Fui al médico para un examen de rutina durante la pandemia. Usted también debería
El mensaje del consultorio de mi médico cayó en mi bandeja de entrada a principios de mayo. Decía: “Según nuestros registros, parece que la siguiente cita debe ser programada”.
Al principio, consideré fingir no haber recibido el mensaje, y no responder. Sí, Los Ángeles estaba levantando sus requisitos de permanecer en casa y comenzaba a abrirse, pero el condado seguía siendo un punto candente para el COVID-19.
¿Podría posponer esto? ¿No sería mejor evitar las clínicas médicas donde otras personas han estado respirando, estornudando, tocando cosas?
Al final decidí seguir adelante con la cita. Las razones involucraban un desastre nacional de salud que pocos han reconocido.
Durante los últimos tres meses, los estadounidenses han estado evitando los hospitales y las clínicas médicas, incluso cuando están enfermos o heridos. En mayo, el Fondo del Commonwealth publicó un estudio que encontró que las visitas al médico en Estados Unidos disminuyeron en un 60% desde mediados de marzo hasta mediados de abril.
Las visitas se han recuperado a medida que la economía se ha ido reabriendo lentamente, pero a mediados de mayo, el número de visitas era “todavía aproximadamente un tercio más bajo a lo que se veía antes de la pandemia”, informaron los investigadores.
Aquí en California, las visitas a la sala de emergencias disminuyeron entre un 40% y un 60% durante el cierre de dos meses, según un informe de este mes realizado por la Fundación para el Cuidado de la Salud de California.
Es probable que haya varias razones para esta caída. La gente está ocupada. Algunos hacen malabares con los trabajos mientras cuidan a los niños en casa. Otros están atascados en la burocracia de obtener el seguro de desempleo.
Las videoconferencias con los doctores han sido una opción al momento de los cierres de mediados de marzo, pero desde el principio, hubo preguntas sobre si el seguro médico ayudaría a cubrir esas llamadas.
Sin embargo, el miedo es un factor importante. Con razón o sin ella, algunos parecen temer que las clínicas médicas puedan ser un conducto para el contagio.
Eso es poco probable. Los consultorios y el personal médico tienen que cumplir con estrictos protocolos de seguridad, dando a estas clínicas una sensación completamente nueva en medio de esta pandemia.
Cuando llegué a mi cita, una enfermera con máscara estaba afuera de las puertas de la clínica, preguntando si sentía algún síntoma y comprobando mi temperatura con un termómetro de frente. Dentro, la sala de espera estaba vacía. Otra enfermera enmascarada me acompañó rápidamente a la báscula para comprobar mi peso.
A diferencia de la época previa a la pandemia, la enfermera me pidió que me quitara las sandalias antes de subir a la báscula, en la que había colocado un trozo de papel protector.
Me tomó la presión sanguínea y volvió a tomarme la temperatura con un termómetro de oído.
Minutos después, mi médico, la Dra. Elizabeth Ko, entró en la habitación. En lugar de estrechar mi mano, juntó las manos frente a su pecho e hizo una reverencia.
“Así es como nos damos la mano”, dijo, y pude detectar una gran sonrisa en su rostro, incluso detrás de su máscara.
En su mayor parte, fue un examen bastante normal, aparte del hecho de que se pasó casi todo el tiempo en una silla a siete pies de distancia. Hablamos un rato, con ella haciendo preguntas sobre mi vida y mi trabajo.
Claramente estaba comprobando mi salud mental. “¿Está durmiendo bien?” Hice todo lo posible para parecer más cuerdo y descansado de lo que probablemente estoy.
Desde los cierres de marzo, la Dr. Ko había estado ayudando a sus colegas con pacientes que padecen COVID-19, tratándolos por video y no en la clínica donde estaba sentado. Cuando California y el condado de Los Ángeles señalaron a principios de junio que se permitiría la reapertura de varios negocios con restricciones, UCLA Health comenzó a enviar correos electrónicos instándome a mí y a otros a hacer citas.
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Recuerdo que durante los exámenes médicos anteriores la doctora me pedía que abriera la boca, en cuyo momento colocaba una lengüeta muy áspera en la lengua y miraba dentro de mi boca.
Eso no ocurrió durante este examen. Mi máscara se quedó puesta, igual que la de ella.
Entonces sacó su estetoscopio.
Mientras revisaba mi corazón, la experiencia me llevó de regreso a mis primeros días de infancia. Recuerdo esos primeros exámenes, cuando la superficie de un estetoscopio parecía tan fría en mi piel, tan clínica. Ahora me parece fascinante que los médicos continúen dependiendo de esa tecnología tan antigua para comprobar algo tan importante como un latido cardíaco.
(Dato histórico interesante: El estetoscopio fue inventado a principios del siglo XIX por un médico francés, un católico devoto llamado René Theophile Hyacinthe Laënnec, a quien le preocupaba colocar su oreja directamente sobre el pecho de una mujer).
Pidiéndome que me recostara, la Dr. Ko me presionó el estómago, revisando la superficie de órganos como el hígado, los riñones y la vejiga.
Me revisó el cuello, que le informé que estaba inusualmente rígido después de tres meses de trabajar con una computadora en la mesa del comedor.
Revisó mi cabeza, bien rapada por mi esposa después de que finalmente cedí y dejé que me cortara el cabello durante el encierro.
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Todo esto sólo tomó unos minutos, pero provocó una reflexión mucho más tarde. Había permitido que mi médico y su enfermera me tocaran directamente. Era la primera vez en tres meses que alguien que no fuera mi cónyuge lo hacía.
El resto de la revisión fue de rutina, con muestras de sangre y orina tomadas. Y eso fue todo.
Unos días después, recibí los resultados de mis pruebas. Estaba bien, aparte de la necesidad de reducir ligeramente mis niveles de colesterol, tal vez un efecto secundario de demasiadas comidas pesadas después de comprar tanta carne al principio de la pandemia.
Cuando era niño, recuerdo que no quería ver al doctor ni sentarme en esas salas de examen, con su iluminación de tubos fluorescentes y sus olores antisépticos. Puedo entender por qué tanta gente quiere evitarlos.
Pero ahora, más que nunca, mantenerse sano es crucial.
Simples análisis de sangre y orina y exámenes directos pueden detectar cánceres tempranos, diabetes, hipertensión y muchas otras enfermedades. La mayoría de estas dolencias pueden hacer que uno sea más vulnerable a COVID-19. O pueden matarlo directamente, sin importar el coronavirus.
Así que deje de fingir. Visitar a su médico podría ser el contacto humano clave que ha estado necesitando todas estas semanas.
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