Los locales comparten teorías de conspiración de coronavirus a lo largo de la Ruta 93 en la Nevada rural
Glenndon Bundy se ajustó el sombrero de vaquero y se apoyó contra un poste de madera, cerca del borde de la Autopista 93. Soplaba un viento seco; no pasaba mucho. El gerente del Sunset View Inn lo saludó con la mano.
“La gente está reaccionando de forma exagerada a esta maldita cosa del coronavirus”, le dijo a Bundy, mientras daba una calada a su cigarrillo. “¡Cada año electoral hay una nueva enfermedad! Esto es desproporcionado”.
Bundy guardó silencio y escuchó. Aquí, en Álamo, a una hora y media de Las Vegas, es mejor darle espacio a un hombre, dejar que se desquite.
Recorriendo el norte a través de Las Vegas, en el extremo oriental de las carreteras abiertas de Nevada, se encuentra la solitaria Autopista 93: un tramo donde cientos de millas de terreno desolado separan pueblos rurales que se asemejan al rústico pasado del lejano oeste estadounidense. La arena del desierto hace picar los ojos con la más mínima ráfaga, y las esperanzas y los sueños se elevan y mueren en la gran extensión.
Desde la llegada de la pandemia de coronavirus, la vida a lo largo de la Ruta 93 ha cambiado de maneras grandes y pequeñas, buenas y malas. El resto de Estados Unidos suena como una radio extraña y ruidosa, más allá de las colinas y las vías del ferrocarril. Los lugareños, como cabría esperar a lo largo de una carretera salpicada de animales atropellados y endurecida por los elementos de la naturaleza, son susceptibles a las sospechas, los diversos grados de escepticismo y las teorías de conspiración ocasionales.
Alrededor de una hora en automóvil desde el rancho de Bundy, en Álamo, se encuentra Caliente, una ciudad de 1.9 millas cuadradas y hogar de 1.000 personas, que fue fundada en la década de 1860 por dos esclavos que escaparon de Arkansas. En ese lugar, las horas son para reflexionar; un hombre puede suponer muchas cosas antes del atardecer. Rhett Butler, un veterano residente cuyo nombre evoca el film “Lo que el viento se llevó”, está convencido de que manos siniestras diseñaron el brote para atacar a Estados Unidos. “Alguien creó el virus”, aseguró, de pie detrás del mostrador en la tienda de autopartes Mountain Mercantile. No mencionó quién podría ser responsable de tal argucia, pero más allá de esta carretera, sugirió, hay fuerzas malignas. De todas formas, si bien el virus es peligroso, remarcó, “no es necesariamente tan malo como quieren mostrar”.
Conocida entre los lugareños como “la hacedora de viudas”, la Ruta 93, a menudo señalada como una de las carreteras más peligrosas de Estados Unidos, es una arteria de transporte norte-sur que comienza en Arizona y atraviesa Nevada por alrededor de 540 millas, conectando con Idaho y hasta la frontera canadiense, en Montana. Uno puede encontrar tranquilidad en varios parques nacionales, y soledad en sus innumerables caminos
En estos días, con el coronavirus mortal en la mente de todos, los lugareños la encuentran aún más solitaria. Pero les encanta el silencio que ha caído sobre el terreno accidentado y virgen, y la vista de los cañones profundos en el horizonte.
A Bundy, de 68 años, le gusta la quietud en Álamo. Un hombre de pocas palabras, no le importa mucho la compañía de los demás. No echa de menos escuchar a los niños jugar en el exterior de una escuela cercana a su rancho. También se alegra de que haya menos turistas, a pesar de que aún aparecen en su camino hacia el norte, rumbo a sus autocuarentenas y las medidas de distanciamiento social. El hombre ha notado que la fila ahora para comprar whisky es más corta. Eso es bueno.
“Puedo profundizar en mi interior”, afirmó Bundy, con sus gafas de aviador brillando al sol.
Bundy comentó que es un pariente lejano del ganadero de Nevada Cliven Bundy y sus hijos, quienes desafiaron al gobierno federal durante años al negarse a pagar las tarifas correspondientes por el pastoreo de ganado en tierras federales. En 2014, la disputa se convirtió en un enfrentamiento armado cuando cientos de manifestantes apoyaron a Bundy después de que el gobierno envió agentes a su rancho para confiscar animales. La dura experiencia terminó en 2018, cuando un juez federal desestimó la acusación.
Álamo se encuentra en el valle de Pahranagat. Durante la década de 1860, el área fue utilizada como parada de descanso por los ladrones de caballos que hacían un largo viaje a través del desierto hasta California. Los mormones, más tarde, cultivaron y criaron animales en el exuberante paisaje. No ha cambiado mucho desde entonces; la oficina de correos, de 1905, todavía está abierta.secundarios.
Bundy se sorprendió de que la vida sea aún más tranquila en esta ciudad de poco más de 1.000 habitantes. Su casa, escondida detrás de largos y sinuosos caminos y protegida por altos árboles, es difícil de encontrar para los lugareños. Cuando practica tiro con su arma, en su rancho, la policía lo deja en paz. Él quiere que las cosas sigan así.
Pero otros, como Vicky Ramming y su esposo, Dan, tienen problemas. Su vehículo RV se descompuso a las afueras de la ciudad de Coyote Springs, unas 60 millas al norte de Las Vegas. Se suponía que Coyote Springs sería una ciudad en expansión, con escuelas, casas y centros turísticos, pero ese sueño se estancó durante la Gran Recesión, y ahora allí sólo hay un campo de golf.
Aún así, la pareja no tiene prisa por regresar a casa, al centro de Oregón. “Nos dijeron que tomaría unos 30 minutos para que alguien viniera a ayudarnos, pero sabemos que será mucho más tiempo”, reconoció Vicky Ramming, riendo.
Escenas de la Autopista 93
Otros que viajaban por la Ruta 93 decidieron quedarse y resguardarse de la pandemia en moteles a lo largo de la carretera. “Tengo unas pocas personas que han estado viviendo aquí durante algunas semanas, porque sentían que era más seguro que estar en casa”, explicó Vern Holoday, propietario del Alamo Inn, un pequeño motel blanco que se encuentra a unas 96 millas de Las Vegas.
Para los camioneros como Alejandro Marín, conducir por una carretera de dos carriles durante una pandemia presenta una serie de inconvenientes. Antes de la llegada del virus, a Marín, que llevaba varios años transportando mercancías desde la frontera sur a Canadá, la Ruta 93 le parecía pacífica. Pero ahora, dijo, el virus ha complicado su recorrido de 3.500 millas. Con menos camioneros para entregar mercancías, él tiene un horario más ajustado. El tiempo es clave, pero como las paradas de descanso a lo largo de la Ruta 93 están cerradas, le cuesta encontrar baños y lugares donde poder detenerse y dormir. “Termino simplemente deteniéndome en el borde de la carretera”, comentó
A poca distancia en automóvil desde Álamo, en la intersección de la Carretera nacional 93 y la Ruta 318 del estado de Nevada, se encuentra la parada de descanso ET Fresh Jerky, donde los viajeros pueden comer bocadillos y usar el baño. El lugar fue bautizado así por su proximidad al misterioso camino que conduce al Área 51: una base militar ultrasecreta que ha sido el centro de las teorías de conspiración de ovnis durante décadas. “Sólo ha habido un par de días con poco trabajo”, afirmó una empleada, Jennifer Aiello, en una tarde reciente. “La gente está contenta de que sigamos abiertos. Y ahora estamos conociendo a más lugareños”.
Desde mediados de marzo, cuando el virus comenzó a propagarse rápidamente en EE.UU, las estaciones de combustible, los supermercados y las pequeñas tiendas a lo largo de la Autopista 93 se han quedado sin papel higiénico, productos frescos y toallitas desinfectantes. Todos saben por qué: los residentes de Las Vegas se apresuraron en las primeras instancias del brote y arrasaron con todos los suministros.
Butler está al tanto de cómo la pandemia ha alterado la vida en el país: “Antes de responder a sus preguntas, permítame preguntarle cuáles son sus pensamientos sobre el coronavirus”, le dice al cronista. Presta atención pero no está satisfecho con lo que escucha, aunque decide hablar de igual manera.
Butler es un hombre de campo. Su torso es fuerte, sus manos lucen gruesas, después de años de carpintería. Su bigote sube y baja como una pequeña ola blanca cuando habla. Él lleva 32 años en Caliente. Acepta su derecho a la Segunda Enmienda de portar armas y quiere que otros hagan lo mismo. Hace un tiempo, cuando una señora mayor pasó por la tienda para comprar balas y estaban agotadas, Butler le dio su propia provisión y luego pasó una tarde mostrándole cómo disparar.
Él teme que el coronavirus permita que el gobierno arrebate los derechos de los hombres; y señala las recientes restricciones impuestas a la vida cotidiana, como el distanciamiento social, la cuarentena y el cierre de empresas. También habla de cómo el sheriff del condado de Los Ángeles, Alex Villanueva, intentó cerrar las armerías por considerarlas negocios no esenciales.
Para Butler, esos son ejemplos de cómo el gobierno de EE.UU despoja a las personas de sus derechos. El sheriff retrocedió después de que el Departamento de Seguridad Nacional emitiera nuevas pautas sobre los trabajadores de tiendas de productos básicos. “¿De dónde obtiene el gobernador su autoridad para imponer un cierre como este?”, preguntó, refiriéndose a la orden del líder de Nevada, Steve Sisolak, de cerrar todos los negocios no esenciales.
“Esto nos va a destruir”, afirmó el hombre de 62 años, mientras atendía a unos pocos clientes en el Mountain Mercantile. También culpa a los medios de comunicación por las noticias que, según él, han sido “infladas”. “Mucha gente está asustada por la información”, dijo. “Harán que la gente empiece a creer que uno más uno es igual a cielos morados”.
Butler tiene cinco hijos y una buena relación con su exesposa. Le gusta malcriar a su perro, Bo, con palmaditas y golosinas. Cuando en Caliente se agotaron el papel higiénico y los desinfectantes para manos, condujo hasta Las Vegas, cuyas tiendas habían sido reabastecidas, junto con su hijo, Jack, y ambos volvieron cargados con provisiones para los vecinos. “Los lugareños en Caliente cuidamos unos de otros”, aseguró.
Eran cerca de las 6 p.m., el sol se estaba poniendo y Butler estaba listo para regresar a casa. Cerró la caja registradora y caminó hacia la puerta cuando el dueño de la tienda y ex alcalde de Caliente, Kevin Phillips, lo detuvo. “Nos ayudamos unos a otros en esta ciudad, ¿no, Kevin?”, le preguntó Butler.
Phillips, de 69 años, miró hacia abajo. Estaba sin palabras. Necesitaba tiempo para pensar. Miembro activo de la iglesia mormona en Caliente, el hombre peleó bastantes batallas políticas durante su mandato de 16 años como alcalde, por un salario de $197 por mes.
En 2010, cuando la compañía ferroviaria decidió pasar por Caliente sin detenerse allí, su plan de ofrecer la ciudad como estación de transferencia para desechos nucleares de Estados Unidos provocó la ira de algunos en la ciudad. Él sostiene que su intención era preservar el futuro del lugar y crear empleos.
Mientras caminaba con Butler hacia el frente de la tienda, las lágrimas comenzaron a caer por su rostro. “Sí, nos ayudamos mutuamente”, le respondió. Después se disculpó por sus palabras ahogadas. Días antes, su esposa le preguntó cuántos meses calculaba que podían pasar sin tener que ir de compras. Él calculó alrededor de tres a cuatro. “Sabemos cómo ser autosuficientes”, dijo. “Esta ciudad siempre resiste”.
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