Tras semanas de espera, la Clínica Monseñor Romero recibió el mes pasado un cargamento de vacunas de Moderna del Departamento de Salud Pública del Condado de Los Ángeles: 100 vacunas para los 12.000 pacientes de la clínica.
Miguel Ángel Murcia se habría contentado con inmunizarse contra el COVID-19 en el sitio de vacunación masiva del Dodger Stadium. Pero el hombre, de 75 años, no conduce. Tampoco tiene familiares cerca, y no tiene acceso a internet.
Entonces, Murcia confió en la perseverancia; llamó repetidamente al personal de la Clínica Monseñor Romero, en Boyle Heights, donde ha sido paciente durante más de una década. “¿Cuándo tendrán la vacuna disponible?” preguntaba.
El sábado, la diligencia de Murcia dio sus frutos. Se convirtió en la tercera persona en ser inoculada en la primera campaña de vacunación de ese sitio. La clínica comunitaria brinda servicios de salud en Boyle Heights y Pico-Union, atendiendo a comunidades que se encuentran en el epicentro de la pandemia, predominantemente habitadas por latinos hispanohablantes e indígenas de México y América Central.
Después de semanas de espera, la clínica recibió un envío de vacunas de Moderna proveniente del Departamento de Salud Pública del Condado de Los Ángeles, el mes pasado: 100 dosis para los 12.000 pacientes de la clínica. Por esta razón, las personas elegibles se limitaron a aquellas de 75 años o más.
Pero ante la escasez, la decisión de cómo priorizar la vacunación se está convirtiendo en un asunto cada vez más complicado, especialmente en las comunidades fuertemente afectadas por la pandemia. “¿Cómo le hacemos con 100 [dosis] para 12.000 pacientes y la comunidad circundante de un millón?”, preguntó el Dr. Don García, director médico de la clínica. “Esto es embarazoso”.
En California, los residentes latinos se han visto afectados de manera desproporcionada por el virus. Se estima que conforman el 40% de la población del estado, pero representan el 55% de casos de COVID y el 46% de decesos.
La cantidad de residentes latinos en el condado de Los Ángeles que mueren a diario por COVID-19, en promedio, durante un período de dos semanas, se ha disparado: 40 decesos por cada 100.000 residentes latinos. La proporción es de casi el triple que la de los residentes blancos, un segmento poblacional que sufre un promedio de 14 defunciones por cada 100.000 personas.
La Clínica Romero tiene dos sedes, una en Boyle Heights y otra en el área de MacArthur Park, donde la mayoría de los pacientes son familias latinas e inmigrantes, incluidos muchos que carecen de estatus legal y trabajan en la industria de servicios.
Desde marzo pasado, la tasa de positividad en la clínica de Boyle Heights permanece en un 40%. Es más del triple de la registrada en un promedio de siete días para el condado de Los Ángeles, que era del 9.99% hasta el pasado sábado por la mañana.
La clínica ha realizado unas 2.500 pruebas de COVID-19.
Un funcionario del Departamento de Salud Pública no respondió preguntas específicas sobre la Clínica Romero; en lugar de ello, envió un artículo de Los Angeles Times acerca del suministro limitado de vacunas.
Carlos Vaquerano, director ejecutivo de la clínica, remarcó que está feliz de haber recibido las 100 dosis, y comprende la escasez. Aún así, cree que la implementación y distribución de vacunas no ha sido equitativa.
“Estamos en el ojo de la tormenta”, reconoció García. “Pero nadie se acerca ni responde a mis gritos de frustración”.
“Es una cuestión de distribución justa”, remarcó. “Servimos a la comunidad más afectada de Los Ángeles. Son trabajadores esenciales, que se enferman y mueren en una proporción más alta que cualquier otra persona en el condado”.
Vaquerano agregó que los pacientes de la clínica tienen muchos desafíos y no saben cómo surcar el proceso de vacunación en un megacentro. “La clínica ha atendido a estas personas durante mucho tiempo; ellas dependen de nosotros para su vacunación”, comentó. “Tenemos una relación a largo plazo con nuestros pacientes; confían en nosotros, se sienten más cómodos yendo a un espacio comunitario que a un megacentro. Los megasitios no son para nuestra comunidad”.
Gran parte de la población que se atiende en la clínica utiliza el transporte público o vive en espacios reducidos, donde el distanciamiento físico es difícil. Al igual que Murcia, muchos no tienen acceso a internet, necesario para reservar las citas en los grandes centros de vacunación.
“Pedirle a la gente de nuestras comunidades que vaya a los megacentros para vacunarse es como decirles que acudan a nosotros por agua para apagar un incendio, cuando lo justo sería llevar el agua directamente al fuego”, ironizó García. “Aquí es al revés”.
El sábado, ancianos latinos con andadores y sillas de ruedas hicieron fila frente a la Clínica Romero, fundada en 1983 por refugiados salvadoreños. Algunos estaban solos; otros habían sido acompañados por hijos o hijas.
Ana Canales, una inmigrante de El Salvador, de 78 años, fue ayudada por su hija. Como no tienen automóvil, tomaron un taxi hasta la clínica y fueron las primeras en la fila. Así, Canales fue la primera en vacunarse.
“Hay tanta gente esperando. Gracias a Dios, pude lograrlo”, afirmó Canales. “Me siento muy orgullosa de haber sido la primera. Con suerte, esto les dará a otros la fuerza para conseguirlo también”.
Genaro Molina, fotógrafo de The Times, contribuyó con este artículo.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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