“Quiero que me entierren con la música de dos mariachis y una banda”, el último deseo de Flor Silvestre
La ilustre actriz y cantante hoy está al lado del gran amor de su vida, pero un día nos habló de lo que sería su muerte y de su propio entierro con la naturalidad y la sabiduría de alguien que dirime fríamente la diferencia que existe entre el ser y el no ser
Datos conocidos. La fecha de su nacimiento y la de su muerte. Su nombre civil y su denominación artística. Sus cinco hijos. La cantidad de películas en que trabajó. Sus co-estelares frente a las cámaras. Los discos grabados. La trayectoria artística. Su domicilio en Zacatecas. Sus problemas de salud. Las anécdotas de cómo ingresó a la industria del espectáculo. Su origen y lo demás. Los premios. Todo eso está en Internet. Todo se ha dicho y repetido a raíz de su partida este 25 de noviembre.
Sin embargo y desde un rincón de nuestro archivo, de la última entrevista que le hicimos para redactar su biografía oficial nos queda esa dimensión humana, cotidiana e informal en que incurrió espontáneamente al recordar lo que para ella fue tan recurrente y tan indispensable como el aire que se respiraba.
La recordamos en su mesurado tono de dueña de casa compartiendo con nosotros el pan familiar en su cocina de El Soyate, su refugio en Zacatecas, su zona cero, junto a la imponente figura de su esposo y compañero Antonio Aguilar en un fin de semana que se nos graba a fuego y para siempre.
Cuando cumplió sus 90 años el pasado 16 de agosto, ella pidió que tomaran ‘película’ de la celebración, pensando que ese sería el último festejo de su vida
Pero esta vez, situados frente a la necesidad de mostrarla ya inmersa en su entrañable e íntima soledad vital, el cuadro es otro y muy distinto, pese al cariño enorme de sus hijos, pese a la fama y pese a todo convencionalismo.
La que tenemos frente a la grabadora es la mujer, el ser humano, la emoción que estalla sin que lo propongamos, la respuesta que surge desde lo más profundo de su sentir, la mujer que se anticipa a su final destino terrenal y habla de su muerte y de su propio entierro con la naturalidad y la sabiduría de alguien que dirime fríamente la diferencia que existe entre el ser y el no ser, y expresa su última voluntad.
Obvio: en esta instancia no es la estrella ni la luminaria. No es la actriz ni la cantante quien se deja entrevistar. Es, por sobre todas las cosas, la viuda inconsolable respondiéndose a sí misma y entrando en un nivel de autoconfesión que nos desarma. La esposa doliente.
“Porque no puedo respirar me operaron del pulmón. Me falta todo. Me siento incompleta. No soy yo. Me siento muy mal, muy mal. Lo digo con todo mi corazón. No trato de impresionar. ¡No puedo vivir! Han sido años tremendos, ¿cómo es posible? Mi corazón está herido, adolorido. Estoy mal. Quiero nada más pasarme toda la vida en mi recámara. No quiero nada, nada, nada”.
— Flor Silvestre/ Actriz y cantante
Háblenos, por favor, de alguna anécdota, la más inolvidable de su vida, la que usted quiera y atesore de manera especial, le dijimos.
Su respuesta nos llevó a lo mismo. “Todo lo que me pasaba con él (con su esposo Antonio Aguilar)”, respondió. “Fue en el Madison, en Nueva York. De repente lo escuché muy ronco. Salí corriendo y dejé a mi niño parado ahí (en medio de la pista/escenario). Primero fui al hombre y después al niño. ¡Caray, era Toñito! Le pregunté qué quería. Me dijo que estaba y bien; y recién volví donde el niño. Otra de mis anécdotas fue cuando a Pepe se le cayeron los dientes. Estaba en un ‘pony’ chiquito y salió al escenario, y alguien aventó un globo y el caballito se asustó y lo tiró. Se lastimó la oreja porque cayó de lado y cuando su papá vio a su hijo dejó el micrófono, corrió a levantarlo y empezaron a llorar los dos. Le preguntó qué le había pasado y… toda la gente, el público, también estaba llorando. Fue muy bonito”.
Ejemplo claro y transparente. Primero él. Después el resto de su entorno. Más que amor. Entrega total. Por eso fue que en esta última entrevista también anclamos en la rutina de su vida sin él. Suavizando el tono se lo planteamos invitándola a que nos describiera el matiz de “cada nuevo día” y si tenía diseñado algún proyecto para su futuro.
El mundo de la música se tiñe de luto ante la noticia del fallecimiento de Guillermina Jiménez Chabolla, más como conocida Flor Silvestre, y distinguida no solo por ser la madre del popular cantante mexicano Pepe Aguilar, sino sobre todo su brillante pasado musical.
Casi nos arrepentimos de haberlo hecho si valoramos la intensidad de una respuesta que jamás hemos publicado… hasta ahora.
“No tengo nada. No quiero nada. No me llama la atención nada. No quiero nada. No puedo vivir sin él. No puedo respirar”: lo afirma encadenadamente. Es tajante. Su sinceridad nos desconcierta.
“Porque no puedo respirar me operaron del pulmón. Me falta todo. Me siento incompleta. No soy yo. Me siento muy mal, muy mal. Lo digo con todo mi corazón. No trato de impresionar. ¡No puedo vivir! Han sido años tremendos, ¿cómo es posible? Mi corazón está herido, adolorido. Estoy mal. Quiero nada más pasarme toda la vida en mi recámara. No quiero nada, nada, nada”.
Y lo subraya todavía más al explicar de qué fue la cirugía a que la sometieron: “Tenía un nudolito en el pulmón derecho. Me quitaron medio pulmón para sacarme ese nudolito por si era maligno. Me quitaron también dos costillas. Ahora estoy bien. Bendito Dios, todo lo que podía ser malo me lo quitaron”.
Todo, menos su nostalgia de él. Es un desahogo conmovedor. Sus palabras nos desarman. Por eso la llevamos a un terreno en apariencia más convencional.
¿Escucha usted sus grabaciones con alguna frecuencia?
Parece estar esperando la pregunta, ya que responde en forma instantánea: “Lo que me duele mucho es ver sus películas. Me siento mal viéndolas. ¡No las quiero ver! Las canciones me gustan mucho. Me gusta mucho oírlo. Oír sus canciones me gusta más”.
Insistimos. ¿Por qué? ¿No le parece que ver sus películas sería como recordar anécdotas, lugares, volver a estar con él?
Lo que nos contesta es una especie de rectificación: “Él está conmigo. Lo que pasa es que, a veces, lo busco. Busco su apoyo. ¡Fue un hombre tan lindo! ¡Un hombre completo! ¡Hombre! Fue un hombre muy considerado, muy respetuoso conmigo. ¡Ay! ¡No sé! Era muy dicharachero, muy juguetón, cariñoso. Era muy coqueto en ese sentido: alternando con las muchachas. Me ponía celosa, pero me aguantaba; porque así era él. Así era él. Era su carácter”.
¿Celosa usted, señora Flor? La interrumpimos. Más bien era muy cumplido con todo el mundo, muy diplomático, muy señorial. Se lo decimos con total convicción. Es nuestra opinión.
Su respuesta es otra evocación: “Era igual con mujeres, señoras y señores, con todos. Muy sociable, muy cariñoso, sobre todo con el público. No se olvidaba de nadie. Se acordaba de todo el mundo. Era un sabio. Mi esposo era ¡un hombre!, un señor; y me gusta mucho decirlo”.
No hay otro tema en su mente. Incluso cuando, finalmente, la interrogamos en relación al folklore mexicano.
Muere la legendaria actriz y cantante Flor Silvestre por causas naturales.
En ese ámbito lo que más le atraía era “el mariachi… y me encantan los sones, los jaliscienses y los huastecos. La banda es una cosa muy alegre. Pero para mí ¡el mariachi! Quiero que cuando me entierren lo hagan con la música de dos mariachis, con dos grupos, y la banda por supuesto”.
Nuestra conclusión al reinterpretar esta última entrevista es que Flor Silvestre deja un legado inseparable de quien fuera Antonio Aguilar, su esposo, su compañero diario, su confidente, el ser humano, la persona real detrás del personaje.
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