Trump puede imitar las jugadas de Nixon que fueron impulsadas por el miedo. Pero la historia dice que no funcionará en 2020
Como Nixon, Trump promete restaurar el orden en un momento de agitación. Pero las actitudes sociales han cambiado en 40 años y el alarmismo no expandirá su base
En su primer discurso público sobre el asesinato a manos de la policía de George Floyd y las protestas a nivel nacional, las palabras del presidente Trump dieron un giro ominoso. Llamándose a sí mismo el “presidente de la ley y el orden”, denunció a los manifestantes como una “mafia enojada” que amenazaba a los “ciudadanos que son amantes de la paz”, exigió que los gobiernos estatales y locales “dominaran” a los manifestantes, y amenazó con desplegar el ejército estadounidense contra los ciudadanos.
Es probable que Trump espere seguir las jugadas del presidente Nixon. El ahora presidente ya lo hace, en sentido general, al emplear un lenguaje de silbato para perros: frases e imágenes diseñadas para provocar temores racistas que, sin embargo, conllevan la suficiente ambigüedad como para permitir una negación plausible. “Creo que lo que Nixon entendió”, explicó Trump en 2016, “es que cuando el mundo se está desmoronando, la gente quiere un líder fuerte cuya mayor prioridad sea proteger primero a Estados Unidos”.
Para Nixon, el caos y la violencia de finales de la década de 1960, incluso cuando la policía lo instigaba, proporcionó un recurso para ser explotado. Apoyó a la “mayoría silenciosa”, dijo Nixon, contra los “matones” que amenazan el orden social, ya sean manifestantes que piden justicia racial o el fin de la Guerra de Vietnam. Trump puede creer que las protestas le abren una oportunidad similar. Dos veces tuiteó el martes “MAYORÍA SILENCIOSA”.
¿Puede Trump replicar el éxito de Nixon con esa postura contra los manifestantes? Quizá, pero también hay diferencias importantes entre aquel entonces y ahora que sugieren un mejor resultado.
Comencemos con la proliferación de videos que muestran a la policía matando a afroamericanos. A fines de la década de 1960, en ausencia de evidencia visual, era más fácil descartar las afirmaciones de los afroamericanos de que la brutalidad policial y el racismo blanco generalizado justificaban sus protestas. Esas realidades son ahora una verdad dolorosa para cualquiera con una pantalla de teléfono celular y conciencia.
El país vio al oficial de policía con la rodilla en el cuello de George Floyd: la absoluta calma del oficial, la indiferencia casual a los gritos de detenerse ante los espectadores horrorizados. La súplica superficial de Gary, “No puedo respirar”, repetía los últimos gritos de Eric Garner mientras él también sucumbía a la violencia policial, otra muerte vista por la nación.
La principal preocupación de los negros en este momento no es si están a tres o seis pies de distancia, sino si sus hijos, maridos, hermanos y padres serán asesinados por la policía.
Estos videos se unen a la corriente de muchos otros en esta década: el más reciente de un negro muerto a tiros a plena luz del día cuando dos vigilantes blancos lo confrontaron en una calle residencial tranquila, y de una mujer blanca en Central Park llamando a la policía para informar falsamente que su vida estaba siendo amenazada por un hombre afroamericano que le pidió que le pusiera la correa a su perro.
Otro gran cambio implica la muy disminuida receptividad de muchos blancos a las afirmaciones de que hay algo inherentemente violento y peligroso en los afroamericanos. Si bien una gran cantidad sigue siendo susceptible a este estereotipo, las actitudes raciales de numerosos blancos han cambiado notablemente en los últimos 50 años. La elección de Barack Obama refleja esta tendencia y la aceleró, ya que la decencia que él y su familia proyectaron desde la Casa Blanca desafió las mentiras raciales que muchos blancos han heredado.
Entre los demócratas en particular, los científicos sociales han documentado cambios importantes hacia puntos de vista racialmente igualitarios. Esto probablemente refleja, además de la admiración por Obama, las percepciones negativas de Trump. Al hacer campaña y guiar sobre temas de resentimiento racial, Trump se ha convertido en la cara pública del orgullo blanco. Para muchos blancos, es un rostro feo: mentiroso, absorto en sí mismo y lleno de intimidación.
Nixon era un republicano moderado cuando se postuló para presidente en 1968, con más espacio para presentarse como la encarnación de la rectitud estadounidense, lo que lo ayudó a sacar a muchos blancos del campo demócrata. Trump rara vez ha aumentado su nivel de apoyo público. Su temor por las protestas puede energizar su base, pero es poco probable que la expanda.
Sin embargo, hay una similitud que aún puede desarrollarse y podría cambiar a las personas hacia Trump. A fines de la década de 1960 se produjeron largos períodos de protestas. Hasta ahora, el país ha sufrido menos de 10 días de manifestaciones. Pero existe una probabilidad ominosa de que la agitación de esta semana presagie un verano largo y caluroso.
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No es simplemente que la policía continuará encendiendo las chispas. La pandemia probablemente seguirá proporcionando gasolina. Las personas en comunidades pobres y de color tienen más posibilidades de enfermarse y morir por el coronavirus. Sufren los mayores niveles de pérdida de empleo y los más altos niveles de hambre. También son los trabajadores obligados a arriesgar su salud para mantener la economía en funcionamiento. Hay pocas razones para pensar que el dolor y la dislocación causados por la pandemia disminuirán en los próximos meses.
La agitación prolongada podría hacer que las personas sean más receptivas a la promesa del primer mandatario de imponer la estabilidad y el orden. En 2016, Trump, al explicar cómo su estilo reflejaba el de Nixon, dijo: “Los años 60 fueron malos, realmente malos. Y es en verdad malo ahora. Los estadounidenses sienten que es un caos nuevamente”. A medida que se calienta el verano, estas palabras pueden sonar ciertas con más y más votantes.
Al igual que Nixon, Trump y su campaña dependen de promover una visión de Estados Unidos como encerrado en un conflicto entre personas blancas inocentes y minorías peligrosas. El ahora presidente espera hacer que las protestas sean prueba de esa narrativa.
Pero Trump solo no puede escribir nuestra historia. Hasta ahora, los manifestantes, y el apoyo a ellos, provienen del total de los grupos raciales. Esta es la clave. Las personas de todos los colores deben continuar desafiando públicamente la brutalidad policial y abogar por la igualdad racial. Es lo que hay que hacer moralmente.
Y también es la mejor manera de vencer los esfuerzos de Trump para promover y capitalizar el conflicto racial. Las personas de color no son la amenaza que enfrenta este país. Son los políticos quienes avivan la división para ganar el poder. Juntos, y sólo juntos, detenemos esta amenaza al votarlos fuera.
Ian Haney López es profesor de derecho en UC Berkeley y autor de “Merge Left: Fusing Race and Class, Winning Elections, and Saving America”.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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