Las lágrimas, el miedo y el pánico se apoderan de China, mientras se propaga el coronavirus
Las ciudades silenciosas se asientan en una blanca niebla invernal que borra el cielo, mientras los equipos médicos corren hacia una epidemia
BEIJING — El hombre estalló en un grito en el último segundo mientras los trabajadores médicos abordaban un autobús que se dirigía a Wuhan: “Wang Yuehua, ¡te amo!”, sollozó, jadeando, mientras su esposa se unía a un equipo de operarios de emergencias que se dirigía al epicentro del nuevo coronavirus mortal, que ha cobrado la vida de al menos 100 pacientes e infectado a más de 4,500 personas en toda China.
Los casos reportados aumentan todos los días; más del 60% de ellos ocurrieron sólo en las últimas 24 horas.
Una enfermera le dio al hombre unas palmaditas en el hombro mientras bajaba la cabeza, agitado. Otra mujer se acercó y le murmuró algo mientras lloraba: “Lo sé, lo sé; no puedo controlarlo”.
La enfermera a su lado también comenzó a llorar, limpiándose la cara mientras el autobús se alejaba, cargado de colegas y seres queridos que se aventuraron en un peligroso viaje hacia una epidemia.
Al menos 15 trabajadores sanitarios resultaron infectados y uno murió después de tratar a pacientes con coronavirus en Wuhan.
El grupo de 52 integrantes partió desde Henan en autobús el domingo, según un informe de la Universidad de Henan, y se unió a más de 6,000 trabajadores médicos que fueron enviados desde todas las provincias, excepto Tibet y Hubei (donde se encuentra Wuhan) para asistir a los médicos y enfermeras en el epicentro del brote.
La pena compartida, la sospecha y las tensiones multiplicadas se apoderaron de esta nación. Desde que el gobierno de China quedó a cargo de la respuesta central para combatir el virus, la semana pasada, los medios estatales han transmitido un flujo constante de informes inspiradores sobre chinos heroicos que se unen para luchar contra el enemigo invisible, confiando en el liderazgo del partido.
Una y otra vez, el gobierno repite: Confíen en nosotros, tengan calma, laven sus manos, quédense en casa.
Pero fuera de pantalla, la guerra contra el virus en China es sombría. Las ciudades silenciosas se asientan en un smog blanco invernal que impide ver el cielo; sus calles silentes y vacías contrastan con los atestados hospitales, donde los médicos y las enfermeras colapsan porque carecen de equipos o habitaciones para los pacientes que se agolpan fuera de sus puertas.
En las zonas rurales, muchos bloquean y protegen las entradas de las aldeas para evitar la entrada de personas ajenas, especialmente provenientes de Hubei.
Para aquellos en China, y especialmente en Wuhan, la inquietud del tiempo se ve agravada por la incertidumbre sobre lo que dice el gobierno, en base a la experiencia pasada de reportes inexactos sobre los números de muertes y las tasas de infección en otras tragedias prevenibles, como el SRAS y la hambruna del Gran Salto Adelante.
El comisionado nacional de salud, Jiao Yahui, expresó en una conferencia de prensa, el miércoles en Beijing, que el problema de las camas insuficientes en los hospitales era una cuestión de “gran importancia” y “preocupación nacional”, y agregó que dos centros médicos están en construcción y deberían proporcionar 2,300 camas nuevas cuando se inauguren, a principios de febrero.
Se supone que otros hospitales en Wuhan también abrirán espacio a los pacientes, comentó Jiao, con otras 10,000 camas en total; “más que suficiente” para casos sospechados y confirmados.
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Pero el virus se está propagando, y los residentes en Wuhan con familiares enfermos afirman que no les están realizando las pruebas de diagnóstico y que no hay espacio hospitalario para sus parientes, incluso cuando los médicos les dicen que probablemente estén infectados con el nuevo virus.
Una mujer en Wuhan de apellido Sun, de 32 años, relató en una entrevista telefónica que su esposo, de 34 años, está enfermo desde el 15 de enero, primero con fiebre y tos, luego con una infección pulmonar que un médico le dijo que probablemente fue causada por el coronavirus.
“Por supuesto, no podíamos suponer que era algo tan malo. No lo sabíamos”, señaló Sun, y agregó que su esposo trabaja en el distrito Hankou, de Wuhan, donde se encuentra el mercado de mariscos Huanan, la fuente sospechosa del brote de coronavirus.
El hombre incluso asistió al banquete del Año Nuevo Lunar de su compañía, cerca de ese mercado, relató Sun, cuando los funcionarios chinos aún afirmaban que el virus no era transmisible entre humanos.
Desde entonces, sus síntomas han aumentado de fiebre alta, tos y fatiga a problemas respiratorios.
Los padres de Sun, que viven con ellos, también tienen fiebre.
En las zonas rurales, muchos bloquean y protegen las entradas de las aldeas para evitar la entrada de personas ajenas, especialmente provenientes de Hubei.
Publicaciones desesperadas en línea surgen a diario, de algunos que piden ayuda porque sus familiares enfermos no tienen espacio en los hospitales.
El miedo asoma incluso entre las personas sanas, potenciado por la proximidad de la muerte, la fragilidad de sus seres queridos y, sobre todo, por lo desconocido: de dónde viene el virus, cómo cambia, cómo se propaga, si uno lo tiene o no, y si las autoridades están contando toda la verdad.
Hoy en día, este es un país de ojos inquietos que se asoman por encima de las máscaras quirúrgicas.
Su madre, de 65 años, desarrolló una infección pulmonar, y su padre, de 67, quien tenía problemas de salud preexistentes, como diabetes y presión arterial alta, tiene un perfil similar al de las víctimas de coronavirus de edad avanzada que han fallecido.
Durante todo este tiempo, Sun no logró que le hicieran la prueba del coronavirus a su familia, comentó, porque los médicos dicen que no tienen equipos de prueba.
Sin la confirmación de si su esposo tiene el virus, su muerte no se informará como un nuevo caso de virus o como fatalidad.
Pero ahora su prioridad sólo es llevarlo a un hospital, sin importar cómo el gobierno quiera clasificarlo.
Hace diez días, Sun llenó una solicitud para la hospitalización de su marido.
Desde entonces, la ciudad ha designado centros médicos específicos para pacientes sospechosos de poseer coronavirus. Eso significa que primero debe registrarlo en un comité vecinal, que luego informa el nombre del sitio de tratamiento.
Todos los días vive en un laberinto desconcertante: el hospital le dice a Sun que el nombre de su esposo no figura en la lista. Ella va al comité, que insiste en que lo informaron.
Regresa al centro médico, que insiste: sin nombre. Vuelve al comité y repite el ciclo.
Mientras tanto, su marido no puede recuperar el aliento.
“Le hemos dicho esto al hospital, y ellos contestan: ‘No podemos hacer nada’”, aseguró.
Todos los días vive en un laberinto desconcertante: el hospital le dice a Sun que el nombre de su esposo no figura en la lista. Ella va al comité, que insiste en que lo informaron. Regresa al centro médico, que insiste: sin nombre. Vuelve al comité y repite el ciclo.
Mientras tanto, su marido no puede recuperar el aliento.
“Le hemos dicho esto al hospital, y ellos contestan: ‘No podemos hacer nada’”, aseguró.
Sun compró un dispositivo de oxígeno que le ayuda a respirar, el miércoles, y está leyendo su manual de instrucciones. Hace dos días, envió a su hija de tres años al departamento de su hermana; prefirió separarse de su pequeña en lugar de arriesgarse a que enferme.
En casa, Sun se aísla en una habitación separada de su esposo, madre y padre afectados. La mujer pide ayuda en línea varias veces al día.
Ayer, su hija también comenzó a tener fiebre.
La redactora de planta de The Times Cindy Chang contribuyó con este artículo.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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