El mundo entero de Fidela Villasano se puso de cabeza.
En agosto, el dueño vendió el pequeño departamento donde había vivido durante 55 años, y el nuevo propietario le notificó que la quería fuera de la propiedad en los próximos meses.
Al igual que muchas personas en Lincoln Heights, esta diminuta mujer de 89 años vivió una época de violencia de pandillas, alta tasas de delincuencia y opresión policial. Nunca pensó que se vería forzada a mudarse por el precio de los inmuebles.
Pero con solo $ 900 al mes que recibe de la Seguridad Social, ¿dónde podría encontrar un lugar para vivir en Lincoln Heights o en Los Ángeles?
La expulsión de Villasano tardó 30 años en gestarse, ya que los intereses de la gente de dinero comenzaron a recorrer las colinas de Silver Lake, Echo Park y Hollywood en busca de buenas inversiones. Rápidamente convirtieron barrios deteriorados, en enclaves artísticos bien equipados para profesionales con Audis e ingresos de seis cifras.
En la última década, la gentrificación llegó más cerca de Lincoln Heights, transformando el centro de la ciudad de Los Ángeles y Chinatown por un lado e Eagle Rock y Highland Park por otro. Para la gente que se quedó, el ‘hipster’ blanco se convirtió en el representante de la invasión. Ahora ese mismo proceso estaba llamando a la puerta de la casa de Villasano de 103 años de edad.
Los Angeles Times pasó meses explorando uno de los barrios más antiguos de Los Ángeles y los bastiones de inmigrantes en un momento de gran ansiedad por las amenazas de la administración Trump de expulsar a inmigrantes que se encuentran ilegalmente en el país. El periódico encontró que el 74% de los residentes que alquilan viviendas en Lincoln Heights, tienen miedo de ser desalojados.
La gentrificación en y alrededor del centro de Los Ángeles, ha convertido a Lincoln Heights en un objetivo prioritario para los inversionistas. Se encuentra a solo una milla y media del centro, con su propio distrito comercial en Broadway. Las vistas nocturnas desde sus laderas, rivalizan con colinas mucho más afluentes de Hollywood Hills o Mount Washington. Y sus calles están llenas de apartamentos listos para ser renovados y de “casas con personalidad” muy solicitadas, para usar el lenguaje inmobiliario: antiguos departamentos victorianos.
Cuando el nuevo propietario de los departamentos de Eastlake Avenue comenzó emitir contratos para desalojo voluntario, Villasano y sus vecinos en las cuatro unidades del edificio se consultaron entre sí para saber si firmarían o no. Israel Jinez dijo que no tenía pensando firmar, pero finalmente lo hizo cuando un vecino aceptó. El nuevo propietario, un hombre de Brentwood, les ofreció $ 20,000 para desalojar y poder renovar los cuatro departamentos sin que hubiera nadie en ellos.
Jinez, que había vivido allí durante siete años, pidió de lapso hasta el 1 de enero para poder buscar un nuevo lugar para él, su esposa y su hija de 2 años.
Buscó en Lincoln Heights y Echo Park, donde había vivido una vez, con la esperanza de permanecer cerca de su trabajo como cantinero y cajero en Hollywood. Un año antes, sin embargo, su empleador redujo sus horas a 60 por mes, por lo que su ingreso era de apenas $ 600.
No pudo encontrar un alquiler por debajo de $ 1,500 por persona, casi el doble del alquiler que pagaba en Eastlake Avenue. Los $ 20,000 cubrirían esa diferencia por dos años y medio.
“No vamos a encontrar nada barato por aquí”, dijo Jinez.
Villasano vivía con su hijo discapacitado. Cuando se mudó por primera vez en 1962, pagaba $ 40 por mes. El año pasado su renta había aumentado a $ 640 por mes. Trabajó durante 35 años en restaurantes mexicanos y la mayor parte del dinero de la Seguridad Social que recibe mensualmente, se lo gasta en el alquiler y algunas facturas.
Después de más de medio siglo, sus rutinas se arraigaron en este vecindario: su paseo diario a McDonald’s por su café de la mañana, la charla de la tarde con su amiga en el patio; el cuidado de la vid que sembró hace décadas; su paseo dominical a la iglesia del Sagrado Corazón. Sus hábitos estaban demasiado enraizados como para ser desarraigados fácilmente.
“No tengo a donde ir”, dijo. “Quiero quedarme donde estoy”.
Nunca entendió exactamente por qué tenía que irse. Su hijo firmó el acuerdo, así que no tuvo elección.
En enero, ella y su familia, encontraron una casa de dos dormitorios en Boyle Heights por $ 2,000. Pero debe subir escaleras y no tiene dormitorio. Por la noche, se acuesta en un sofá, pero se siente desorientada e incapaz de dormir. Durante semanas, regresó todas las mañanas a su antigua casa en Lincoln Heights.
Villasano se detenía en el McDonald’s de Broadway para tomarse su café. Luego, caminaba hacia el patio de su departamento y se sentaba en su silla de plástico para hablar con su vecino y esperar a su perro que se había escapado. Recientemente vio a los trabajadores sacar el fregadero del baño y los cajones de su antigua casa, arrojándolos a la basura.
Chris Vielma, de 36 años, recibe alrededor de 20 llamadas y varias cartas al mes con ofertas para comprar el departamento verde que su padre, un inmigrante de México, compró a una familia italiana en 1967.
Una persona le dijo que quería que la vivienda de 89 años de antigüedad y ubicada a un lado del Freeway 5, fuera la primera casa de su hija y le pidió a Vielma que le pusiera un precio. Otros han ofrecido hasta $ 600,000.
Vielma no tiene pensando irse. Aquí tiene muchos recuerdos: su padre plantó el árbol de mango y los rosales al frente. Aún más fuerte que sus recuerdos, está el hecho de que ama el vecindario y su historia. Solo espera que no cambie demasiado. Muchos de los residentes a su alrededor, incluso en las casas unifamiliares, son inquilinos que no tendrían ninguna opción si alguien quisiera comprar una casa para invertir.
“Estoy a favor de las mejoras, pero ¿cómo podemos hablar de mejoras cuando se están deshaciendo de las personas que disfrutan de estar en esta área, de aquellos que tienen el corazón aquí y realmente trabajan duro para vivir donde están”, dijo.
Otros dicen que el cambio es inevitable. Steve Kasten, un agente de bienes raíces comercial que abrió su oficina en North Broadway hace 35 años, dijo que es natural que Lincoln Heights sea el “nuevo fenómeno” ya que las personas se ven expulsadas de los vecindarios del norte y el oeste.
“Si cambia la composición de la comunidad… ¿deberíamos detenerlo? ¿Cómo podríamos hacerlo?”, dijo. “Esto es una empresa libre, y el mercado dicta lo que la gente quiere”.
La crisis de la vivienda está impulsada por un crecimiento poblacional nacional, con la generación de los Milenios ingresando al mercado de la vivienda y del alquiler, siguiendo los pasos de la Generación X, mucho más pequeña. Al mismo tiempo, la generación anterior, los ‘Baby boomers’, se han quedado en sus casas más tiempo. Todo esto está causando una aguda escasez de vivienda. En Los Ángeles, el alquiler consume el 37% del ingreso promedio del hogar, en comparación con el 27% a nivel nacional.
Mientras que los propietarios de vivienda desde hace mucho tiempo se han beneficiado del aumento en el valor de las propiedades, los inquilinos, muchos de ellos residentes durante décadas en el vecindario, están siendo desplazados.
Algunos se han trasladado a zonas alejadas de la costa, como San Bernardino, Hemet y Victorville, donde se encuentra la última reserva de viviendas relativamente asequibles, o incluso más lejos, a Las Vegas y Phoenix. Algunos se mudan a South L.A., donde los precios no han aumentado tan dramáticamente como lo han hecho en Eastside.
En otros casos, se agrupan más personas en apartamentos más pequeños. Algunos se mudaron a México.
En Boyle Heights, los activistas han protestado contra las nuevas galerías de arte y las cafeterías.
Pero en Lincoln Heights, la tendencia ha encontrado poca resistencia. Cuando Heights Deli & Bottle Shop reemplazó a un popular mercado de carne en Broadway, ofreciendo más de 350 tipos de vinos y cervezas artesanales de máxima calidad, las quejas se mantuvieron dentro de las redes sociales y en las conversaciones del vecindario.
Dave Mull, de 29 años, fue uno de los recién llegados: Un skater de Vermont que trabaja en Trader Joe’s y filma videos de patinaje. En 2015, se mudó a una casa en Moonstone Drive, en el límite de Lincoln Heights, dividiendo la renta mensual de $ 2,400 con sus dos hermanos y otro compañero de cuarto.
Al año siguiente de su mudanza, su casero le subió la renta un par de cientos de dólares, pero en comparación con otras partes de la ciudad, todavía era asequible. Cuando Mull no trabaja, está filmando por el vecindario con sus amigos o pasando el rato en el deli de Heights.
“Siento que mucha gente se está mudando por esta zona”, dijo Mull. Un amigo encontró un estudio, y el compañero de trabajo de su novia encontró un lugar cerca de Daly Street. “Parece que la gente se está saliendo de Silver Lake y Highland Park, porque está dándose el proceso de gentrificación. Al igual que otros recién llegados, sabe que al mudarse aquí ha jugado un papel en el proceso de expulsión de la gente.
Aunque Mull se mudó con su novia a Los Feliz en enero, sus hermanos aún viven en la casa de Lincoln Heights. “Definitivamente es ideal para los patinadores y se las arreglan para estar tan cerca del centro y pagar tan poco”, dijo. Pero “tan poco” es un término relativo cuando personas de tantos medios diferentes están confluyendo en este vecindario.
Yang Ya, de 87 años, estaría en las calles si tuviera que pagar lo que pagó Mull, y casi lo estuvo el año pasado.
Ella vive en una unidad de una sola habitación, de 8 por 15 pies, con baños comunes y la cocina en el pasillo. Su alquiler es de $ 362. La viuda, cuyo esposo fue asesinado en un bombardeo estadounidense en Vietnam, sobrevive con $ 900 que recibe mensualmente de la Seguridad Social.
Cuando Yang, que es china vietnamita, llegó a California desde Vietnam, trabajó en las fábricas de ropa de Lincoln Heights, recortando el hilo suelto por $15 por día.
Cuando se mudó a su edificio en Main Street hace 17 años, su alquiler era de $ 170 por mes. El piso inferior era una fábrica de ropa, con ocho habitaciones de ocupación individual arriba, alquiladas por otros cinco cantoneses, un coreano y un hispano. Ella disfrutaba siendo independiente de su hijo y nuera, con quienes había estado viviendo. Y podía tomar la línea 76 del autobús hasta Chinatown para hacer compras, ver al dentista y al médico, y visitar a sus amigos.
Yang se retiró a los 80 años. En una habitación tan pequeña, su vida fuera del edificio se hizo más importante: sus interacciones con el empleado de abarrotes, cocinar para los necesitados en el templo budista de Broadway y su paseo matutino con amigos por el lago en Lincoln Park.
Hace poco más de un año, la comodidad de los últimos años estalló en su rostro, mientras leía un aviso de desalojo en la puerta de su casa.
El propietario quería modernizar los apartamentos y conseguir nuevos inquilinos que pagaran rentas más elevadas.
La golpeo el pánico. La mayoría de los residentes tenían entre 80 y 90 años y no sabían cómo buscar nuevas viviendas. Uno de los inquilinos más joven, en sus 60 años, buscó apartamentos e informó que el alquiler más barato era de $ 600 a $ 800. “No pude dormir por la noche”, dijo Yang. “Dejé de comer. Pensaba en eso todo el día, todos los días”.
Su hijo y su esposa vivían con sus hijos adultos en un apartamento ya sobrepoblado en Monterey Park. Ella no tendría habitación si se mudaba con él. Temía la idea de perder su independencia.
Afortunadamente, uno de sus vecinos se enteró de que un grupo en la comunidad: Chinatown para el Desarrollo Equitativo, estaba ayudando a los inquilinos de la zona a impugnar los desalojos. Con su orientación, los residentes se reunieron con el propietario para ejercer sus derechos.
Después de meses de negociaciones, el propietario se retiró, lo que les permitió quedarse con un pequeño aumento en el alquiler y una nueva regla que ordenaba que los inquilinos tenían que limpiar las áreas comunes.
La batalla por la gentrificación se ha librado principalmente en los obscuros corredores de los edificios de departamentos de alquiler controlado, como el de Yang.
Casi el 80% de los apartamentos en el código postal que incluye gran parte de Lincoln Heights están bajo la modalidad de renta controlada, lo que significa que los arrendadores solo pueden elevar el alquiler alrededor del 3% cada año a los inquilinos actuales. La ley impone restricciones a los propietarios que buscan desalojar a los inquilinos para cobrar rentas más elevadas.
El monto promedio de renta pagado por los inquilinos en Lincoln Heights es de $ 1,024 por mes, según los datos del censo. Pero el alquiler promedio en el mercado en Lincoln Heights es de $ 2,439, según una investigación conducida por Zillow, un aumento de casi $ 800 en los últimos cuatro años.
Entre las opciones legales disponibles para los propietarios está la conversión de los departamentos a condominios, en cuyo caso pueden desalojarlos legalmente pero deben ofrecer asistencia de reubicación. Los propietarios también pueden tratar de persuadir a los inquilinos para que se vayan voluntariamente, a menudo con pagos en efectivo. Otra opción es reclamar que el inquilino violó los términos del contrato de arrendamiento.
Las pequeñas infracciones que se pasan por alto durante cuando el mercado inmobiliario está débil, a menudo se convierten en un pretexto fácil para un desalojo.
En febrero, 10 meses después de que una firma de bienes raíces de Calabasas comprara su edificio en Sichel Street por $ 1.8 millones, el inquilino Santa Moreno recibió un aviso para “pagar el alquiler o ser desalojado”, alegando que estaba retrasada en la renta.
Moreno, de 51 años, compartía el departamento de una habitación con su esposo, su hija embarazada y el novio de su hija. Pagaban $ 1,030 al mes, más los servicios públicos. Tenían empleos mal pagados -era ama de llaves, su esposo vendía tacos en un carrito- y su hija recibía pagos por incapacidad auditiva. Aunque luchaban por sobrevivir, dijeron que pagaban el alquiler a tiempo todos los meses.
El nuevo propietario presentó un reclamo ante la corte “por incumplimiento de pago”, lo cual es una forma legal de desalojar a alguien que no ha pagado la renta.
Moreno y su familia acudieron a la corte el 9 de junio para mostrarle al juez que el propietario estaba equivocado.
En la corte de justicia del centro, la jueza Lisa K. Sepe-Wiesenfeld se dirigió a los Morenos y a otras 80 personas que habían acudido para impugnar los avisos de desalojo.
“Los insto a considerar seriamente un acuerdo”, dijo. “Pueden ver cuán llena está la sala del tribunal. Algunas personas vienen tres o cuatro veces para que se les asigne un juicio. Han pasado todo el día aquí. Eso significa que se han perdido un día de trabajo, escuela, tiempo con la familia”.
A los propietarios les pidió que llegaran a un acuerdo para que no se queden con un inquilino problemático que no quieren en los próximos años. Les dijo también a los inquilinos que si pierden su caso, sus salarios podrían ser embargados y quedarían atrapados durante 10 años en una lista de “desalojados” que los futuros propietarios mirarían con atención.
Llamaron a Moreno y a su familia. Todos se fueron a la cafetería para negociar con los dos abogados del propietario.
“¿Se van a mudar o se van a quedar?”, preguntó uno de ellos.
“Queremos quedarnos”, dijo Moreno.
“No quieren que te quedes, pase lo que pase”, le dijo el abogado.
Ambas partes volvieron al tribunal para decir que no habían podido llegar a un acuerdo. Moreno intentó mostrarle los documentos al juez, quien le dijo que habría un juicio.
Moreno decidió no pelear y conformarse con el alquiler de un mes gratis y $ 2,000 y salirse a fines de agosto.
El Dr. Bob Baravarian, cirujano de pie y tobillo y fundador de la firma de desarrollo de bienes raíces de Westwood, Neilson Hammer, estaba buscando “barrios nuevos y prometedores”.
En los escaparates vintage de Broadway, vio el potencial de nuevos cafés, bares y boutiques. La franja de una milla de largo todavía estaba llena de tiendas de ofertas, negocios de envíos de dinero, peluqueros, floristas, talleres de reparación de calzado, bares viejos, cafés mexicanos y chinos, restaurantes de comida rápida y cadenas de farmacias. Pero los inversionistas fueron lentamente haciendo incursiones. Primero fue la tienda de botellas de Heights, seguida por la cafetería B Twentyfour y luego un gastropub, Lincoln Kitchen & Tap.
En agosto de 2016, Neilson Hammer compraron un edificio de apartamentos de ladrillo de 20 unidades en Broadway por $ 2.05 millones, el doble del valor tasado de la propiedad. Baravarian dijo que el edificio tenía “una buena estructura” y que era un “desastre interno”. Dijo que el cableado y la tubería eran antiguos y estaban corroídos y aseguró que el edificio debería haber sido destruido hace 20 años.
Baravarian dijo que pensaba reconstruir los apartamentos de rango medio, de fácil acceso caminando a todas las comodidades urbanas que un arrendatario podría querer.
Baravarian reconoció que una renta más alta era la “espada de doble filo de la renovación” y que “se ha ganado un mal nombre en la comunidad, porque ‘estás echando a los inquilinos pobres’”. Dijo que su empresa intenta ayudar a los inquilinos desplazados a encontrar nuevos lugares y les da tiempo.
“Lo hacemos de manera muy amigable; no forzamos a nadie, les damos el tiempo que necesiten para mudarse”, dijo. “A veces lleva meses, a veces les toma tres años…”.
Los inquilinos expulsados del edificio describen una experiencia muy diferente.
Martha Ponce, de 66 años, estaba pagando $ 842 por su apartamento de una habitación que había compartido con su esposo durante nueve años.
Dos meses después de que la firma de Baravarian comprara el edificio en 2016, recibieron un contrato de “efectivo a cambio de las llaves” para desocupar el edificio en 45 días a cambio de $ 1,250.
Ponce quería quedarse en la zona: su esposo de 63 años trabajaba como cocinero cerca de la Facultad de Medicina Keck de USC. Pero no pudieron encontrar nada en su rango de precios.
El propietario había contratado a un administrador de la propiedad, NBK Realty Management de Sherman Oaks, para sacar a los inquilinos. Lena Salameh, supervisora de la propiedad, dirigió el esfuerzo, con un joven que traducía a las personas que hablaban español, dijo Ponce.
“Al principio, ella era muy amable y decía: ‘Debes aceptar porque estos propietarios te ofrecen $ 1,250, y si no lo tomas, no vas a conseguir nada’”, dijo Ponce.
Muchos sintieron que no tenían más remedio que desalojar. Quince de las 20 familias aceptaron los $ 1,250 y se fueron antes de la fecha límite del 15 de diciembre de 2016.
Ponce firmó el contrato, pero se dio cuenta de que no podía encontrar un lugar en ese momento. Se puso en contacto con el mismo grupo de Yang, Chinatown Community for Equitable Development, que la puso en contacto con un abogado de ayuda legal para que le informara sobre sus derechos y negociara con el propietario.
NBK comenzó a publicar avisos en su puerta advirtiéndole que el Sheriff vendría a desalojarla.
José “Pepito” Viramontes Ruiz, de 79 años y su esposa, María Elena Bobadilla Aguilar, de 84, habían vivido juntos en su departamento durante 36 años.
Bobadilla usaba un andador, y Viramontes estaba ciego. Él era cantante de baladas mexicanas localmente famoso, conocido como “Señor Pepe”, y cantaba en encuentros de intercambio y El Amigo Café.
“María y Pepito firmaron los papeles sin saber lo que decían”, dijo Ponce.
La pareja se unió a Ponce, Consuelo Olvera y otros dos inquilinos para luchar por más tiempo y dinero. Colocaron notas en sus puertas pidiendo que NBK no les molestara y que se pusieran en contacto con sus abogados si tenían preguntas. Olvera había firmado el documento para mudarse, pero no sabía lo que estaba firmando, dijo. Fue su hijo quien más tarde le dijo lo que había firmado.
“Me molestaba saber que me había engañado, firmé un papel que no debí haber firmado”, dijo Consuelo Olvera.
Cuando Neilson Hammer le ofreció $ 5,000 para que se fuera, ella acordó con su hijo tomar el dinero.
Los otros también lograron mejores acuerdos con la firma de bienes raíces. Viramontes y Bobadilla recibieron alrededor de $ 20,000, incluidos varios meses de alquiler gratuito. Ponce recibió $ 15,000 y se quedó hasta abril.
Ponce encontró un estudio mucho más pequeño cerca. Ya con los servicios públicos, le cuesta alrededor de $ 500 más por mes. Tuvo que dejar los muebles, una mesa de cristal con sillas, una cómoda, una isla de cocina, porque nada cabía en su nueva casa. Ella y su marido se pelean ahora en los pequeños cuartos. Ella colocó un separador para que no tenga que mirar a la cocina desde su cama. “Aquí siento que estoy en una celda”, dijo “Llevo al perro a caminar. Nunca caminé tanto con el perro, pero tengo necesidad de salir”.
“Viramontes, mientras tanto, ya no canta sus baladas en El Amigo”. Al no poder encontrar nada asequible en el área, él y su esposa Bodadilla ahora viven en Tijuana con su hijo, con la esperanza de poder regresar a sus hogares un día no muy lejano.
Neilson Hammer nunca renovó la propiedad. El 11 de octubre, la empresa la vendió por $ 3.5 millones, una ganancia de $ 1.5 millones, a un grupo de inversionistas. “Creo que el mayor problema para nosotros es que Lincoln Heights realmente no se ha desarrollado de la manera en que pensamos que iba a hacerlo”, dijo Baravarian. “Lincoln Heights aún no ha explotado todavía”.
Producción por Andrea Roberson