La pandemia empujó a los pobres del mundo a una situación más grave, pero para algunos jóvenes lanzó carreras y mejoró las posibilidades de riqueza. Los destinos divergentes de los jóvenes adultos señalan el aumento de las desigualdades que la pandemia ha puesto de manifiesto en un mundo que se enfrenta a cambios drásticos.
Jung Gyu-ho se convirtió en un joven capitalista ingenioso en medio de una pandemia. Corea del Sur se enfrentaba a una segunda ola emergente de casos de COVID-19. Un conocido de su padre había modificado su fábrica de cosméticos para producir mascarillas faciales que, de repente, tenían una gran demanda. El hombre le pidió a Jung, de 23 años, que había dejado recientemente su trabajo en la fábrica de semiconductores para volver a la escuela, que estableciera un punto de venta directo al consumidor en línea.
Jung ya tenía una buena suma en el mercado de valores y estaba cobrando la renta de un apartamento que poseía mientras vivía en los dormitorios de la fábrica, o con sus padres. Ahora, en solo un mes, el nuevo negocio de mascarillas había acumulado más de 400 millones de wones en ventas, alrededor de $350.000.
“¿Voy a ser rico?”, se preguntó.
La pandemia de COVID-19 devastó economías y destruyó puestos de trabajo tanto en el mundo desarrollado como en vías de desarrollo. La pérdida de oportunidades económicas perjudicó a los jóvenes, más propensos a trabajar en sectores precarios y en puestos secundarios con menos años de experiencia, mucho más que a los adultos mayores con empleos estables.
Pero la devastación no ha sido uniforme. Aunque el cierre sin precedentes y las perturbaciones económicas han sumido a gran parte de los jóvenes pobres del mundo en una situación más desesperada, para aquellos en las regiones privilegiadas, los cambios catastróficos provocados por la pandemia ofrecieron una inusual oportunidad de negocio o un fuerte impulso al espíritu empresarial, la inversión y creatividad. Al igual que ocurre con las vacunas contra el COVID-19 -las naciones ricas ya ofrecen dosis de refuerzo, mientras que las pobres aún no han aplicado la primera a la mayoría de sus ciudadanos- la riqueza y las oportunidades nunca han parecido tan claramente una cuestión de lotería geográfica.
El nivel más alto de los ricos del planeta aumentó drásticamente sus fortunas mientras gran parte del mundo sufría. Muchos se han beneficiado directamente de la crisis, cosechando ganancias con productos farmacéuticos, pruebas y vacunas. Servicios como Amazon, empresas de reparto de comida y transmisión de entretenimiento, como Netflix, tuvieron un aumento sin precedentes en la demanda.
Combinadas con los gobiernos que inyectan dinero para la recuperación económica, esas tendencias enriquecieron aún más a los más ricos. Las filas de personas con “patrimonio neto ultra alto”, con más de $50 millones a su nombre, crecieron en un 24%, el incremento más alto en casi dos décadas, según el Informe de riqueza global de este año de Credit Suisse. Los multimillonarios aumentaron su riqueza en un 69%, conforme Oxfam.
En sociedades del este de Asia, Europa o EE.UU con mejores redes de seguridad, políticas fiscales y protecciones laborales más sólidas, los jóvenes han sufrido mucho menos o incluso mejoraron su suerte. Las naciones ricas gastaron alrededor de $850 per cápita en protecciones sociales pandémicas, y los países de bajos ingresos gastaron solo $4, según el Banco Mundial.
“Los jóvenes que pueden aprovechar lo que ha sucedido o que pueden afianzarse en esa recuperación económica tienden a ser aquellos que están educados, con más probabilidades de adaptarse, en ocupaciones que permiten el teletrabajo”, señaló Sher Verick, economista de la Organización Internacional del Trabajo, que dirige la unidad de estrategias de empleo del grupo. “En países donde hay un acceso deficiente a Internet y una infraestructura débil, es mucho más difícil aprovecharla”.
Las fortunas dispares que emergen de la pandemia presagian lo que probablemente será, para los adultos jóvenes de hoy, una vida definida por crisis en cascada en las que la prosperidad puede volver a fluir. Con el cambio climático, el aumento de la migración, el alcance cada vez mayor de la inteligencia artificial y las disrupciones de las criptomonedas, los NFT (activos no fungibles) o cualquiera que sea la próxima revolución tecnológica, la riqueza y el trabajo prometen ser mucho más complejos y difíciles de navegar que para las generaciones anteriores. La pandemia fue su primera prueba; no será la última en una época en la que los jóvenes tendrán que reinventarse a menudo.
Tales ansiedades sobre el futuro resuenan en “Squid Game”, una serie de televisión de Corea del Sur que se ha convertido en una sensación de Netflix, con su exploración darwiniana de las brechas de riqueza y las luchas por sobrevivir incluso en una nación acomodada. El aura distópica del programa enfrenta a personajes con problemas económicos entre sí en una competencia mortal: armas, una muñeca aterradora y el tira y afloja sobre un abismo, para ganar millones de dólares. Habla de la aceleración de las desigualdades y del reajuste del orden económico a medida que los jóvenes enfrentan cada vez menos posibilidades de encontrar trabajos bien pagados y viviendas asequibles, y mucho menos riquezas.
Jung había soñado con hacerse rico —en sus palabras, “ganar suficiente dinero para desilusionarse del capitalismo”— desde que su familia se enfrentó al colapso financiero.
Cuando tenía 13 años, el negocio de cosméticos de su padre quebró. Durante un año, vivió solo en un apartamento donde los alquileres vencidos se acumulaban mientras sus padres se mudaban para evitar a los cobradores de deudas. Debido a la situación de su familia, abandonó la universidad y eligió asistir a una escuela especializada en capacitación laboral. A los 18 años, comenzó a trabajar en una fábrica de semiconductores de Samsung, haciendo sus turnos vestido de pies a cabeza con trajes de limpieza que lo dejaban empapado en sudor al final de la jornada laboral.
Los aproximadamente $60.000 en salario inicial eran una suma envidiable, casi el doble del sueldo anual promedio de Corea del Sur. Pero no estaba satisfecho con solo obtener un ingreso; quería desarrollar otras corrientes de flujo de efectivo para multiplicar su riqueza. Así, inició un negocio de envío directo en línea que importaba y vendía ropa de mujer y juguetes sexuales de China, lo que generaba un par de miles al mes y comenzó a hacer crecer sus inversiones en el mercado de valores.
Sin embargo, a principios de 2020, Jung quería tomarse un respiro. Dejó su trabajo, cerró su negocio en línea y decidió volver a estudiar. Luego, la pandemia llegó y las ambiciones capitalistas que planeaba poner en espera recibieron, en cambio, un enorme impulso.
Cuando las incertidumbres económicas en torno al coronavirus provocaron un fuerte desplome del mercado, a principios del año pasado, para luego comenzar a recuperarse con la misma rapidez, los adultos jóvenes en Corea del Sur acudieron en masa a la inversión minorista en cantidades sin precedentes. Al no ver un futuro sólido o un crecimiento en el empleo tradicional como lo hacían sus padres, muchos comenzaron a obtener préstamos masivos para invertir en el mercado de valores. “Reunir todo lo que se pueda, incluida tu alma”, se convirtió en el credo de muchos inversores jóvenes.
Jung solicitó $40 millones de wones coreanos -alrededor de $35.000 dólares- en préstamos para agregar a sus inversiones en el mercado de valores.
Casi al mismo tiempo, lanzó el negocio de venta de mascarillas en línea. Corea del Sur sufrió la escasez de cubrebocas en los primeros meses de la pandemia, hasta un punto en que el gobierno racionó las ventas a dos por persona a la semana. Jung comenzó a vender cubiertas faciales cuando llegó la segunda ola del país. Las ventas fueron más altas ese primer mes y se establecieron en un nivel más bajo, pero se convirtieron en un flujo constante de ingresos, lo que le permitió ganar varios miles de dólares cada mes con un mínimo esfuerzo.
Desde la pandemia, estimó Jung, su patrimonio neto aumentó en aproximadamente un 50%, a pesar de que no ha estado trabajando. Algunos de sus amigos obtuvieron mucho más, invirtiendo en bitcoins o bienes raíces, con fluctuaciones de precios mucho más dramáticas, remarcó. Un par de amigos de su edad que apostaron todo al mercado inmobiliario ahora tienen entre un millón o dos, dijo.
“Creo que siempre hay oportunidades en el cambio”, remarcó. “Los ricos se vuelven más ricos y los pobres se vuelven más pobres, definitivamente es peor para aquellos que ahora tenemos entre 20 y 30 años que para la generación anterior a nosotros”.
La brecha abierta por la pandemia podría ser imposible de salvar a lo largo de sus vidas, consideró, comparando su suerte con la de sus compañeros que eligieron ir a la universidad y no tenían el capital inicial para aprovechar la bonanza del mercado. “La brecha es increíblemente ancha”, dijo. “No estoy seguro de que una oportunidad como esta vuelva a presentarse”.
Mientras la fortuna de Jung se veía impulsada por la caída del mercado y el frenesí de las mascarillas, la carrera mundial por el papel higiénico se perfilaba como una bendición para el joven negocio de Oliver Elsoud, en Alemania.
El hombre de 37 años había dejado su trabajo diario en 2016 e invertido sus ahorros, unos 60.000 euros, en una nueva empresa que fabricaba un producto que él y su socio llamaban “Happy Po”-trasero feliz-.
La botella exprimible de colores brillantes y 11 pulgadas de alto dispara un chorro de agua. El invento nació cuando Elsoud experimentó los beneficios de usar agua en lugar de papel higiénico mientras viajaba por Oriente Medio y Asia para una empresa alemana de herramientas y suministros eléctricos. Parecía ser una alternativa mucho más higiénica, conveniente y ecológica que el papel, y volver a ello cada vez que regresaba a su país le parecía una regresión a la Edad Media.
La compañía de Elsoud ganó fuerza poco a poco tras el impulso publicitario de una versión alemana del reality show de televisión “Shark Tank”, llamado “Lion’s Den”, en 2017. Pero los hábitos del baño, según descubrió, son difíciles de cambiar. Los alemanes son grandes consumidores de papel higiénico, y utilizan más per cápita que la mayoría de las naciones desarrolladas, solo superados por EE.UU, que usan alrededor de 33 libras per cápita anuales.
En 2020, cuando los países comenzaron a cerrar después del inicio de la pandemia, el papel higiénico se agotó rápidamente debido a las compras por pánico. Los creadores de “Happy Po”, también comercializado como “ducha de vagabundos”, estaban listos para intervenir y ofrecer una alternativa. Las ventas del dispositivo se multiplicaron rápidamente por diez en unas pocas semanas, a más de 100.000 por mes.
“El coronavirus nos llevó al siguiente nivel”, reconoció Elsoud. “Lo cambió todo para nosotros. Despegamos de la noche a la mañana. La demanda se disparó; tocamos el nervio de la época”. El pasado mes de febrero, a poco más de cuatro años de lanzar su compañía, la vendió por “varios millones de euros” a una firma más grande.
Elsoud no se ve a sí mismo como un “Krisengewinnler”, que en alemán significa “aprovechado de la crisis”, sino simplemente piensa que estaba listo cuando las estrellas se alinearon y abrieron una oportunidad única en la vida. “Las cosas ciertamente salieron a nuestro favor. Claro, tuvimos suerte, pero también la tuvieron otros negocios en línea”, dijo. “No se puede planear que algo así suceda. Se trató del momento adecuado”.
Creció en un hogar de inmigrantes palestinos de clase media en el suroeste de Alemania. Su padre trabajaba para el fabricante de automóviles alemán Daimler-Benz, lo que le permitió a la familia disfrutar de la comodidad y la seguridad que ofrece la sólida industria automotriz del país. Elsoud comenzó trabajando para una empresa alemana de herramientas y suministros eléctricos, pero se sintió atraído por la promesa de Friedrichshain, el antiguo barrio de Berlín que se ha convertido en un hervidero de innovadoras empresas emergentes.
El joven permanece en la empresa después de la venta como gerente sénior de marca. Incluso pensando más allá de la pandemia, se siente optimista de que el negocio seguirá floreciendo, especialmente en Estados Unidos, donde ve un amplio horizonte de crecimiento, particularmente entre los consumidores conscientes del medio ambiente. “Hay tantos traseros ahí afuera que el potencial es enorme”, comentó. “Aún no hemos llegado a ver todo el potencial por explotar”.
Si Elsoud estaba bien posicionado para aprovechar la escasez del papel higiénico, para Daniel Thrasher, en Los Ángeles, fue el confinamiento de las personas en sus hogares en los primeros días de la pandemia lo que resultó una ventaja.
A principios de 2020, había pasado un año desde que el actor había dejado su trabajo diario en una cafetería en La Brea Avenue para concentrarse a tiempo completo en su canal de YouTube, con sketches cómicos que escribe e interpreta, a menudo acompañados de sus composiciones para piano. Thrasher hizo crecer su canal a un millón de suscriptores y obtuvo patrocinios que le aseguraron ingresos constantes.
Antes de la pandemia, había planeado mudarse a una tranquila casa cerca del río Los Ángeles para aislarse y concentrarse en su comedia. La orden de quedarse en casa, que entró en vigor en marzo de 2020, reforzó ese aislamiento y permitió que el joven -en ese momento de 27 años- tuviera algunos de los meses más creativos de su vida. Improvisó sin parar e introdujo una serie de personajes nuevos en sus videos, incluido un Satanás cantando, un gato compositor y la postergación personificada.
Al mismo tiempo, a medida que las personas se veían obligadas a pasar gran parte de su tiempo en interiores y buscaban distracciones, sus suscriptores casi se triplicaron, a 2.7 millones. Sus ingresos aumentaron en una proporción similar. Otros creadores de contenido en línea con los que habló notaron incrementos similares. En 2020, el 81% de los estadounidenses dijeron que usaban YouTube, frente al 73% en 2019, según el Pew Research Center. Entre los contemporáneos de Thrasher, los adultos jóvenes de entre 18 y 29 años, el 95% usa el servicio.
Aunque él temía perderlos, sus patrocinadores parecían aún más ansiosos por renovar sus contratos con él, y a tasas más altas. “Hubo más presupuestos destinados a Internet”, dijo. “La pandemia reforzó la idea de que Internet es el lugar en el que hay que gastar el dinero de mercadotecnia. Les costaba encontrar creadores a quienes dar estos fondos”.
Fue a partir del COVID-19 que el enjuto y desaliñado artista con sonrisa descarada comenzó a ser reconocido en la calle una o dos veces por semana. Pasó de una operación de una sola persona a un equipo de cuatro, contratando asistentes creativos y un editor para ayudar a administrar su canal. En julio, compró una casa en Studio City por $2.1 millones; este año, anticipa que ganará más de un millón por primera vez, señaló.
Debido a que sus padres son trabajadores de la salud y arriesgan sus propias vidas para salvar a otros durante la pandemia, emocionalmente se sintió muy afectado cuando comenzó a ganar más que ellos, reconoció.
También sabe que el panorama de su industria es voluble. La pandemia provocó que una gran cantidad de estrellas de TikTok hicieran videos cortos en sus habitaciones. Cuando las órdenes de quedarse en casa se levantaron, a principios de este año, y las vacunas comenzaron a estar disponibles más ampliamente, Thrasher, junto con otros YouTubers, vieron caer sus números.
“Hay mucha más competencia... Una oleada de gente llega a YouTube”, dijo. “Vienen a tumbar al resto. Y yo estoy trabajando como si alguien estuviera a punto de derribarme”.
Jung, que ahora tiene 24 años, no sabe qué tan rico será en el futuro. Pero lo está planeando. Se mudó a Pleasant Hill, en California, en agosto pasado, para continuar con los estudios universitarios que había empezado en línea. Compró un Nissan Altima usado y está pagando su educación y sus gastos cotidianos con sus ingresos por la venta de las mascarillas. Estudia administración de empresas, aprovechando su experiencia de haber realizado pequeñas operaciones e inversiones. Quiere trabajar en el sector de la consultoría antes de dirigir su propio negocio; no está seguro de qué será, pero sabe que no quiere trabajar para nadie más.
En Estados Unidos, también ha encontrado amigos con diferente nivel de riqueza. Dos compañeros de estudios, que conoció en sus primeras semanas, provenían de familias con jets privados. La pandemia, dijo, tuvo el efecto de enseñarle cuán rápidamente se está ampliando la brecha entre los que tienen y los que no. “Antes no me daba cuenta de que el dinero genera dinero”, comentó. “Creo que ahora entiendo el capitalismo un poco mejor”.
Kim reportó desde Seúl, y Kirschbaum desde Berlín.
(Esta es la cuarta de una serie de notas ocasionales sobre los desafíos que enfrentan los jóvenes en un mundo cada vez más complejo. La presentación de informes para la serie fue financiada por una subvención del Pulitzer Center on Crisis Reporting).
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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