El dolor del coronavirus no es como ningún otro. “Todo se siente falso”
Una gran cantidad de dolientes lucharán con sentimientos de culpa y dolor prolongado por todo lo que no pudieron hacer y decir en los últimos días y horas de la vida de un familiar
Han pasado siete semanas desde que el cuñado de Karen Blanks falleció por COVID-19, pero su muerte todavía no le parece real.
Ella y su esposo no podían visitar a Scott Blanks en el hospital ni ver su cuerpo en la morgue antes de que lo incineraran. No celebrarán un servicio conmemorativo hasta que se permitan grandes reuniones.
“Todo se siente falso, como si estuviera bajo una gran niebla, y alguien me dijera: ‘Tu cuñado murió’”, manifestó. “No se siente real porque todo ha sido muy diferente”.
El cruel número de víctimas de la pandemia de COVID-19 llega más allá de sus víctimas a cientos de miles de familiares y amigos a quienes se les ha quitado el apoyo comunitario y los rituales tradicionales para ayudarlos a lidiar con la pérdida de sus seres queridos.
Mucho después de que una vacuna detenga la propagación del nuevo coronavirus, una gran cantidad de dolientes lucharán con sentimientos de culpa y dolor prolongado por todo lo que no pudieron hacer y decir en los últimos días y horas de la vida de un familiar.
Restricciones radicales relacionadas con el virus - en visitas al hospital, funerales, congregaciones en la iglesia, reuniones de grupos de apoyo, viajes aéreos e incluso abrazos consoladores de los cuidadores - están afectando no sólo a las víctimas de COVID-19 y sus sobrevivientes, sino “la forma en que mueren en este momento y cómo todos están afligidos”, expuso Dale Larson, profesor de psicología en la Universidad de Santa Clara.
“No se podría diseñar un conjunto de condiciones más impactantes para interrumpir el tipo de cosas que nos gusta que sucedan para apoyarnos en tiempos de pérdida y dolor. Es asombroso”, dijo. “Creo que el nuevo coronavirus está creando una nueva forma de duelo traumático para una gran cantidad de sobrevivientes”.
Karen Blanks conocía a Scott, un asistente dental de 34 años de Whittier, desde que era estudiante de primer año en la escuela preparatoria y comenzó a salir con su hermano mayor Quentin.
“Era mi Scottie. Lo amaba”, dijo ella. “No poder estar a su lado, para mí, es tan traumatizante... Incluso después de su fallecimiento, quería ir a la morgue para verlo, pensando que estaría bien, y ni siquiera podía hacer eso”.
El distanciamiento social, las reglas de refugio en casa y los límites a las visitas al hospital que son características de la pandemia mundial han privado a las personas de las conexiones más fundamentales en el lecho de muerte.
No puede tomar la mano de un ser querido, dormir junto a la cama del hospital, peinarle o afeitarle.
“Todos estos tipos de señales y vínculos físicos de mamíferos que compartimos con cualquier otra especie, la totalidad de ese cuidado se elimina”, señaló Robert Neimeyer, director del Instituto de Portland para la Pérdida y Transición.
El perdón no se puede otorgar ni buscar. Años de haber extrañado a alguien no pueden terminar con una vigilia en el lecho de muerte. “Nos quedamos con un costal de muchas conversaciones sin terminar”, dijo.
Stacey Silva esta atormentada por una llamada telefónica con su padre, Gary Young, una semana antes de que muriera por complicaciones de COVID-19 a mediados de marzo en un hospital en Gilroy, California. Aunque pudo verlo a través de una ventana en la unidad de cuidados intensivos, el hospital había interrumpido las visitas.
“Me llamó alrededor de las 4 de la mañana, y tenía una [mascarilla de oxígeno]. Ya era difícil hablar con mi papá y tener una conversación porque comenzaba a toser después de un par de palabras”, relató Silva. “Creo que estaba llamando para decirme que lo estaban intubando. No lo entendí, y él se frustró y colgó”.
“Esa fue la última conversación que tuve con mi padre, y tengo tanta culpa por no poder entenderlo y decirle que lo amaba”, dijo entre lágrimas. “Pienso en eso todos los días”.
Amigos y familiares le están dando apoyo emocional, “pero nada ayuda”, aseguró Silva. “A menos que hayas perdido a un ser querido de esta manera en particular, realmente no tienes idea de cómo se siente”.
Los límites en el tamaño de las reuniones públicas y los viajes aéreos están restringiendo o eliminando los antiguos rituales de duelo que ayudan a los vivos. Los funerales son pequeños o desatendidos. Los servicios se posponen a fechas desconocidas en el futuro. Las familias están eligiendo la cremación para los parientes en lugar del entierro con sólo unas pocas personas presentes.
Las ceremonias y reuniones virtuales pueden ayudar a llenar ese vacío, dijo Neimeyer, si los familiares están involucrados activamente y no son sólo observadores pasivos. Pueden compartir recuerdos e historias en Zoom u organizar un momento en que la gente de todo el país encienda velas.
“Casi cualquier cosa que hagamos”, dijo, “eso nos devuelve un sentido donde podemos, en cierta medida, ejercitar la elección o tomar medidas”.
El coronavirus ha volcado el mundo de los equipos de cuidados paliativos: las enfermeras, los médicos, los trabajadores sociales y los capellanes, cuyo trabajo es apoyar a los pacientes y sus familias en tiempos de enfermedades graves y muertes.
Gary Blunt es coordinador de cuidados paliativos en el Centro Médico Providence Cedars-Sinai Tarzana. Como enfermero de cuidados paliativos, ha estado presente en cientos de muertes cuando podía sostener la mano de un paciente y consolar a los miembros de la familia.
Pero él ha sido “sorprendido a veces” por las escenas del final de la vida forjadas por el coronavirus.
El hospital convirtió una unidad cardíaca en una sala COVID-19. Grandes lonas con cremallera de plástico pesado y opaco sellan los pasillos y las puertas abiertas de la habitación de cada paciente. Una pequeña ventana plástica transparente ofrece una vista de la cama.
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No se permiten visitantes en las habitaciones. Para limitar la exposición, incluso el personal paliativo evita entrar, lo que significa que el contacto principal del paciente es con una enfermera junto a la cama envuelta en una bata, careta, mascarilla y guantes.
Cuando se acerca la muerte, el hospital dejará que un miembro de la familia, que use equipo de protección completo, se pare en el pasillo y mire por la ventana por un corto período de tiempo.
A fines del mes pasado, el equipo de Blunt intentó preparar a una mujer para lo que experimentaría si llegara a ver por última vez a su marido moribundo.
Estaba confundido y le habían sujetado para que no pudiera quitarse su mascarilla de oxígeno y los tubos. No sería capaz de reconocerla, vestida con una bata y una mascarilla, mirando a través de una pequeña ventana de plástico a varios metros de la cama. No podría escucharla contra el zumbido del equipo médico de la habitación.
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Al final, ella decidió no ir. En cambio, la familia le pidió a Blunt que tocara canciones de Neil Diamond en un altavoz Bluetooth en la habitación y se despidió por FaceTime.
Una enfermera sostuvo un iPad sobre la cara del hombre durante unos 15 minutos, mientras su sollozante esposa e hijo pronunciaron sus últimos cariños.
En tiempos normales, el personal médico daría privacidad a la familia en esos momentos íntimos. Ser testigo ahora puede dejar a las enfermeras con “esta horrible culpa de estar allí, cuando sabes que no deberías estarlo”, dijo Blunt. “Es realmente difícil”.
Le preocupa el persistente impacto emocional de COVID en los cuidadores. “Permanecerá con nosotros de manera única”, señaló Blunt. “Creo que gran parte del personal quedará marcado por este proceso y tendrá mucho sobre qué trabajar”.
Rikki Larson es una trabajadora social en el Hospital Verdugo Hills de USC en Glendale, que permite visitas cortas e individuales a pacientes al borde de la muerte.
Pero ya no puede consolar el duelo como siempre lo ha hecho. “Me gusta poder abrazar a la gente y consolarlas”, dijo. “He dejado el hospital muchas veces con las lágrimas de otra persona en mi hombro”.
Ahora tiene que mantener la distancia, a lo sumo rápidamente colocando su mano sobre un hombro. “Es muy difícil, no es lo mismo”, comentó Larson.
Stephanie Ryu, capellán del equipo de cuidados paliativos de Providence Little Co. de Mary Medical Center Torrance, está aún más distante. Ella comenzó a trabajar desde casa hace varias semanas.
“Ninguno de nosotros imaginaba en cualquier universo que pudiéramos hacer nuestro trabajo de forma remota”, señaló. Dados los límites severos en las visitas familiares, ella sabe que no es tan diferente del hospital, donde ya estaba ofreciendo consuelo principalmente en Zoom y FaceTime.
Sólo que ahora, dijo, “este dolor está saliendo de mi computadora a mi casa”.
En los hospitales que no están en la primera línea de la batalla del COVID-19, los límites de visitas no son tan estrictos. Pero aún pueden ser desgarradoras para las familias.
Rachel Rusch, una trabajadora social clínica en cuidados paliativos en el Children’s Hospital de Los Ángeles, no olvidará pronto su conversación con una paciente adolescente y su madre. El final estaba cerca para la niña, que tenía una enfermedad cardiovascular.
“La imagen que se ha quedado en mi corazón”, dijo Rusch, “eran los ojos de su madre al otro lado de la cama”, mientras Rusch le explicaba que, debido a la pandemia de COVID-19, sólo se permitiría a unos pocos miembros de su gran familia extendida estar en la habitación durante las últimas horas de su hija.
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Tales experiencias han dejado a Rusch pensando en “todos los efectos dominó que continuarán en los días, semanas, meses y años venideros porque el final de la historia de alguien fue muy diferente de cualquier cosa para la que alguien podría haberse preparado”, dijo.
Wayne Strom ingresó a las instalaciones de vivienda asistida de Kensington en Redondo Beach a principios de diciembre después de una serie de caídas que le dificultaron caminar.
Su esposa, Kathy, que se estaba quedando con su madre en Rancho Palos Verdes, pasaba todos los días con él, ayudándole con su fisioterapia y comiendo juntos.
Esa rutina se detuvo abruptamente el 12 de marzo, cuando la pandemia llevó a Kensington a suspender las visitas familiares. Strom la cambió por llamadas a Wayne varias veces al día y se dio cuenta de que algo andaba mal a fines de marzo cuando dijo que estaba demasiado cansado para hablar.
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Fue ingresado en el hospital el 30 de marzo, dio positivo por el coronavirus y murió tres días después. Strom no había visto a su esposo de 38 años en tres semanas.
“Creo que me ha llevado un tiempo darme cuenta de que se fue porque no estaba con él al final, y no hemos tenido un servicio”, dijo.
Ella todavía pone su teléfono celular junto a su cama, esperando que Wayne llame para rezar la oración nocturna juntos.
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