembre, registraba la altura de su bisnieto. La marca final fue el año pasado.
Con lágrimas, nos preguntaba si había alguna forma de que ella pudiera quedarse. Que pagaría un alquiler superior a los $ 640 que estaba pagando. Fue difícil verla luchando por entender por qué tenía que irse, buscando una explicación de cualquiera que pudiera o quisiera dársela.
Villasano se fue en enero a una casa de dos dormitorios en Boyle Heights donde vive con otras seis personas. Por la noche, no duerme, porque no se siente contenta en un lugar que no conoce. Durante semanas, siguió yendo a Lincoln Heights con su nieta política, pasando por el McDonald’s y sentándose fuera de su antigua casa.
El mundo está cambiando a su alrededor, y no pueden hacer nada al respecto. Los propietarios obviamente tienen sus propias presiones y objetivos financieros. Es dudoso que cualquier inquilino pague $ 350 por mes durante mucho más tiempo. Y los recién llegados suelen ser jóvenes a los que se les cobra el mismo precio que en la mayor parte de la ciudad. Algunos de ellos expresaron sentimientos de ambivalencia sobre ser parte de una vanguardia que los críticos califican como colonizadores.
No se sabe si las deportaciones masivas llegarán a Lincoln Height. La situación económica para muchos inmigrantes es tan mala aquí, que muchos se preguntan si deberían haber venido, cuando se enteran de que hermanos y primos compran autos y casas agradables en México.
En muchos sentidos, Lincoln Heights todavía recuerda a un Los Ángeles antiguo, donde la gente no tenía que ir muy lejos para asistir a su trabajo, la escuela y el entretenimiento, donde pequeños pueblos como este formaban una ciudad.
Rocha asistió a la escuela Sacred Heart, y a Cathedral High School, al igual que su padre, y al igual que sus propios hijos lo harán. Se unió a la Infantería de Marina y luchó en Irak y Afganistán, antes de regresar aquí para establecerse con su familia. Le gusta que Broadway esté cada vez más limpio, que las fachadas cerradas se estén abriendo. Pero teme que atender a los recién llegados, que vienen con más dinero, aumentará las rentas y provocará el cierre de las tiendas más antiguas. Prefiere ver a esas empresas quedarse y adaptarse a los nuevos tiempos.
Tal como están las cosas, lo viejo y lo nuevo operan en la misma geografía pero a menudo en mundos diferentes. Rocha, como muchos otros, preferiría ver que esos mundos convergieran, y no que el nuevo mundo, simplemente destruyera al viejo.
Credits: Producción por Andrea Roberson