UMÁN, Mexico — Poco después de ser encontrado en una escuela secundaria en la península de Yucatán en México, el cadáver de un recién nacido llegó a la oficina del médico forense.
El equipo de autopsia colocó al niño en una balanza -que indicaba 5 libras y 4 onzas- y buscó pistas sobre las causas de su muerte. Abrieron su pecho, extrajeron el pequeño par de pulmones rojizos y los pusieron en un recipiente con agua.
Era un momento y una prueba clave. Si los pulmones flotaban, era de suponer que contenían aire, lo que sugería que el bebé había respirado al llegar al mundo. Si los pulmones se hundían, indicaba que había nacido muerto.
Es uno de los momentos más importantes de cualquier autopsia de un recién nacido en muchas partes de América Latina: una prueba destinada a ayudar a determinar si un bebé estaba vivo cuando llegó al mundo. Si los pulmones flotan, contienen aire, lo que sugiere que el bebé respiró. Si se hunden, fue un mortinato.
Los pulmones flotaron. Y cuando los sumergieron bajo el agua, aparecieron burbujas.
“El feto respiro al momento de nacer”, escribió la forense en su informe, una conclusión que abrió la puerta a los fiscales para presentar cargos de asesinato contra una adolescente llamada Guadalupe.
La prueba “docimasia hidrostática”, mejor conocida como “prueba de flotación”, se remonta al menos al siglo XVII, y todavía hoy es una práctica habitual en muchas partes de América Latina. El Times identificó seis casos en México, El Salvador y Argentina en los que los fiscales se basaron en ella para acusar a mujeres de homicidio y, en algunos casos, influir en los tribunales para condenarlas a décadas de prisión.
En el mundo de la medicina forense y la investigación criminal, la prueba de flotación destaca por su sencillez.
Sólo que hay un problema: puede equivocarse fácilmente.
El aire y otros gases pueden entrar en los pulmones de un bebé nacido muerto de múltiples maneras: cuando el feto es presionado a través del canal de parto, durante los intentos de reanimación, durante la descomposición, incluso a través de la manipulación ordinaria del cuerpo. Cuando esto ocurre, los pulmones pueden flotar, aunque el bebé nunca haya respirado.
En raras ocasiones, los tribunales de América Latina han reconocido los peligros de confiar en la prueba de flotación. Pero eso no se ha traducido en cambios en el uso de dicha prueba.
El Dr. Gregory Davis, patólogo forense de la Universidad de Kentucky que ha estudiado la prueba, dijo que en muchas de las muertes nunca se podrá saber la verdad.
“Es una prueba inválida que se ha ganado un barniz de fiabilidad”, dijo.
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Hay pocas estadísticas sobre cuántas mujeres en América Latina han sido procesadas por la muerte de sus hijos recién nacidos. Las solicitudes de registros públicos realizadas por activistas en México sugieren que hay al menos tres condenas al año.
Aún menos estudiado es la frecuencia con la que la prueba de flotación es un factor decisivo en estos casos.
En El Salvador, Jocelyn Viterna, socióloga de Harvard que estudia los derechos reproductivos, ha revisado 59 casos de mujeres acusadas de matar a sus hijos recién nacidos entre 1998 y 2017. Al menos 38 de ellas fueron condenadas.
Dijo que la prueba de flotación se utilizaba de forma rutinaria y que en sus conversaciones con los fiscales de El Salvador se referían a ella como el “estándar de oro”. El director del instituto forense del país declinó una solicitud de entrevista.
El aumento de este tipo de procesamientos en El Salvador, que comenzó a finales de la década de 1990, surgió de un movimiento militante contra el aborto, dijo Viterna, y ha sido impulsado no por las pruebas, sino por la creencia generalizada entre las autoridades de que las mujeres querían escapar de las responsabilidades de la maternidad.
“A pesar de la diversidad de situaciones, la inmensa mayoría detiene a las mujeres y da exactamente la misma historia sobre la culpabilidad de la mujer”, dijo.
En opinión de Viterna, casi todas son inocentes.
Muchas de las mujeres acusadas son pobres y dan a luz en casa, a menudo solas, y aseguran que no sabían que estaban embarazadas, lo que algunos fiscales consideran increíble.
Aunque es raro que las mujeres den a luz sin darse cuenta de que están embarazadas, los expertos dicen que la obesidad, los ciclos menstruales irregulares y la ignorancia sobre el sexo lo hace probable. En un estudio realizado en 2002 sobre los partos en el área de Berlín, los investigadores alemanes descubrieron que ocurría en aproximadamente uno de cada 2.500 nacimientos.
Además, la falta de atención médica aumenta el riesgo de complicaciones durante el parto y de que el bebé nazca muerto, pero los fiscales rara vez lo han reconocido a la hora de presentar cargos por asesinato.
Guadalupe es hija de padres divorciados y una de tres hermanos, y creció pobre en Umán, un municipio de 70.000 habitantes cercano a Mérida, la capital del estado de Yucatán. Ella habló con la condición de ser identificada sólo por su segundo nombre.
Aunque había sido sexualmente activa y se había dado cuenta de que había ganado peso, dijo que no tenía idea de que estaba embarazada cuando una mañana de octubre de 2019, corrió al baño de su escuela con lo que pensó que era un dolor de estómago.
En su relato, escuchó un ruido sordo cuando su hijo golpeó el inodoro. No lloró ni se movió. Necesitaba ponerlo en algún sitio y, en su pánico, la papelera que estaba al lado del inodoro le pareció la mejor opción. Entonces se desmayó.
“No supe cómo reaccionar”, dijo Guadalupe, que tenía 17 años en ese momento. “Me quedé en shock”.
El personal de la escuela, así como el padre, la abuela y el hermano de Guadalupe, dijeron a las autoridades que no sabían que estaba embarazada - declaraciones que los fiscales utilizaron para reforzar su caso de que ella había planeado secretamente matar a su hijo y lo había tirado a la basura “como si fuera un objeto sin valor”.
Aunque la doctora Diana Carolina Balam Xool, médico forense, se basó en la prueba de flotación para descartar un mortinato, concluyó, a partir de un pequeño corte y un hematoma en el labio inferior del bebé, que éste había sido asfixiado.
La doctora Lee Marie Tormos, médico forense del condado de Palm Beach (Florida), que revisó el caso para el Times, dijo que el hematoma podría haberse producido durante un parto traumático y que “en sí mismo no explica la muerte del bebé”.
En cuanto al hecho de que los pulmones flotaran, dijo que esa prueba arrojaba poca luz sobre si el bebé había nacido vivo.
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Algunos historiadores atribuyen al médico de la época del Imperio Romano, Galeno, el concepto de la prueba de flotación.
Los científicos llevan siglos advirtiendo que la prueba docimasia hidrostática no es fiable.
Después de que el Dr. Theodric Beck -que escribió el primer gran libro estadounidense sobre medicina forense en 1823- descubriera en un experimento que los pulmones de un bebé nacido muerto habían flotado, concluyó que “la mera flotación no es prueba de que el niño haya nacido vivo”.
En la edición de 2004 del clásico europeo “Knight’s Forensic Pathology”, los autores escribieron que les “entristecía contemplar el número de mujeres inocentes que fueron enviadas a la horca en siglos anteriores por el testimonio de médicos que tenían una fe ciega en esta burda técnica”.
Y en una carta de 2020 solicitada por National Advocates for Pregnant Women, una organización sin ánimo de lucro con sede en Nueva York que ha ayudado a defender a mujeres estadounidenses acusadas de matar a sus hijos recién nacidos, 25 científicos forenses escribieron que la prueba docimasia hidrostática “no es una prueba científicamente fiable ni un indicador de un nacimiento con vida”.
Averiguar si un bebé nació vivo es una tarea complicada que, según los expertos, debe incluir una serie de pruebas, como el examen de los pulmones con un microscopio para ver si los sacos de aire están uniformemente dilatados. Las radiografías también pueden ser útiles para mostrar si el aire está distribuido uniformemente en los pulmones.
La médico forense del caso de Guadalupe no mencionó ninguna de las dos pruebas en su informe de la autopsia ni en su declaración a los fiscales. Les dijo que basó su conclusión en la prueba de flotación y en una inspección visual de los pulmones. Ni su oficina ni los fiscales respondieron a las solicitudes de comentarios.
Sin embargo, las investigaciones han revelado que, en el caso de los nacimientos en hospitales -en los que se sabe cómo se manipuló el cuerpo y no hay indicios de descomposición-, la prueba docimasia hidrostática puede ser válida. Eso ha llevado a algunos expertos a decir que puede ser útil cuando se utiliza junto con otras técnicas.
“Se cometen errores, absolutamente, y hay gente inocente en la cárcel por ello, pero a veces puede ser muy útil”, dijo el Dr. Michael Baden, antiguo jefe de los médicos forenses de la ciudad de Nueva York. “A la hora de hacer un diagnóstico, normalmente un médico no se basa en una sola cosa”.
Davis, el patólogo de la Universidad de Kentucky, cuestiona esa lógica.
“Si no te basas en ella, ¿por qué la utilizas?”, ha dicho. “Habla de una cadena de fallos que al final lleva a un accidente de avión”.
En América Latina, expertos de alto nivel como el Dr. Fernando Octavio Flores Reyes, presidente de la asociación de medicina forense de México, entienden los problemas. Pero algunas oficinas de médicos forenses carecen de tecnología más precisa.
“Muchas veces los compañeros tienen que recurrir a la prueba más utilizada que es la docimasia hidrostática”, dijo.
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Los tribunales de múltiples países han exonerado a las mujeres tras determinar que se había dado demasiada importancia a la prueba de flotación y se les había enviado injustamente a la cárcel.
Una de esas mujeres fue María del Carmen Viera, que tenía 26 años y ya estaba criando a cuatro hijos sola cuando dio a luz en su casa en una zona rural de la provincia argentina de Corrientes en 1999. Declaró que su hijo estaba silencioso e inmóvil y que horas después informó de la muerte al personal de un hospital.
A continuación, celebró un velorio antes de enterrar al bebé dentro de un gallinero.
Un vecino de 17 años que observó todo alertó a las autoridades, que llegaron a la casa de Viera y desenterraron una caja con el recién nacido.
El médico forense se basó en la prueba docimasia hidrostática, los pulmones inflados y el hallazgo de gas en el estómago para concluir que el bebé había nacido vivo y -basándose en una fractura de hueso en el cuello- determinó que la causa de la muerte fue estrangulamiento. El examinador quería estudiar los pulmones y el cuello con un microscopio, pero un superior dijo que no se disponía de los instrumentos necesarios y negó la petición.
Un tribunal condenó a Viera a cadena perpetua.
Podría haber muerto en la cárcel, pero unos años después un funcionario de la oficina del defensor del pueblo se reunió con ella en prisión y le llamó la atención su insistencia de que era inocente.
El funcionario envió la autopsia para que la revisara un equipo de forenses, que determinó que el hallazgo de estrangulamiento era “infundado e imprudente” y que se había dado demasiada importancia a la prueba docimasia hidrostática.
Basándose en esa revisión, un tribunal superior dictaminó en 2013 que no había habido pruebas de que el bebé hubiera nacido vivo y ordenó la liberación de Viera.
En 2019, ella y su familia recibieron unos 45.000 dólares de indemnización por los 13 años que pasó en prisión.
En un caso diferente, un tribunal de El Salvador condenó en 2011 a María Teresa Rivera a 40 años de prisión por matar a su hijo recién nacido arrojándolo a una letrina.
Rivera, que tenía 28 años en ese momento y había estado viviendo cerca de la capital y trabajando en una fábrica de ropa, afirmó que no tenía ni idea de que estaba embarazada y que simplemente se había despertado con dolor y había ido a la letrina.
“Sentí que algo me bajó”, dijo. “Cuando me limpio pues estaba lleno de sangre”.
Mareada, se dirigió al dormitorio que compartía con la madre de su expareja. Lo último que recuerda es que la mujer mayor la encontró en el suelo.
Cuando Rivera recuperó la conciencia, estaba esposada a una cama de hospital.
“Me dijeron que estaba detenida porque había matado a mi hijo. Yo les dije que no había matado a nadie”.
Esa tarde, un médico forense realizó una prueba docimasia hidrostática positiva. Aunque la autopsia determinó que el recién nacido había muerto por complicaciones repentinas durante el parto, el tribunal concluyó -sin pruebas- que se había asfixiado con las heces de la letrina.
“No hay duda que el bebé nació con vida”, dijo el tribunal en su sentencia, dictaminando que Rivera tuvo que saber que estaba embarazada y que quería deshacerse del bebé.
Pasó los siguientes cuatro años en prisión, donde otras reclusas la llamaban asesina.
Luego, en una apelación de 2016, dos expertos forenses y un pediatra testificaron que el médico forense se había basado indebidamente en la prueba docimasia hidrostática.
El propio médico forense testificó que los fiscales no habían pedido un examen microscópico de los pulmones porque “son caros, no se puede hacer para todos”.
El tribunal ordenó la liberación de Rivera, diciendo que “no podemos ser irresponsables y limitar el derecho fundamental a la libertad con pruebas que no son fiables.”
De vuelta a su ciudad natal, Rivera luchó por encontrar un trabajo. La gente le escupía a la cara cuando iba al mercado. Le concedieron asilo en Suecia, donde ahora vive con un hijo de 17 años y trabaja como auxiliar en una residencia de ancianos.
A menudo piensa en la edad que habría tenido su otro hijo si hubiera vivido.
“Aun no me puedo quitar de la mente que quizás pude haber hecho algo”, dijo.
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Los bebés pueden morir en los primeros minutos de vida por diversas razones. En Estados Unidos, en 2019, poco más de 3.000 recién nacidos sobrevivieron menos de una hora, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Los expertos afirman que este tipo de muertes son casi con toda seguridad más comunes en países con peor atención médica.
“Hay muchas cosas que pueden ocurrir repentinamente durante el parto y que ponen en riesgo al bebé”, afirma Joy Lawn, experta en muerte neonatal de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “Hay que tener un sentido de la urgencia y estar vigilando”.
En lo que, según académicos y activistas, refleja un afán de persecución, los tribunales han ignorado a menudo esas posibilidades.
Ese parece haber sido el caso después de que Isabel Hernández Contreras diera a luz en su casa a una hora de San Salvador en 2013.
La policía que acudió a su llamado encontró a Hernández, que entonces tenía 18 años, sangrando en la calle y, más tarde, ese mismo día, a su bebé muerto en una fosa junto a su casa. Fue condenada por asesinato y comenzó a cumplir una pena de 30 años de prisión.
Basándose en la prueba docimasia hidrostática, el médico forense determinó que el niño había respirado. Pero eso no estaba en discusión.
Hernández dijo que su bebé nació vivo, pero que murió poco después. Ella cortó el cordón umbilical con un cuchillo.
“Suspiró y a la misma vez hizo como que se estaba ahogando, y no pude hacer nada”, dijo.
En cuanto a cómo acabó en la fosa, Hernández lo calificó como “el gran error que hice”.
“Yo me preocupé de que la policía iba a pensar que yo había matado a mi bebé. Entonces yo lo escondí a él. Yo lo escondí, pero en mi mente no tenía claridad”.
El médico forense concluyó que la causa de la muerte fue asfixia “por el material de la fosa”.
Fausto Rodríguez, un patólogo de la UCLA que revisó la autopsia para el Times, dijo que no vio ninguna evidencia para llegar a esa conclusión. Calificó la autopsia de “muy mal hecha” y reprochó al médico forense que no examinara los pulmones con un microscopio ni buscara anomalías genéticas que pudieran explicar una muerte natural.
Hernández pasó casi nueve años tras las rejas.
Fue liberada en enero después de que la oficina del presidente conmutara su sentencia, que, según el tribunal supremo del país, había sido dictada en el marco de una tendencia de aumento de los castigos para las mujeres que “no cumplen con el rol social de ser madre que se les ha asignado en una sociedad patriarcal”.
Hernández está ahora de vuelta con su familia y tomando clases de cosmetología.
“Yo me culpaba por no poder salvar a mi bebe”, dijo. “Si me duele todavía porque claro, era mi primer bebé”.
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Un caso de presunto infanticidio en América Latina ha recibido más atención que ningún otro: el procesamiento de Manuela.
Su nombre real -Manuela es un seudónimo utilizado en los documentos judiciales- nunca se ha hecho público. Pero su historia se ha convertido en un grito de guerra para las feministas.
En 2008, su madre la encontró inconsciente en su casa de un pueblo del noreste de El Salvador. Después de que los médicos de un hospital determinaran que había dado a luz a un bebé, uno de ellos alertó a las autoridades, que encontraron el cuerpo en descomposición del recién nacido en una fosa séptica.
Fue declarada culpable de asesinato y condenada a 30 años de prisión, donde murió de cáncer en 2010 a los 32 años.
Los grupos de defensa continuaron con su caso, que finalmente llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Entre las pruebas que consideró estaba el testimonio de un experto según el cual el resultado de la prueba de flotación carecía de valor porque podía explicarse fácilmente por los gases de descomposición.
En una decisión histórica el pasado mes de noviembre -13 años después de su condena- el tribunal consideró que las autoridades habían violado la presunción de inocencia de Manuela al pasar por alto una razón más plausible para la muerte de su bebé: Manuela había sufrido una preeclampsia grave, una enfermedad que afecta a las mujeres embarazadas y que puede provocar un parto repentino y la muerte del bebé.
El fallo dio energía a los activistas que han estado trabajando para ayudar a las mujeres encarceladas que dicen haber sido condenadas injustamente.
En El Salvador, a varias mujeres condenadas por matar a sus recién nacidos se les ha conmutado la pena y han quedado en libertad.
En Argentina, Natalia Saralegui Ferrante, profesora de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que ha localizado a mujeres mediante búsquedas en Internet de sentencias judiciales por palabras clave como “feto” y otras, espera que las autoridades se interesen más por encontrar más casos y corregir las injusticias.
“¿Cuántas hay en total hoy? Nadie lo sabe”, dice Saralegui, que recientemente publicó un libro sobre siete mujeres condenadas por matar a sus recién nacidos. “No hay ninguna oficina nacional que haya hecho de la búsqueda de estos casos parte de su agenda”.
En 2010, Las Libres, un grupo feminista de México que entrevistó a mujeres en prisión para encontrar a las madres acusadas de matar a sus bebés, presionó con éxito al estado de Guanajuato para que disminuyera su pena para estos casos, un esfuerzo que llevó a la liberación de al menos ocho mujeres.
“En Guanajuato conocemos estos casos porque los hemos buscado”, afirma Verónica Cruz, una de las fundadoras del grupo. “Y eso significa que estos casos pueden ocurrir en todo el país”.
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De vuelta en Umán, Guadalupe ha estado libre mientras su caso avanza en el sistema legal.
A diferencia de muchas mujeres en su situación, tiene un abogado defensor privado, René Ramírez, que aceptó tomar el caso después de que un periódico local escribiera sobre ella -sin usar su nombre- y un defensor de los derechos de las mujeres viera la historia.
Un tribunal federal está estudiando actualmente la posibilidad de detener el proceso penal sobre la base de una moción de Ramírez que argumenta que se violaron los derechos de Guadalupe porque los defensores públicos asignados originalmente al caso no la representaron adecuadamente.
Para argumentar que el presunto asesinato fue premeditado, los fiscales han acusado a Guadalupe de cortar el cordón umbilical con un objeto afilado que, según dicen, debió llevar consigo al baño. Ramírez dijo que los fiscales no han ofrecido pruebas de que Guadalupe hubiera cortado el cordón, que también puede romperse por sí solo.
Mientras Guadalupe espera una decisión, vive en una pequeña casa con su padre y cuatro perros, y duerme en una hamaca en una habitación casi vacía. Está tomando clases en una universidad cercana para convertirse en maestra de primaria. Cuando no está haciendo tareas o estudiando, se reúne de vez en cuando con sus amigos.
Su familia enterró al bebé en un cementerio que se encuentra a 20 minutos caminando de su casa. Ella y su padre lo llamaron Jorge Armando, en honor a su abuelo.
De vez en cuando deja velas junto a la tumba de su bebé.
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