Apenas había recuperado su vida cuando el coronavirus se la arrebató - Los Angeles Times
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Apenas había recuperado su vida cuando el coronavirus se la arrebató

Gaspar Gómez, 51, murió de COVID-19 en abril. Es el primer jornalero conocido que ha fallecido de esa enfermedad. Esta es su historia

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El acordeón y la batería retumbaron y una cálida voz de barítono se extendió por el césped del cementerio.

Yo se lo dije a mi padre, quiero que vengas conmigo.

Un sacerdote católico se paró frente a un ataúd blanco con brillantes accesorios de latón. Uno a la vez, cada miembro del pequeño grupo arrojó un puñado de tierra a la tumba en un cementerio de North Hollywood.

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El corrido, “La Troca del Moño Negro” de la banda norteña Los Originales de San Juan, es una tierna súplica de un hijo a un padre, una solicitud de que, si el hijo muere, el padre no llore y en lugar de una carroza fúnebre, use la camioneta negra de su hijo, adornada con un listón negro.

Pero cuando la familia de Gaspar Gómez lo enterró a la sombra de un árbol, la melodía y las palabras tenían un significado diferente.

Elegida por Lucy Gómez, una de sus hijas, la canción fue un homenaje a un hombre trabajador y amante de los corridos que pasó muchos años oscuros alejado de sus hijos y que a menudo no fue el padre incondicional que la letra describe como un “hombre de acero”.

El homenaje se hizo aún más conmovedor al saber que el coronavirus alcanzó a Gaspar, incluso mientras trabajaba para reparar una vida estropeada por las luchas contra el abuso de sustancias y los problemas legales.

Cuando raye el sol, tengo una bronca pesada. Si no me vuelves a ver, la suerte ya estaba echada.

Gaspar nació en Santo Domingo de Atani, un pequeño pueblo en las montañas de la Sierra Juárez de Oaxaca, México. Cuando era adolescente, emigró a Estados Unidos junto con su novia, María.

No tenía papeles, así que encontró trabajo como jornalero en proyectos de construcción, el mismo trabajo que haría durante más de tres décadas hasta que el COVID-19 lo debilitó tanto que no pudo continuar.

La pareja se mudó a Van Nuys y tuvo cuatro hijos: María, Lucy, Stacie y Cristián. A Gaspar le encantaba llevarlos a la playa, a la piscina y al parque todos los domingos después de la misa.

“Era un buen padre cuando éramos niños”, dijo María de Jesús Gómez, su hija mayor. “Trabajó muy duro para nosotros. Sólo quería ser feliz y que lo quisiéramos”.

Cuando los niños aún eran pequeños, Gaspar y su esposa se divorciaron. Los niños se fueron con su madre. Lucy calificó el divorcio como su “fracaso”.

“Nos rogó que nos quedáramos con él. Pero sólo éramos unos niños. No sé si entendió que no teníamos otra opción”, dijo María. “Si no tienes ayuda ni seres queridos a tu alrededor, todo se convierte en un ambiente destructivo”.

Desde muy chico creí que eras el hombre de acero.

En la vida real, hay pocos hombres de acero. Gaspar comenzó a beber mucho y pronto recurrió a las drogas. Su hermano Marcelo, quien trabajó junto a Gaspar en proyectos de construcción durante décadas, se unió a él.

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“Estábamos perdidos en el alcohol y las drogas”, reveló Marcelo. “Consumíamos crack y cristal. Lo que podíamos encontrar. Encuentras mucho de eso en las calles”.

Los documentos de la corte muestran que Gaspar no impugnó los cargos en su contra en tres ocasiones: por conducir imprudentemente, conducir sin licencia, robo, posesión y venta de sustancias controladas. Los familiares dicen que eso fue sólo una fracción de sus problemas legales, que pasó al menos cinco períodos en la cárcel y que los funcionarios del gobierno lo deportaron al menos tres veces.

“Si ellos [la policía] lo veían en la calle con una cerveza era como ‘Vámonos pa’ fuera’”, dijo Marcelo, riendo. “Estaba en malos pasos, en un mal camino”.

Cuando Gaspar fue deportado, llamó a Marcelo para pedirle ayuda. A veces, Marcelo le decía a su hermano que primero necesitaba desintoxicarse. “Pero siempre iba por él. Era mi hermano”.

Su ex esposa e hijos se establecieron en Madera, cuatro horas al norte de Los Ángeles. A veces Lucy y María viajaban en el autobús para visitarlo. Compartió un apartamento con otras personas, pero cuando las chicas vinieron por Navidad, se aseguró de decorar con luces navideñas para que se sintieran como en casa. Le gustaba llevar a las dos a restaurantes locales para bailar.

Para los niños, la vida en Madera fue difícil. María se unió al ejército a los 17 años y finalmente se reubicó en el estado de Washington. Lucy permaneció cerca de Gaspar y fue adoptada por una pareja en Porter Ranch que había empleado a Gaspar de vez en cuando durante años.

Tú has sido mi protector, también mi madre querida.

A menudo, en lugar de que Gaspar protegiera a su familia, era la familia la que protegía a Gaspar. La tercera vez que Gaspar fue deportado, Lucy dijo que al principio no lo quería volver a ver.

Pero Gaspar había pasado su edad adulta en Estados Unidos. Su vida estaba aquí. Sus hijos se encontraban aquí, incluso si no los veía a menudo.

Lucy, que entonces tenía sólo 17 años, dijo que ayudó a recaudar los $1.500 para pagar por un coyote para pasarlo de contrabando a través de la frontera.

Cuando ya lo estaban esperando, el coyote llamó. Gaspar cruzó la frontera, pero los contrabandistas lo tenían retenido en algún lugar de Arizona porque querían un pago adicional. Si la familia no les entregaba otros $1.500, lo matarían.

Nadie sabe por qué los contrabandistas convertidos en captores de Gaspar finalmente cedieron: tal vez se suavizaron, quizá se dieron cuenta de que no obtendrían el dinero, o podría ser que Gaspar se hubiera enfermado, pero permitieron que un miembro de la familia lo recogiera.

Gaspar no habló sobre la terrible experiencia, pero Lucy comentó que no se recuperó emocionalmente durante unos años. Gaspar luchó contra el abuso de sustancias. Finalmente, incluso Lucy cortó el contacto.

“Si no quieres cambiar, no puedo cambiarte”, recordó Lucy haberle dicho. “Espero que algún día encuentres a tu familia”.

Entonces, un día, mientras esperaba en la fila del supermercado, se encontró con Elba Regalado. Gaspar fue muy amigable y rápidamente entabló una conversación; era parte de su naturaleza, dijo Elba. Se estaba preparando para pagar, y Gaspar no paraba de hablar.

Se hicieron amigos y, finalmente, se convirtieron en pareja. Ella amaba su encanto, su carisma, su forma de bailar.

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Como muchos de sus amigos y familiares cercanos, ella se refería a él con cariño como “el gordito”. Lucy dijo que algunas personas no lo conocían por ningún otro apodo.

Al principio, todavía bebía mucho. Elba relató que a veces llevaba latas de cerveza en una mochila y que una vez, después de una noche de consumo excesivo de alcohol, él trató de golpearla. Ella decidió que había terminado.

Pero Gaspar no pensaba eso. Ella ignoró sus llamadas, una y otra vez, hasta que finalmente contestó para decirle que no podía estar con él. Él rogó por una segunda oportunidad y ella estuvo de acuerdo, con cautela. Y fue entonces, dijo su familia, que comenzó a cambiar.

“Me quedé en mi mundo y veía a [Gaspar y Elba] salir a comer al parque. Había cambiado mucho. Parecía muy, muy feliz”, comentó Marcelo, quien continuó luchando contra el abuso de sustancias hasta que dejó de fumar hace dos años, en parte gracias al aliento de Gaspar.

“Necesitaba una familia que cuidar. Le dio la oportunidad de volver a vivir”, dijo Lucy. Gaspar dejó de beber y comenzó a asistir a misa con Elba.

“Mi hermano y yo comenzamos a acercarnos a Dios”, dijo Marcelo. “Hablo con Dios todos los días y le agradezco que estoy vivo”.

Elba y Gaspar se mudaron junto con su hija adolescente, Janette, a Pacoima (la hija mayor de Elba, Marisela, vivía en México en ese momento). Lucy comenzó a hablar con él nuevamente. Ella bailó con él una vez más en la fiesta de quince años de la hija de Elba hace varios años. Incluso comenzó a comunicarse con sus otros hijos nuevamente.

El 13 de abril, Gaspar le dijo a Elba que se sentía enfermo. Unos días después, dio positivo por COVID-19, luego fue hospitalizado con problemas respiratorios. El 3 de mayo, después de casi tres semanas en un ventilador, Gaspar murió. Tenía 51 años.

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La última vez que María vio a Gaspar fue hace siete años, mientras visitaba a un pariente en Los Ángeles.

Después de cinco años en el ejército y un viaje a Irak, María fue a la universidad en Portland, Oregón, y luego se mudó a Washington. De vez en cuando, la hija y el padre se ponían al día por teléfono, pero después de años de distancia, el proceso de reconciliación era extremadamente lento.

“Tengo 31 años y he pasado la mitad de mi vida sin mi papá”, dijo sollozando. “Ni siquiera sabía si tenía derecho a llorarlo”.

Dame un abrazo papá, tal vez sea la despedida.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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