Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán es encontrado culpable
NUEVA YORK — Los jurados en el caso de Joaquín “El Chapo” Guzmán declararon culpable al famoso narcotraficante mexicano de los 10 cargos en su juicio internacional por contrabando de drogas, en un triunfo final para el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
La decisión del jurado se produce el 12 de febrero, después de un proceso de 11 semanas de duración que incluyó detalles sin precedentes sobre el funcionamiento interno del multimillonario cártel de Sinaloa, escalofriantes historias de guerra entre los carteles y acusaciones generalizadas de corrupción en México, desde la policía de barrio hasta la presidencia. El jurado deliberó durante seis días.
Guzmán, de 61 años, que había escapado de dos cárceles mexicanas, ahora casi con toda seguridad pasará el resto de su vida entre rejas en Estados Unidos.
Fue acusado de 10 cargos criminales, entre ellos haber vendido cientos de toneladas de cocaína, metanfetamina, heroína y marihuana; conspirado para asesinar a una serie de rivales; y ayudado a dirigir una de las redes internacionales de drogas más grandes del mundo.
Los fiscales habían pasado meses presentando una “avalancha de pruebas” que incluía más de 50 testigos, 200 horas de testimonio, libros de registro de tráfico de drogas, un lanzagranadas y videos de los túneles con los que escapó Guzmán y su cajón de ropa interior.
La defensa, por otro lado, tardó cerca de media hora en presentar su caso —un testigo y un documento— antes de tomar un desanso a finales de enero. Los abogados de Guzmán argumentaron que el caso contra su cliente era una vasta conspiración multinacional.
Antes de que los jurados comenzaran sus deliberaciones el 4 de febrero, habían pasado semanas escuchando el testimonio sobre el caos del mundo de las drogas, las ingeniosas formas en que Guzmán había contrabandeado cientos de toneladas de cocaína a Estados Unidos durante décadas, y el gasto suntuoso del capo en yates, casas de playa e incluso un zoológico privado con leones, panteras y un tigre.
Tambien se escucho un testimonio que aseguraba que Guzmán pagó un soborno de 100 millones de dólares a un presidente mexicano para permitirle seguir contrabandeando cientos de toneladas de drogas con impunidad.
Se enteraron de que antes de que Guzmán fuera conocido por el apodo de “El Chapo”, fue apodado “El Rápido” o “Speedy”, porque fue el autor intelectual del transporte rápido de toneladas de cocaína a través de túneles transfronterizos a principios de la década de 1990.
Y en caso de que hubiera alguna duda sobre lo violento que podría ser Guzmán, un último testigo de la fiscalía testificó que Guzmán golpeó a dos pandilleros rivales con un palo durante horas, antes de dispararles a cada uno en la cabeza y arrojarlos a una hoguera.
Las autoridades estadounidenses habían trabajado durante casi una década en un caso contra Guzmán, un hombre cuya leyenda creció después de escapar de dos prisiones de máxima seguridad en México (una vez presuntamente en un carro de lavandería, una vez a través de un túnel bajo su ducha de celda).
Tras su captura en México, en 2016, fue extraditado a Estados Unidos, y desde el inicio de su juicio en noviembre de 2018, ha sido conducido a la Corte por guardias fuertemente armados.
Los jurados —que permanecen anónimos— también han sido llevados de un lado a otro a la Corte, bajo la protección del Servicio del Marshall de Estados Unidos.
En un tribunal de Brooklyn bajo una seguridad sin precedentes, el gobierno de Estados Unidos aprovechó cada oportunidad para mostrar lo que todos los años de recopilación de información sobre Guzmán habían producido.
Y qué espectáculo ha sido. Los fiscales, ayudados por el testimonio de un “quién es quién” de los antiguos dirigentes de los cárteles, pintaron un cuadro épico de Guzmán: un niño pobre de las montañas del noroeste de México que usó su brutal astucia para llegar al poder, tomando el timón de una de las redes de narcotráfico más grandes del mundo, con una pistola con incrustaciones de diamantes en su cadera.
Los miembros del jurado escucharon detalles notables sobre las operaciones internas del cártel y cómo cientos de toneladas de cocaína fueron contrabandeadas en buques disfrazados de barcos pesqueros, entre cajas de carne congeladas, en submarinos y aviones pequeños, a través de túneles transfronterizos e incluso en latas de chiles jalapeños.
El equipo de defensa de Guzmán trató en todo momento de desacreditar a los testigos que cooperaron, presentándolos como traidores y mentirosos. Los abogados argumentaron que el caso contra Guzmán era una conspiración multinacional y que su cliente era una víctima, un chivo expiatorio creado por un sistema corrupto. Acusaron al Departamento de Justicia de Estados Unidos de hacer todo lo posible para condenar a Guzmán, incluso dejar en libertad a una docena de jefes del narcotráfico a cambio de su testimonio.
Pero los esfuerzos de la defensa, acosando a los testigos, lanzando improperios sarcásticos a esta “escoria”, solo parecieron aumentar la sensación cinematográfica. Sus historias de intriga eran de Shakespeare, sus historias de sangrientas guerras internas de drogas que recuerdan al “Juego de Tronos”. Y mientras tanto, Guzmán, un multimillonario capo de la droga que pasó de lujosas villas mexicanas a una pequeña celda en la prisión, se sentó en aparente reposo con sus trajes bien ajustados.
Intercambió saludos y sonrisas con su glamorosa esposa de 29 años, Emma Coronel, una ex reina de belleza mexicana. Ella mostró poca emoción durante las horas de testimonio, aparte de sonreír cuando la angustiada ex amante de Guzmán subió al estrado. Al día siguiente, mientras la señora continuaba su testimonio, Coronel llevaba una chaqueta de terciopelo que hacia juego exactamente con la chaqueta de su marido.
Y cuando la propia Coronel se convirtió en el centro de un testimonio fascinante —un ex dirigente del cártel testificó que ayudó a coordinar la fuga de Guzmán de la prisión de 2015— se sentó con cara de piedra, pasando sus manos por su brillante cabello negro.
La desnudez de la vida fantástica y brutal de Guzmán puede parecer un triunfo para los fiscales, el juicio que se merecía. Pero este es un hombre que, incluso escondido, buscó productores de cine para escribir su propia película biográfica. Es probablemente el juicio que él cree que también se merecía.
Y así, en un caso que a menudo ha parecido menos sobre la inocencia o la culpabilidad que sobre la naturaleza del poder y el precio de la justicia, los testigos criminales del estado hicieron cola para traicionar al emperador. Como los senadores romanos de Shakespeare, se convirtieron en las estrellas del drama.
Estuvo el trágico Miguel Ángel “El Gordo” Martínez, un ex piloto y antiguo dirigente del cártel, que, incluso después de una década de informar sobre su ex jefe, todavía se refería a él como “el señor Guzmán”.
Habló de los tiempos antes de volverse contra Guzmán, cuando dijo que el señor de la droga envió asesinos tras él cuatro veces. Los asesinos lo persiguieron en prisión, los tres primeros con cuchillos, la última con granadas. Martínez le dijo al jurado que temía haber cambiado su vida por su libertad al seguir testificando.
El juez ordenó a los artistas de la Corte que no dibujaran su rostro.
“Nunca le fallé, nunca le robé, nunca lo traicioné; velé por su familia”, declaró en noviembre. “Lo único que recibí de él fueron cuatro atentados contra mí”.
El siguiente en el estrado fue un espectro de silicona con una parka negra y guantes, cuya cara era tan aterradora que uno de los miembros del jurado rechazó su silla. El jefe del brutal cartel del Valle Norte de Colombia, conocido como “El hombre de las mil caras”, había sido sometido a numerosas cirugías para ocultar su identidad mientras se mantenía huyendo.
Juan Carlos “Chupeta” Ramírez Abadía contrató a un amigo cercano para que llevara un registro de los más de 150 asesinatos que ordenó y las ventas de toneladas de cocaína. Ese amigo fue envenenado más tarde en la cárcel, un hecho que pareció dolerle menos al testigo que las drogas que perdió a manos de la Guardia Costera de Estados Unidos. “Fue una tragedia para mí como traficante de drogas”, declaró.
En diciembre, la truculenta familia colombiana de narcotraficantes, Jorge Cifuentes, y el desesperado y romántico jefe de narcotráfico de Chicago, Pedro Flores, quienes presentaron cintas en las que Guzmán podía ser escuchado personalmente negociando tratos de drogas, fueron algunas de las pruebas más claras que se presentaron en el juicio.
Si el primer mes del juicio preparó el escenario para la caída de Guzmán, las últimas semanas de testimonio fueron los verdaderos golpes. Las claves de la acusación estaban a la vista: traidores, tecnología y la propia paranoia de Guzmán.
También se escuchó la surrealista historia de Christian Rodríguez, el gurú de la tecnología del cártel, que creó un sistema de comunicaciones para Guzmán tan sofisticado que ni siquiera el FBI pudo descifrarlo. En cambio, el gobierno encontró a Rodríguez y lo convirtió en informante.
El gobierno de Estados Unidos se enteró de que Guzmán había establecido su propio y vasto sistema de espionaje, monitoreando los teléfonos y computadoras de los líderes de su cártel, su esposa y sus amantes. Rodríguez les dio la llave del tesoro de información.
Los jurados escucharon mensajes entre la pareja casada, incluyendo a Guzmán diciendo de su hija de 6 meses, una de sus gemelas: “Nuestra Kiki no tiene miedo. Voy a darle un AK-47 para que pueda estar conmigo”.
Los textos también presentaban detalles de la vida del líder del cártel, desde lo banal hasta lo extraño. En una ocasión le pidió a Coronel que le comprara pantalones (talla 32/30), zapatos (talla 7 mexicana) y tinte negro para bigote. En otra le contó que apenas había escapado de una redada policial en su casa de Los Cabos, México, en 2012.
“Los vi golpeando la puerta de al lado, pero pude saltar”, le escribió a su esposa, que se casó con Guzmán cuando tenía 18 años.
“Oh, amor. Eso es horrible”, respondió ella. “Estaré viendo las noticias para ver lo que dicen, amor.”
Luego vino una estrella de la fiscalía: Vicente Zambada, el miembro más veterano del cártel que testificó en el juicio. Alto y con mandíbula cuadrada, el hombre de 43 años, incluso con su traje azul marino de prisión, todavía se parecía al príncipe multimillonario del cártel que una vez fue.
Cuando subió al estrado, Zambada asintió a Guzmán, el padrino de su hijo. El acusado devolvió el gesto con una sonrisa. Zambada, encarcelado por narcotráfico desde su arresto en 2009, es hijo de Ismael “El Mayo” Zambada, el hombre que según los abogados defensores era el verdadero líder del cártel.
Para los fiscales, Vicente Zambada se desempeñó diligentemente, detallando fríamente el trabajo íntimo del cártel de Sinaloa, explicando cómo ayudó a Guzmán y a su padre a traficar miles de kilos de drogas y armas, a ordenar la tortura y los asesinatos de rivales y a pagar a decenas de funcionarios mexicanos con un presupuesto mensual de sobornos de alrededor de un millón de dólares.
La corrupción estaba tan arraigada en su negocio diario, relató, que el cártel planeaba reunirse con representantes de la compañía petrolera estatal de México para discutir un plan para transportar 100 toneladas de cocaína en petrolero a Estados Unidos.
Con Guzmán escuchando atentamente, el testimonio de Zambada parecía más un viaje por el sendero de la memoria que una reprimenda a su antiguo jefe o a su antiguo estilo de vida.
También dio la narración que vinculaba a su padre y a Guzmán como socios de negocios, diciendo a los jurados que los hombres se conocieron en lo alto de las montañas del estado de Sinaloa poco después de que Guzmán hiciera su primera fuga de la prisión, en 2001. Guzmán estaba luchando financieramente en ese entonces, dijo Zambada, pero su red seguía siendo fuerte. Su padre le dijo a Guzmán, “Estoy 100% contigo”, solidificando su sociedad con un pacto para compartir sus kilos de cocaína por igual, testificó.
Para la defensa, el testimonio fue munición para uno de sus argumentos centrales: el padre de Zambada, no Guzmán, era el verdadero poder detrás del cártel de Sinaloa, y Guzmán fue creado para asumir la culpa por él.
“El abogado defensor Eduardo Balarezo preguntó sarcásticamente: “¿Tu papá, Mayo, era un trabajador social?
“Sé que en el pasado era un trabajador”, respondió Zambada rotundamente a través de su intérprete, haciendo reír a la sala del tribunal.
“Lo que quise decir es que tu padre no estaba en el negocio de ayudar a los traficantes de drogas”, respondió Balarezo.
Los fiscales fueron tras Guzmán porque era famoso, mientras que el anciano Zambada permaneció “en las sombras” y les ayudó a atrapar a Guzmán, dijo Balarezo.
“Si no ha sido arrestado, no es mi culpa”, declaró Vicente Zambada.
Quizás el testimonio que más llamó la atención fue el de Alex Cifuentes, el autoproclamado “ mano izquierda” y “mano derecha” de Guzmán.
Los miembros del jurado se enteraron durante el interrogatorio de la defensa que Cifuentes les había contado a las autoridades sobre un soborno especialmente grande: Guzmán, dijo, pagó $100 millones al presidente electo de México en 2012, Enrique Peña Nieto.
Cifuentes incluso indicó que Peña Nieto había pedido 200 millones de dólares, pero Guzmán lo rebajó.
El abogado de Guzmán, ofreció otra versión de la acusación de soborno durante su alegato final: Fue Ismael Zambada quien pagó esos millones. Cifuentes, como todos los demás testigos que cooperaron, era un mentiroso violento, un “animal absoluto” que decía lo que fuera para poder salir de la cárcel, aseguró Lichtman.
Tenía más sentido, argumentó, que Zambada, el verdadero líder del cártel de Sinaloa, pagara ese soborno.
¿Por qué Guzmán, que estaba escondido y endeudado, le pagaría dinero que no tenía a un presidente que terminaría por arrestarlo y enviarlo a Estados Unidos para que lo enjuiciaran?, le preguntó. No lo hizo, respondió Lichtman. Ese soborno, insistió, es la razón por la que Zambada sigue libre.
El testimonio de Cifuentes también sirvió de punto de arranque para otro argumento de la defensa: Guzmán no era un cerebro asesino del cártel; era un fanfarrón enamorado de la fama. Cifuentes testificó que durante seis años trabajó con su jefe en un guion y un libro sobre su vida. Guzmán incluso trajo a un productor de Colombia a sus escondites de la montaña para discutir el proyecto de la película que planeaba dirigir.
Y para promocionar el cártel aún más, uno de los lugartenientes de Guzmán hizo sombreros y camisetas con la leyenda “Cártel Sinaloa”.
Guzmán, dijo Lichtman a los jurados en su cierre, es “un ser humano” y “también tiene sentimientos”. Con la voz rota, el abogado les pidió que no se rindieran ante el mito de El Chapo.
Y había algo más que recordar, según Lichtman: Zambada sigue ahí afuera. Las redes de drogas siguen floreciendo. “Tienen al Chapo”, dijo. Pero la “cocaína sigue fluyendo. Nada ha cambiado”.
En el cierre, la ayudante de la fiscalía, Andrea Goldbarg, recordó a los jurados que Guzmán había huido de la justicia en varias ocasiones. “Está sentado justo ahí. No dejen que se escape de la responsabilidad. Hay que hacerlo responsable de sus crímenes. Encuéntrenlo culpable de todos los cargos”.
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