Su padre, Antonio, dormía en los bancos de la Placita Olvera de Los Ángeles, cuando llegó con mucha ambición pero sin papeles desde México en la década de 1940. Regresó triunfante en la década de 1960 como una leyenda de la música ranchera, con un espectáculo familiar que le entregó a Los Ángeles, tres horas de entretenimiento mexicano, con el que soñaba un público migrante que extrañaba su hogar.
Estas extravagancias, que intercalaron música con eventos de rodeo, evocaron las tradiciones rurales de Jalisco y Zacatecas, de donde cientos de miles de mexicano-americanos en el sur del país trazan sus raíces. Lo que podría haber parecido un acto de circo para los no latinos, fue realmente una representación auténtica, aunque idealizada, de la cultura de esos estados mexicanos.
La familia Aguilar viajó de Nueva York a Puerto Rico y a Idaho, pero encontró a sus fans más devotos en Los Ángeles, donde los mexicoamericanos se vieron reflejados en el estadounidense Pepe, quien adoptó el acto escénico de su padre y lo amplió otorgándole su propio estilo.
Los fans lo vieron crecer en el escenario, desede 1 año amarrado a un caballo y conocido como “Pepito”, a una superestrella ranchera bilingüe que mantiene una animada actualización en Instagram, y cuya familia ha actuado tantas veces en el sur de California que bromea diciendo, “nos estamos convirtiendo en parte del paisaje”.
Nacido como José Antonio, pero universalmente conocido como Pepe, la historia de este hombre de 51 años es como la de sus fans, que han visto la transformación de Los Ángeles, donde los mexicoamericanos eran una minoría a una ciudad donde ahora son casi la mitad de la población.
Pero aun así, en muchos sentidos, son invisibles. En vastas partes de L.A., la historia de los Aguilar no se registra.
Trabajadores no latinos del Staples Center observaron con desconcierto la llegada en junio del Jaripeo sin fronteras, la versión de Pepe de la gira de su familia, ahora también protagonizada por sus hijos Leonardo y Ángela y su hermano Antonio Aguilar Jr.
Los trabajadores, acostumbrados a recibir autobuses con jugadores de la NBA, vieron sorprendidos los remolques de ganado y la descarga de toros furiosos en los muelles de carga. Un guardia de seguridad resumió el espectáculo como “una especie de vaqueros mexicanos”.
Mientras tanto, en una habitación cercana, Pepe estaba en la corte.
“Hola, hola, ¿cómo estamos?”, dijo a tres docenas de fans -hombres y mujeres, jóvenes y viejos, españoles e ingleses- y bilingües. Llevaba una chaqueta de estilo militar, gafas de sol enormes de Linda Farrow, pantalones vaqueros, un sombrero negro y botas con espuelas.
Pepe bromeaba con sus seguidores mientras se acercaban para tomarse una foto con él. Algunos se rieron. Algunos lloraron. Algunos se paseaban pavoneándose. Una mujer se estremeció nerviosa y me miró fijamente.
“¿Estaré soñando?”, me dijo en español.
La orgullosa y positiva expresión de mexicanidad de Pepe, que mira hacia el pasado y se adentra en el futuro, puede parecer un ejercicio de nostalgia para las personas de fuera. Pero para los latinos en una era de deportaciones y xenofobia, la carrera de Pepe se ha convertido en un recordatorio de la importancia de conocer sus raíces - y un desafío para que otros hagan lo mismo.
“No tienes que convertirte en un cantante de mariachi folklórico para honrar tus antepasados”, dijo Pepe. “Pero saber dónde estás en la historia y quienes eran tus antepasados te hará más fuerte. Soy un verdadero creyente de eso. Funciona para mí”.
Los fundamentos del espectáculo de Aguilar han permanecido sin cambios desde los días en que Antonio las popularizó como “Tony Aguilar’s National Mexican Rodeo”. El entretenimiento abre con un jinete de truco - en este caso, Madison MacDonald-Thomas, un canadiense que irrumpe en la arena ondeando banderas mexicanas y americanas. Los caballos saltan al ritmo de los acordes de la banda sinaloense.
Pero también hay toques modernos. Las pantallas de video muestran eslóganes de Pepe - “Las fronteras más grandes son las que se construyen en nuestra mente”, dice uno - que las multitudes aplauden con regocijo. Equipos de jinetes de toros americanos y mexicanos se enfrentan entre sí, con un fondo musical de “Welcome to the Jungle” de Guns N’ Roses.
Los puestos de souvenirs venden una camiseta que dice “Primero Soy Mexicanx”, una muestra del debate entre los latinos para crear un término neutro para ellos mismos.
Pepe, mientras tanto, recorre la arena a caballo o a pie, cantando no sólo sus éxitos - “Por mujeres como tú”, “Recuérdame bonito” - sino también selecciones del repertorio de su padre, y los de Juan Gabriel, Joan Sebastian y el grupo La Santa Cecilia de Los Ángeles.
La naturaleza del espectáculo sin embargo -hay muchas bromas entre Pepe y su familia sobre cómo preparar una tortilla- no es tan moderna como la de Los Tigres del Norte o Vicente Fernández, quienes tienen más seguidores y atención que los Aguilar.
Pero ningún otro acto musical mexicano toca el corazón binacional y multigeneracional del ámbito mexicano-americano, según Adrián Félix, profesor de estudios étnicos de la Universidad de California en Riverside, que escribe sobre la migración transnacional.
Félix creció escuchando las canciones de Antonio y Pepe Aguilar, pero este verano asistió por primera vez al Jaripeo sin fronteras que tuvo un lleno total en el Oracle Arena de Oakland.
“Comenzó el espectáculo diciendo: “Soy un charro de habla inglesa de Tayahua, Zacatecas”, dijo Félix, “y la multitud se volvió loca. Eso no necesitaba traducción al inglés o al español. Todos lo recibieron y lo sintieron”.
Nacido en San Antonio en 1968 mientras sus padres estaban de gira, Pepe ha vendido más de 15 millones de discos y ha ganado cuatro Grammys por su música, que se inclina hacia las baladas románticas pero que también incorpora clásicos mexicanos, cumbias e incluso rock en español.
Su éxito le ha infundido un sentido de responsabilidad para defender a los latinos. Fue durante mucho tiempo crítico de los Grammy Latinos porque consideraba que había una falta de respeto hacia la música regional mexicana. (Ahora están bien, dice él). El año pasado, Pepe se asoció con Voto Latino para registrar a los votantes en sus conciertos. Ha criticado constantemente las políticas de inmigración del presidente Trump.
Times archives of Antonio Aguilar
Si pudiera hablar con el presidente, dijo: “Le preguntaría:’¿Qué se siente ser tan irresponsable?
Pepe y su padre tienen estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood uno al lado del otro; en la calle Olvera, una estatua de bronce de 10 pies de alto de Antonio está cerca de los bancos donde alguna vez tuvo que dormir. Pepe está produciendo el segundo álbum de Leonardo, de 20 años; Ángela, de 15 años de edad, posee una poderosa voz como la de su legendaria abuela, Flor Silvestre, y transiciones perfectas entre las versiones de Selena y los clásicos de la ranchera.
Pepe ve a Jaripeo sin fronteras no sólo como una culminación de su carrera y un escaparate para su familia, sino como un legado más amplio y grande.
“Llegué a un punto en mi vida en el que concentrarme sólo en mí era muy aburrido y me sentía vacío”, dijo recientemente en un estudio de grabación de Burbank. Pepe estaba a punto acompañar a Leonardo a cantar “El Barzón”, una famosa e ingeniosa canción ranchera. “Estaba muy orgulloso de haber creado un espectáculo [de Jaripeo] que era más grande que yo. Para entender que lo que estamos haciendo, tengo que decir que es mucho más grande que mi familia”.
“Hay tanta basura en este momento, esta separación de la cultura que está provocando el gobierno”, continuó. “Ahora, es muy importante mostrar nuestra cultura de una manera que sea orgullosa y verdadera”.
Al principio, el sur de California no mexicano, miraba con perplejidad el éxito de la dinastía Aguilar. Los Angeles Times, en una reseña de 1966 de una actuación en un abarrotado Million Dollar Theater, comentó sobre su “inexplicable poder de atracción”.
Para entonces, Antonio era una superestrella del cine y la música mexicana, pero sabía que su público vivía en ambos lados de la frontera. Hollywood tomó nota. Apareció en la película de 1968 “The Undefeated” junto a John Wayne y Rock Hudson y una vez cantó en el Hollywood Bowl en una función que incluía a Ricardo Montalban, Frank Sinatra y Dionne Warwick.
Mientras estaba en L.A., Antonio otorgó a su familia lo mejor de la vida del sur de California. Pepe recuerda los viajes a Disneylandia y las visitas regulares al Musso & Frank Grill de Hollywood.
“No podía hacerlo cuando fue un mexicano sin hogar”, dijo Pepe, “y quería darnos una buena experiencia”.
Pero su recuerdo más feliz es el aroma de la región. “Creo que soy un bicho raro, porque al oler el cloro y el caucho, significa que estoy en L.A.”, dijo riendo.
Aunque los Aguilar mantenían un rancho en Zacatecas, Pepe dijo que él “siempre ha sentido a Los Ángeles como su hogar”. Se mudó a Los Ángeles hace 13 años para dar a su familia no sólo un acceso más fácil a la industria del entretenimiento sino, lo que es más importante, una “experiencia multicultural cada segundo, cada minuto en cada calle y y en cada restaurante”.
No le molesta que L.A. aún no se haya entregado por completo a los Aguilar.
“No estamos haciendo lo que estamos haciendo para ser famosos con toda la gente”, dijo. “Estamos haciendo lo que estamos haciendo” para ser audazmente mexicanos para nuestros fans, en un momento en que se necesita”.
Pepe y su familia “permanecen desconocidos porque son iconos de las comunidades obreras mexicanas”, dice Josh Kun, director de la Escuela de Comunicación y Periodismo de la USC Annenberg. “Y la historia y la cultura de esas comunidades - atadas a las profundas tradiciones de la inmigración transfronteriza - siempre han sido relativamente invisibles para el gran L.A”.
Pero otro L.A. conoce a los Aguilar, y ese L.A. desafía el estereotipo. Los aficionados vienen vestidos con galas de Chanel, brillantes guayaberas o sombreros Stetson de colores coordinados con cintos piteados, cinturones de cuero cosidos con diseños de arabescos. Son expresiones de la moda que registran diferentes épocas de la experiencia mexicana en el sur de California.
Gilberto Murillo, de 69 años y residente de El Sereno, fue al jaripeo de junio con su esposa, su hija, su novio, su hermano y sus padres. Recuerda haber visto a Pepe cuando era niño cantando a caballo junto a sus padres.
“Son una familia que se parece a nosotros”, dijo Murillo en español. “Trabajadores. Orgullosos. Cercanos. Exitosos”.
“Él muestra a todo el mundo cómo es un verdadero mexicano - puro honor”, dijo Erasmo Gutiérrez, de 23 años, de Fontana, que sólo podía permitirse asientos alejados del escenario.
Un reportero descubre que la historia de la familia Aguilar es muy parecida a la suya.
“Cada show es diferente, pero siempre es 100% clase”, dijo Cynthia Ascencio, de 43 años, de Queen Creek, Arizona. “Con todo lo que está pasando ahora mismo, eso significa mucho”.
Antes de entrar en el Staples Center, Pepe reflexionó sobre el legado de su familia. Acababa de atravesar por el pasillo que ha albergado a Kobe, Shaq y Lebrón. Vestido con botas, espuelas, un traje de charro negro bordado elegantemente y un sombrero fabuloso, Aguilar se erguía sobre los extáticos conserjes que hacían fotos cuando finalmente se detuvo frente a un caballo andaluz con la imagen de un guerrero águila azteca aferrado en sus ancas.
Pero antes de montar su caballo, El Caporal, Aguilar recorrió algunos de los lugares del sur de California donde su familia ha tocado: The Pantages, Dorothy Chandler Pavilion, Walt Disney Concert Hall, Dodger Stadium, Anaheim Convention Center, Pico Rivera Sports Arena.
“Las tradiciones tienen que empezar en alguna parte”, dijo Aguilar mientras la multitud rugía en anticipación a su entrada. “No aparecieron de la nada”.
Agitó la cabeza como un boxeador, se subió a El Caporal y se fue al galope a disfrutar de su L.A.
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